El 15 de enero de 1998 se estrenó comercialmente Pizza, birra, faso, film dirigido por Bruno Stagnaro y Adrián Caetano, que tomó por sorpresa a crítica y espectadores por igual, y permanece como esencial para entender aquella renovación que se llamó Nuevo Cine Argentino.
La película subvierte la dinámica de la crónica policial, género más relacionado con la televisión que con lo cinematográfico, al mostrar, desde su punto de vista, las sucesivas incursiones delictivas de una bandita que pasa su tiempo en las calles de Buenos Aires.
En un policial tradicional sucedería lo opuesto: la trama sería mostrada desde el punto de vista de la ley o los medios de comunicación, y la identificación se llevaría a cabo con el héroe –comisario, detective o investigador–, quien finalmente restauraría el orden haciendo cumplir la ley.
Amigos son los amigos
La trama gira en torno a un grupo de cinco amigos: el Cordobés, su novia Sandra (que está embarazada de él), Megabom, el Frula y Pablo, el que más capacidad de liderazgo tiene pero sufre de una debilidad incapacitante en momentos de tensión: es asmático.
Bioy Casares comentó en una entrevista que una virtud relacionada con el “ser nacional” argentino es “alguna circunstancia vinculada con la amistad”, añadiendo que “(...) somos individualistas, no nos identificamos con el Estado ni con la sociedad y eso en definitiva nos lleva a pensar que la patria son nuestros amigos”.
Pizza, birra, faso, entonces, es una película sobre el vacío paternal y estatal, que se cubre con figuras más o menos imperfectas: Pablo hace de padre para el Cordobés, cuidándolo en escenas clave; por su parte, el Cordobés ocupa ese rol, por una intrincada relación con Sandra, para Megabom, el niño torpe del grupo.
Esta paternidad fallida también es parte esencial de Un oso rojo (2002), donde Caetano, esta vez en clave de western suburbano, vuelve a poner en pantalla el tema de la protección del más débil a toda costa.
De todos ellos, Sandra es quien aporta la mirada más reflexiva y moral sobre la delincuencia, respecto de los robos que el grupo hace, tal vez porque es quien la padece. En una escena sirve como chivo expiatorio, al ir presa en lugar del resto.
Cuando el Rengo aparece con un policía, los muchachos, irresponsables, fuman marihuana y toman vino dentro del obelisco. La sentencia de Sandra, que decide irse a vivir con su padre, respecto del futuro con el Cordobés es: "Si querés que vuelva, buscate un laburo como la gente".
La película invierte los polos de lo que sería una historia policial, poniendo el foco en los criminales y desde un estilo despojado y crudo.
Pizza, birra, cine
En Pizza, birra, faso podemos detectar, además del tono general y del tema de jóvenes ladrones, un elemento intertextual con Los olvidados (Buñuel, 1950). En una escena casi idéntica, un discapacitado resulta la víctima de las tropelías del grupo, que le roba la poca plata que ha juntado.
También encontramos una alusión no muy encubierta a Tarde de perros (Lumet, 1975), en donde se prefigura un tema "robinhoodesco": Sonny (Al Pacino) roba un banco para pagar la operación de cambio de sexo a su pareja; aquí, el Cordobés decide hacer un último robo y escapar al Uruguay para comenzar de nuevo (puede haber algo de irónico en esto: Caetano partió de Montevideo para acabar descollando en el cine argentino, mientras que uno de sus personajes emprende el camino inverso, a un oriente prometedor).
No obstante, cada intento del grupo resulta en pérdida y mayor frustración. Los factores no son la ley o sus instituciones: son otros delincuentes que no se atienen a un código de honor que se supone existe entre los ladrones. El Trompa (Daniel Di Biase), en su rol de taxista “datero”, se queda con gran parte del dinero que obtienen los muchachos, y Rubén (Adrián Yospe), en su ansiedad, elige un pésimo lugar para realizar un atraco.
Si Nueve reinas (Bielinsky, 2000) años más tarde mostró al gran público las trampas de los estafadores callejeros, Pizza… pone al descubierto un método con poca logística pero efectivo, provocar una gresca entre un grupo de personas (en este caso en una fila para conseguir trabajo) mientras que uno de los cómplices procede al robo; sale mal, y terminan a las corridas.
La palabra de Stagnaro
En una entrevista que le hice a Bruno Stagnaro en 2016, el director resumía algunos aspectos de la creación de Pizza, birra, faso: “Con Adrián prácticamente no nos conocíamos. Nos habíamos conocido un par de meses antes, en (la muestra de cortometrajes) Historias breves, nos empezamos a frecuentar y nos enteramos de un concurso que había de telefilms. Con el tema de que el concurso cerraba bastante próximo, tres semanas, empezamos a juntarnos para ver si podíamos llegar a ese concurso. Y arrancamos por una anécdota que nos cuenta un tipo del Chaco, que le había pasado en Capital camino a Aeroparque, donde lo abordaron en el taxi y le robaron, tal como está en la película. Eso me lo cuenta el tipo, me cuenta todo el comienzo de la película, y lo grabo. Y me lo cuenta tal cual, con los diálogos; él tenía muy buena memoria auditiva para los diálogos y me parecía buenísimo. Desgrabamos eso y la decisión a partir de ahí fue seguir con el punto de vista de los chicos, de los ladrones. El disparador fue esta anécdota, que nos parecía que tenía mucho de verdad, y después le agregamos esa escena del Cordobés reventando la llanta del otro taxista como una característica del personaje. Le fuimos agregando cositas al relato inicial”.
