La última entrevista que Ana María Giunta dio a Los Andes

En enero de este año la actriz mantuvo una cálida charla con este medio en la que aseguró que debía reinventarse.

La última entrevista que Ana María Giunta dio a Los Andes
La última entrevista que Ana María Giunta dio a Los Andes

Ana María Giunta falleció hoy a dos semanas de haber cumplido los 72 años en su casa de la ciudad de Buenos Aires. En enero la actriz habló con Los Andes y contó sus planes de subir al escenario en silla de ruedas.

A continuación la entrevista que la mendocina por adopción dio a este medio

Ana María Giunta: "Yo no vi ninguna luz, ningún túnel"

Un caserón sin escaleras. La silla de ruedas a contraluz, junto a la mesita del teléfono. Y una voz que es la de ella, inconfundible, pero un poco más suave de lo habitual. “Me has llamado en un día especial, estoy medio pelotuda...”

No, no es un bajón, no hay tristeza en la frase. Es que acaba de sacar volando a una enfermera “pendeja”.

- No es fácil resucitar tres veces en un mismo año, ¿no?

-Pasé por estados muy extraños, ¿sabés? Como cuando me caí de rodillas en la puerta de la clínica o cuando vi entrar al cura a terapia intensiva para darme la extremaunción.

- ¿Y qué le dijiste?

- ¿A quién?

- Al cura...

- Ah, la verdad, como hago siempre. Le dije que yo creo en Dios pero que no voy a misa ni le doy bolilla a la iglesia de los hombres. Que creo que el Diablo y el Infierno están en este mundo. Que si eso no le impedía la confesión, por mí estaba bien.

- Te pusieron una inyección de adrenalina en el corazón. ¿Fuiste consciente de la muerte?

- Qué querés que te diga, estaba como en un limbo. Pero yo no vi ninguna luz. Ningún túnel.

- ¿Le tenés miedo?

- ¿A irme? No. Nunca le tuve. Lo que pasa es que quiero vivir, es que estoy muy ocupada y tengo cosas por hacer.

- ¿Como actuar?

- Ah, tengo unas ganas....

Ana María Giunta no se puede poner de pie. Su salud no se lo permite. Lejos de apiadarse de sí misma, dice que pronto va a salir a escena con un nuevo género que hará furor: el stand down. “Monólogos en silla de ruedas”.

Ríe, le hace un chiste a Ricardo, su marido desde hace 4 décadas, y sigue proyectando sus ganas de volver a las tablas. Sentada. Por qué no. “Un escritor que murió hace unos ocho meses, Tabaré, escribió una obra especial para mí- “Belén Mujica, alma y fuego”-, un unipersonal, lo voy a hacer”.

Lo voy a hacer, repite para adentro. Y se queda un poco en animación suspendida hasta que Ricardo le tira algún comentario y ella le dedica una cariñosa puteada.

Así que pasamos a hablar sobre el amor. Sobre ese hombre 11 años menor con el que comparte la vida hace más de 40 y quien la atiende, día y noche, cuando ella espanta a las enfermeras que no saben lidiar con su peso.

“Pero no hablemos de cosas feas. El amor, decíamos, ¿qué es el amor? ¿Sabés lo que me gritó éste cuando los médicos pensaban que me moría? ‘Hija de puta, más vale que no te mueras si no te mato’.

- Te adora.

- Eso, ahí iba. Hay que entender el tema del amor. Dos personas se ven, se atraen, hay calentura, hay química. Después viene el enamoramiento. Irse bañaditos a tomar una copita. Pero no es. Todavía no es. El amor viene con el tiempo y está lleno de encuentros y  desencuentros, de malhumores, ideologías, euforias, enfermedades, hijos de todas clases y carcajadas. No es el acting del amor. Es la vida compartida.

La primera vez que se vieron Ana María Giunta y Ricardo Racconto fue en el escenario. Él, que entonces estudiaba teatro, había ido a castinearse para un papel en la obra “Pasas y almendras”, de David Eisenchlas.

- ¿Y te echó el ojo?

