La transición sin diálogo ni gestos de convivencia

Desde la desatenta reunión que Cristina Fernández ofreció a Mauricio Macri hasta la grotesca discusión acerca de dónde se deben entregar los símbolos del mando presidencial, la transición ha devenido un estado de cosas institucionalmente vergonzante.

La transición sin diálogo ni gestos de convivencia

La presidenta de la Nación tuvo la oportunidad histórica de ofrecer un gesto y una actitud diferentes en la reunión con el presidente electo, celebrada durante la semana pasada, demostrando una clara intención de facilitar la transición gubernamental.

Pudo ofrecer a su sucesor, y no lo hizo, las facilidades de una apertura de su gobierno y la habilitación de los canales para que equipos de la nueva gestión, que está a punto de asumir, accedieran al conocimiento de cómo están las cuentas públicas y otros aspectos funcionales del Estado, para nada secretos y abiertos a la consideración pública.

Hubiera sido un gesto de buena voluntad y demostración de alta calidad institucional que la población, cansada de las tensiones provocadas por un largo y agobiante año electoral, hubiera recibido con alivio.

Lo paradójico de la situación es que esto ocurre en tiempos en que los asuntos públicos parecen materia de conocimiento del grueso de la población, concepción que se presenta más que nunca como el Estado de todos.

La reunión entre la mandataria actual, Cristina Fernández viuda de Kirchner, y quien recibirá el bastón de mando, ingeniero Mauricio Macri, fue mezquina, breve y a puertas cerradas por decisión del oficialismo. Hasta la formalidad, aparentemente intrascendente, de una foto de la entrevista entre los dos políticos, hubiera sido suficiente para dar una imagen favorable a la concordia a la que aspira el grueso del pueblo argentino.

Contrastó ese casi secreto diálogo, de no más de 20 minutos, con el encuentro del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Osvaldo Scioli y quien ocupará su lugar, María Eugenia Vidal, abierto en parte para la prensa y que tuvo matices reservados y otros comentados en voz alta.

“Hemos repasado en líneas generales los principales temas que vienen en los primeros meses de gestión”, contó la gobernadora electa, visiblemente conforme con la actitud del ex candidato a presidente. Añadió: “Tenemos la mejor predisposición para poner a la gente como prioridad, por encima de las diferencias partidarias”, y adelantó que seguirán “teniendo contacto más allá del 10 de diciembre” si es que hace falta. “Podemos tener diferencias sobre los números, pero somos personas dispuestas a trabajar en conjunto”.

La oportunidad de mostrar una actitud diferente por parte de la actual presidenta -menos belicosa frente a la inauguración de un nuevo y democrático período de gobierno, que conformará a unos más que a otros pero al que hay que brindar un tiempo inicial de acomodamiento y realización- pasó fugazmente en el vértigo de acontecimientos que se van sucediendo.

¿Qué argentino de bien no desea que imperen de ahora en más el consenso y la fraternidad -con las lógicas diferencias políticas que cada uno asuma-? La Presidenta tuvo la ocasión de demostrar que era la primera en alentar la convivencia y de dar señales auspiciosas de que, finalizada la contienda electoral, ésta debe continuar moldeándose entre oficialismo y oposición, pero de cara a la gente que todos dicen representar.

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