“La verdad que hoy por hoy no me detengo a pensar en la función del arte –si es denuncia política, si arte por el arte– y entonces era mucho más ingenuo. Tenía que ver con contar una historia y con los personajes. Y, en ese sentido... cero pretensión de tener una segunda lectura sobre lo que estábamos haciendo”, contó el realizador.
A la hora de hablar de las repercusiones, confesó: “Me sorprendió la recepción de la crítica al respecto, había una lectura sobre las cosas y se le encuentra una ideología, pero en el fondo lo más parecido a una ideología tenía que ver con querer contar algo que a uno le parecía verdadero, digamos. Y que no está queriendo generar golpes de efecto externos a lo que uno narra. En ese sentido como que hay una cierta fidelidad, o compromiso, digamos, que después se traduce en algo que puede ser leído como una ideología. Igual es como todo, como muy sofisticado”.
¿Un nuevo cine?
“No me sentía parte de un movimiento entonces. Sí lo que había, en los 90, era como una explosión de escuelas de cine, y eso generó una cantidad enorme de gente que empezó a dedicarse a esto, y había como una empatía generacional, y una ebullición. Como ser parte de lo mismo. Ahora, no creo que hubiera una línea estética común como para definir un tipo de escuela…no sé, el neorrealismo italiano era como mucho más claro”, reflexionó sobre la nueva manera de hacer cine que comenzó en ese momento.
A propósito, por esos tiempos el escritor y cineasta Martín Rejtman estrenó Rapado, que parecía estar en consonancia con Pizza, birra, faso.
Stagnaro dijo haberse sorprendido por las resonancias. "Me llamó mucho la atención esa búsqueda en el tono, más allá que tenía una cierta poética lacónica que me causaba mucha gracia en ese momento, había como una búsqueda de algo que para mí era más literario que cinematográfico. Como que en el cine en general las cosas tendían a ser más obvias y declamativas, en cambio en eso de Rejtman había algo como de la buena literatura, como una cosa más misteriosa, algo más de Salinger digamos, o una cosa medio bukowskiana. Y me acuerdo que eso me gustó mucho.".
El director, hijo del realizador Juan Bautista Stagnaro, también habló de las influencias cercanas en el momento de realizar Pizza, birra, faso. “Soy hijo de un director de cine. Había tenido una experiencia como actor en una película de mi viejo bastante atípica porque estuvimos tres meses filmando en Checoslovaquia, y eso creo que me influenció mucho como para querer formar parte de ese universo”.
Sin estrellas: para elegir el elenco, los directores buscaron a actores que los convencieran y luego escribieron el guion según sus características.
El elenco
La selección de actores, extraídos de fuera de los circuitos y evitando cualquier “nombre conocido” (al menos hasta el momento), fue otro hallazgo de la película.
Tanto fue así que pronto el film catapultó a uno de sus actores protagónicos, el cordobés Héctor Anglada, quien luego pasaría al mainstream televisivo, aunque su carrera sería truncada pronto por la fatalidad.
A propósito de la elección del elenco, Stagnaro recuerda: “El tema es así: Héctor (Anglada, que encarna al Cordobés) había trabajado con Adrián (Caetano) en Córdoba, así que ya lo tenía como visto. Así que cuando comenzamos a escribir el guion me decía que le gustaría incluirlo a Héctor porque tenía una cosa medio fetiche. Entonces me mostró un par de cortos y me pareció que estaba bueno. Fue una decisión un poco a la inversa, escribimos el personaje pensando en él”.
Con respecto al resto de los actores, destaca: “Salió de casting, y fue la premisa tratar con chicos que no fueran actores conocidos. En ese sentido había una película española en ese entonces que me mostró el asistente, pero no me acuerdo cómo se llamaba. Una película que tiene el tema Me quedo contigo. Es una película que fue bastante famosa en su momento, también con chicos medio lúmpenes… [se refiere a Deprisa, deprisa, de Carlos Saura, de 1981]. En eso también nos inspiramos”.
Según una entrevista que hizo Andrés Fevrier, los directores eligieron un método “de inmersión” para que los actores se compenetraran en sus respectivos personajes: alquilaron un lugar para que vivieran juntos e interactuaran como en la ficción.
El contexto histórico
“A la película la filmamos en junio y julio de 1996, con excepción de la escena del Obelisco, y uno no es que está parado mirando el momento histórico, estás como parado viendo lo que tenés alrededor. Y en ese entonces, un poco por nuestra edad y también por cierto espíritu callejero que teníamos en ese momento en particular, y también por tener mucho tiempo disponible, estábamos mucho en la calle”, rememoró Stagnaro.
“Creo que de alguna manera eso se impregnaba en lo que hicimos” –continuó–. Toda esa zona de Corrientes y Callao, que tenía esa cosa de ser muy bulliciosa pero al mismo tiempo como de grandes contrastes entre el movimiento diurno y lo que aparecía cuando se iban los oficinistas, bandas de pibes, marginales. Andábamos mucho por ahí y de algún modo quedó impregnado en la película. Básicamente, eso es lo que quedó. De nuevo, no había intención de plasmar la debacle del menemismo. Pienso, en ese momento hacer una escena sobre una cola de desocupados era una posibilidad; no es que estábamos queriendo denunciar eso, era uno de los escenarios posibles. Son cosas que las ves en perspectiva y te dan como signos históricos, y son hechos cotidianos”
Si bien es posible aducir que está demasiado ligada a un período en particular, Pizza, birra, faso es de una extraña belleza; por momentos tierna, cruda, inolvidable. Para volver a ver.