- Tenía que hacer de mi hijo en la obra. Imagináte, para mí era un pendejito. 
 Pero hacía tiempo que él la tenía en mente: durante una convalecencia de fiebre reumática, a los 12 años, Ricardo quedó prendado de esa voz desaforada y seductora que escuchaba por la radio.

“No hablés huevadas”, le dice ahora desde el otro cuarto. Y ambos de ríen como chicos. Del mismo modo en que se tientan cuando compiten a ver quién imagina el mejor insulto, el más imaginativo y zarpado.

“Sí, nos cagamos mucho de risa...”, dice ahora esa mujer que duerme con oxígeno. Y enseguida recuerda una anécdota que le contó él cuando recién regresaba del hospital a casa: “Estaba con Soledad Silveyra y ella le dice ‘Cómo admiro a tu mujer, anda por la vida como si fuera la primera’. ‘Lo que pasa es que ella es primera en la vida’, le contestó él.

- Es tu fan.

- Es un pobre tipo.

- (Risas de los tres) ¿Y era buen actor?

- Para nada. Pero es un estupendo director y puestista. De hecho él y mi hija dramaturga (Gimena) tienen una estética parecida, distinta de la mía.

- ¿Y cómo dicen que es la tuya?

- Demasiado guarra.

Escenas de la viña

Por el momento, aunque asegura que en Buenos Aires no tiene verdaderos amigos del ambiente artístico (aunque sí se lleva bien con Moria o María Leal y recuerda al “queridísimo Jorge Luz”) no ha pensado volver a Mendoza. “Ya no está mi mamá, y además ahí no hay espacio para alguien como yo. Acá tengo los contactos, las posibilidades de trabajo”.

El lazo más fuerte es su amiga del alma, que sí es mendocina, la escritora Mercedes Fernández. "¿Sabés por qué ha durado tanto nuestra amistad? Porque nunca nos han gustado los mismos tipos", bromea en serio. Pero agrega: "me siento muy orgullosa de tenerla cerca, es una gran mujer, una gran novelista".

En 1972, cuando todavía vivía en Mendoza, Giunta actuó en el filme mendocino “Viña en celo”, basado en la novela de Rosa Antonietti Filippini y dirigido por Francisco Sarli. La película tuvo un destino ciego. Según el periodista Juan Salvador Sánchez, “Viña en celo” fue “el primer largometraje mendocino ‘desaparecido’ durante el último gobierno de facto, por subversivo y pornográfico”.

Hace poco más de un año, la actriz volvió a la provincia para un papel (secundario pero pregnante) en la película “Algunos días sin música”, dirigida por Matías Rojo. Ya tenía dificultades para respirar y caminar. “Pero los chicos me cuidaron mucho. El único tema fue el gato.

Yo tenía que simular estar dormida en la cama. Y me metieron un gato sin saber que les tengo pánico. Me agarró una fobia que ni te cuento pero ganó el profesionalismo. Lo disfruté, realmente”.

Ha hecho más de veinte apariciones en el cine argentino pero por lo que no deja de sonar su teléfono es para pedirle que participe en cortos, sobre todo de estudiantes de escuelas de cine.

- ¿Te sentís de culto?

- Y sí. Me encanta cuando me llaman los pibes, y eso que no me pagan un mango. Me pasa que cuando voy al teatro, a veces se viene el elenco entero de la obra a saludarme. Eso yo no lo he visto con nadie más que conmigo y China Zorrilla.

- Ha sido duro sostenerse en el  ambiente teatral porteño, ¿no?

- Acá tenés que ser la primera para que todos estén babeando alrededor. Eso sería Buenos Aires. Un día arriba; al otro estás muerta. 
Militante de la vida, como se define, ahora dice que tiene que reinventarse. Está en plena mudanza, ya que tiene que dejar el espacio prestado donde viene dando desde hace muchos años talleres para personas con discapacidad.

“Ahí también están mis amores. Y si vieras cómo los trato. ‘Acá nadie es un pobrecito’, ‘Nadie se tiene lástima’, ése es el punto. Y me adoran. El otro día viene una madre que tiene una chiquita down y me dice ‘Yo no sé cómo los soportás; no aguanto ni a la mía’. ‘Vos porque sos una hija de puta’, le contesté. Lo que pasa en esos talleres no tiene palabras. Es lo real”.

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