La transición en una foto - Por Néstor Sampirisi

La transición en una foto - Por Néstor Sampirisi
La transición en una foto - Por Néstor Sampirisi

Fue una foto nomás. Ver al presidente Mauricio Macri y a su sucesor electo, Alberto Fernández, sentados en el despacho presidencial de la Casa Rosada al otro día de la definición electoral fue una bocanada de aire fresco. Un gesto que podría pensarse como un símbolo hacia una sociedad profundamente dividida no sólo en lo político sino también en la perspectiva de lo que debe ser nuestro país. El 48 a 40 (redondeando) que marcaron las urnas implica una interpretación de la realidad, pero sobre todo una visión del futuro.

Por eso la foto era importante. La foto de dos dirigentes que, según quienes los conocen, no se quieren para nada intentando una transición racional, ordenada, republicana, lógica. Pero fue una ficción. Si nada fue racional y lógico en la relación política entre los que se presentaban como bandos “enemigos” cómo pretender que lo fuera justo al final.

Aunque hay quienes aseguran que existen contactos de dirigentes del peronismo y funcionarios de segunda línea que se circulan información (de hecho se designaron personas de contacto), lo más evidente es que no hay conversaciones o reuniones formales por área. Tanto que esta semana el ministro de Defensa, Oscar Aguad, fue irónico: “Si no se da (la transición) dejaremos los papeles sobre la mesa”. Para quienes sostienen que, aunque no se admita, los contactos existen el ministro exagera.

Aquella prometedora transición de la foto derivó en una suerte de limbo: el Gobierno que está, se desinfla irremediablemente y el poder que viene, evita cualquier definición que pueda condicionarlo o hacerlo corresponsable de los actuales males, sobre todo en materia económica. Uno se imagina al presidente Macri vaciando sus cajones, armando valijas y bolsos, tratando de dejar a sus más leales a resguardo y soñando con tener un último baño de multitudes el 7D en la Plaza de Mayo.

Mientras, Alberto se largó a una ronda de protagonismo internacional con algunas derivas peligrosas: pelearse con Donald Trump por el golpe/no golpe/autogolpe (a gusto del consumidor) en Bolivia o con Jair Bolsonaro por mera antipatía política no parecen buenos caminos. La posición de Estados Unidos será clave para evitar un nuevo default a la hora de negociar los reperfilados 57 mil millones de dólares del stand by otorgado por el FMI a la administración Macri. Brasil, en tanto, es el principal destino de las exportaciones argentinas: según datos del año pasado 18% de las ventas de nuestro país fueron a tierras brasileñas. Poco importa si se habla mal de la Warner Brothers, Bugs Bunny y El Correcaminos. Pero si hay alguien con quien no tenemos que pelearnos es con EEUU y Brasil. No es una cuestión de gustos personales sino de interés estratégico como país.

Los días desde aquella bucólica imagen transcurrieron entre cotilleo, frases para la tribuna y sucesos más o menos desafortunados. Un nuevo escandalete por el aborto salpica a ambos lados de la grieta, la desopilante ley de góndolas, los rumores de retenciones al campo, la minería y el petróleo se parecieron demasiado a un déjà vu. Sin un futuro por imaginar y sin aprender nunca del pasado, todo es un presente contínuo, una partida entre pícaros.

Nada cambia en la Argentina del eterno retorno. En setiembre pasado, el economista mendocino Claudio Loser, ex funcionario del FMI, aseguraba que el próximo presidente “recibirá un país muy nervioso, pero en mejor estado fiscal y macroeconómico que el que recibió Macri en 2015”. Otros son menos optimistas. Aseguran que Fernández recibirá un país con indicadores económicos muy parecidos a los que encontró Macri hace cuatro años, con indicadores sociales bastante peores y un lastre adicional: una deuda pública con mayor peso relativo respecto del PBI y más comprometida en dólares que la de 2015 .

Todo tan parecido a 2015 que otra vez volvió la discusión sobre cómo y dónde debe hacerse la ceremonia de traspaso de mando. Hace cuatro años Macri y Cristina Kirchner no lograron ponerse de acuerdo y la ex presidente, futura vice, se negó a entregar los atributos de mando (banda y bastón) en la Casa Rosada, tal como pretendía el actual mandatario y como marca la tradición de las sucesiones presidenciales. Fernández decidió imitar a Néstor y Cristina. Quiere que toda la ceremonia se haga en el Congreso (la Constitución fija la jura en ese lugar) y que la banda y el bastón le sean entregados frente a la Asamblea Legislativa. Macri aceptó y así se hará.

Es el acuerdo más elevado al que se llegó. Nada se ha siquiera sugerido de los temas urgentes del país: la inflación y el riesgo de híper, el gasto y déficit públicos, la crucial renegociación de la deuda externa, las reformas laboral y previsonal, el mercado cambiario, las tarifas de la energía, las tasas de interés y el crédito. Y lo esencial: cómo hacemos para que la economía vuelva a crecer después de años.

Se pudo aprovechar para trabajar en conjunto y ganar tiempo en algunos de estos asuntos. Pero no, habrá que esperar hasta el 10 de diciembre. La transición entre el primer presidente no peronista que termina su mandato y su sucesor (peronista) habrá sido sólo una foto. Quizás no sea poca cosa.

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