“Las cosas no se olvidan. Tengo una tía que tenía cuatro hijos, a tres de ellos los degollaron. Esa mujer se pasó toda la vida llorando. ¿Cómo se olvida uno?”, se emociona Lucin, que desde el año pasado es la única superviviente de esta masacre, según la Asociación Armenia local.
Según su documento de identidad, Lucin nació el 12 de abril de 1909, por lo que acabaría de cumplir 106 años, pero es que cuando se embarcó para nuestro país debió mentir y agregarse 4 años para figurar como mayor de edad y poder viajar. O sea que su edad real es 102.
En el departamento de su hija, con quien reside en Villa Crespo desde que se instaló en Buenos Aires, va y viene con los recuerdos que saca de su memoria como de una caja de Pandora.
Su español no es fluido pese a que hace más de 80 años que llegó a la Argentina, se nacionalizó y nunca se fue del país que la acogió, donde viven unos 150.000 armenios, la mayor colectividad de América Latina y la tercera del mundo.
“Los argentinos son buena gente. Acá un vecino parece familia”, dice agradecida. “Al final estoy bien, tengo la familia, con esto me alcanza”, afirma mientras asienten sus dos hijos, Elena (77) y Eduardo (74) que le dieron 5 nietos y 8 bisnietos.
Nunca regresó a Armenia, donde ya no le quedan parientes y de donde debió exiliarse dos veces. Lucin, la menor de 6 hermanos cuyo padre joyero también exportaba pistacho, nació en Aintab, en “una linda casa de tres pisos” donde estaban muy bien, cuenta.
Pero lo bueno terminó el 24 de abril de 1915, cuando el Imperio Otomano hizo detener a centenares de intelectuales, docentes y artistas armenios, fecha simbólica en que se conmemora el genocidio, lo que Turquía no admite.
Un día llegó el primer exilio de la familia Beredjiklian -su apellido de soltera-, y en él murió su madre, de la que no tiene recuerdos: “¿Qué vida pude tener sin mi mamá?”, se pregunta 100 años después. Durante la primera huida a Damasco su padre sobornó a un soldado para que les permitiera bajar del tren en la noche. Se cree que ese tren nunca llegó a destino y terminó en el desierto, donde miles de armenios murieron de hambre y sed.
Pero en 1920 se desató la guerra de Aintab. Su casa, que quedó del lado armenio, “se llenó de parientes que venían del lado turco”º. Tenía 6 años.
Pasaban hambre, robaban para comer, el padre se enfermó y hubo que volver al exilio. Llegaron a Alepo, Siria, donde el padre murió dos años más tarde.
Uno de sus hermanos, también joyero, se fue para empezar una vida nueva y llegó a Argentina. El resto de la familia lo fue siguiendo de a uno, pero Lucin se quedó en Siria con su hermana mayor hasta terminar la primaria. A los 16 años emprendió el viaje con otra familia armenia.