La última vecina del parque olímpico

Su casa será convertida en un estacionamiento. La mujer pelea por poder quedarse y hasta amenaza con irse del país.

La última vecina  del parque olímpico

Marcia Lemos se aferra con las uñas a cualquier pizca de esperanza que pueda salvar su casa de una demolición segura: está en pleno parque olímpico de Río de Janeiro y en su lugar habrá un estacionamiento. Y hasta que las máquinas no acaben con el que fue su hogar por 15 años, la dirección de Lemos será el número 68 de la avenida Autódromo.

Aunque a estas alturas, sin luz, gas ni correo, no le quedó otra opción que empacar sus maletas y mudarse con su madre de 82 años a la casa de su hermana en un suburbio lejano de esta ciudad, que recibirá los primeros Juegos Olímpicos entre el 5 y 21 de agosto.

Pero vuelve por lo menos cada dos días a su casa de fachada verde y puertas blancas, la única en pie de una centena ya demolida para construir instalaciones que acogerán varias competencias deportivas. Y en vez de la gente de siempre, sus nuevos vecinos son los obreros que trabajan en la construcción y que hasta la saludan con cariño. “Soy la única vecina del parque olímpico. ¿Crees que van a dejar quedarme? Me encantaría, pero...”, declara con desesperanza Marcia Lemos, de 59 años.

“Pero si existe una posibilidad de que pueda quedarme, así sea mínima, menos del 1%, yo a eso me aferro. No quiero que mi casa sea un estacionamiento”, suelta con un nuevo aliento asegurando que apelará cada orden de desalojo que le llegue.

Herencia de su padrino, su casa forma parte de la barriada Vila Autódromo, que creció como un asentamiento de pescadores cerca de una pintoresca laguna donde sopla una brisa deliciosa a todas horas del día. Desde la azotea se ve el peladero donde antes vivían sus vecinos. La mayoría de ellos llegó a un acuerdo económico con la alcaldía y se fueron sin rastros de nostalgia.

“A muchos les dieron millones, a mi me ofrecieron 900.000 reales (hoy unos  225.000 dólares), que se los pueden ir a dar a sus mamás. Que me ofrezcan algo que me permita considerar salir de aquí, porque la verdad es que yo no me quiero ir, soy feliz aquí”, afirma.

Tampoco le ofrecieron uno de los apartamentos construidos por la alcaldía para los desalojados de Vila Autódromo, donde de las 600 viviendas que había originalmente -entre casas muy pobres y otras de clase media con piscina- quedan unas pocas decenas atravesadas en el camino de una nueva autopista.

Pero la de Lemos es la única dentro de los muros del canto de obras del parque. La casa de su vecino Pedro Berto fue la última venida a escombros el miércoles. La de ella es la próxima y última en la lista. Y naturalmente se acabaron las numerosas fiestas, asados y celebraciones religiosas que Lemos y que sus tres hijos organizaban en la casa del 68, a la que ahora no pueden ir visitas y a la que ella sólo puede acceder escoltada por algún funcionario de seguridad de las obras del parque olímpico. La acompañan desde el portón hasta su puerta y la esperan hasta que salga, sin importar cuánto demore.

Aunque Marcia Lemos quiere mantener arriba el ánimo, sabe que el destino de su casa está marcado desde que Río ganó la sede de los Juegos Olímpicos en 2009.

“Aquí todos hinchábamos para que perdiera porque sabíamos que estábamos en la mira”, cuenta.

Ya comenzó a ver departamentos, vació la piscina y dentro de la casa quedan algunas sillas, una heladara quemada y trastos regados por doquier. “Que tristeza verla reducida a esto”, reclama sin lágrimas pero con una mezcla de rabia y melancolía. Sus hijos, ya adultos, están viviendo con amigos o parejas. Sólo quedan el gallo Tirirí, que poco parece importarse con la situación, y la tortuga Fusca.

Todo parece indicar que en pocos días la solitaria casa 68 desaparecerá. “Yo a los Juegos no voy ni aunque me regalen todos los boletos, primero los rasgo. Y si me dan una buena remuneración, hasta me voy de este país asqueroso”, zanjó molesta.

“Ya que desmonté mi casa, lo que quiero es poder remontarla, volver a quedarme, vivir, morir y ser enterrada aquí”.

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