La torre de Babel peronista

La torre de Babel peronista
La torre de Babel peronista

El historiador judeo-romano Flavio escribió en tiempos inmemoriales su versión de la bíblica Torre de Babel. Según él, un déspota llamado Nebrodes, para consolidar su tiranía necesitaba que la gente le perdiera el temor a Dios, quien cada vez que los mortales se rebelaban contra su divinidad les mandaba una inundación como en épocas de Noé y ahogaba a todos los desacatados. Para seguir pecando sin que esta vez los ahogaran, Nebrodes ordenó construir una torre tan alta como para que ninguna inundación la pudiera cubrir del todo. Y además -pensó el ambicioso dictador-, si la construía lo suficientemente alta, en una de esas llegaba al cielo y le disputaba el poder a Dios. Los súbditos le hicieron caso y se pusieron a trabajar como locos para levantar la invencible torre. Entonces Dios, conmovido ante tanto esfuerzo aunque fuera contra él, decidió no ahogarlos como era su costumbre, sino darles un castigo mucho más sutil: “Ya que no habían aprendido nada de la destrucción de los pecadores anteriores provocó la confusión entre ellos haciéndoles hablar en distintas lenguas para que no se entendieran”.

Y la vieja historia bíblica se fue repitiendo infinidad de veces como castigo para los que no sólo quisieron vencer a Dios, sino ocupar su lugar. El último ejemplo, aún bien fresquito, es lo que le viene pasando al peronismo desde que perdió las elecciones y los miembros de su cúpula van cayendo presos como moscas, por buenas y malas razones. Entre ellas porque los jueces nombrados por la vieja corona han decidido sobrevivir guillotinando a los mismos que hasta ayer protegieron. Por lo cual es inevitable que hoy corten cabezas con la misma “prolijidad” con que ayer las defendieron. Lo extraño es que se asombren e indignen los que prohijaron a tales magistrados.

Pero la guillotina de los jueces es casi nada frente a la ira del propio Dios que ha decidido castigar la vanidad del reinado kirchnerista del “vamos por todo” (hasta por Dios), haciendo hablar a cada peronista en una lengua distinta, de modo que ya no se entiendan entre sí. Castigo infinitamente más sutil, aunque menos espectacular, que el de Comodoro Py. Así, todos los pasados que se buscó hacer renacer ahora se cobran sus venganzas haciendo que cada peronista hable uno de ellos sin entenderse con los otros. Entonces, con sus lenguas confundidas pero aterrados porque la guillotina avanza sin distinción, la mayoría, en los más ininteligibles idiomas buscan unirse, no por algún tipo de amor sino por todo tipo de espantos.

Y el primero, como no podría ser de otro modo, es Luis D’Elía (despreciado por el resto de los suyos, no debido a sus pecados sino por ser piantavotos), quien le dice a Cristina lo mismo que ella le dijo a Parrilli: “¡No seas pelotuda!, defendenos porque sino nos guillotinan a todos, incluyéndote”.

Pero a la dama no sólo se le rebela el piantavotos, sino que Julio De Vido, su dócil y servil ministro, le dice el más cruel insulto que nunca jamás ninguno de los suyos osó decir: "Días anteriores a mi arbitrario e ilegal pedido de detención ocurrió algo que sin duda alguna tuvo una particular influencia en los medios, y no dudo que también en el Congreso. Fue cuando alguien dijo, al ser consultado de mi gestión que no ponía las manos en el fuego por nadie salvo por su entorno familiar íntimo; todo muy simultáneo; todo muy coincidente; demasiado explícito".

¿Entiende el lector lo que quiso decir el encarcelado ministro?: que Cristina lo entregó a sus verdugos. Ni siquiera como Pilatos, que se lavó las manos, sino como Judas, que lo vendió por cuatro monedas.

Nadie entonces más confundida que la reina que quiso tomar por asalto el cielo con malandras como los citados y los que van siendo encarcelados.

Que le digan pelotuda, que le digan Judas, que le exijan poner las manos en el fuego por los caídos en desgracia. Justo a Ella, que intentó incendiar el reino en poder de los bárbaros macristas predicando el apocalipsis que no ocurrió, salvo para Ella y sus seguidores, que lo están comenzando a vivir del peor modo posible.

En otro idioma habla Horacio Verbitsky, que creyó encontrar la salida de la debacle cuando decretó que Macri ya tenía, con Santiago Maldonado, su primer desaparecido. Verbitsky razonó (?): el macrismo es una dictadura, la dictadura para ajustar necesita reprimir, la represión trae muertos y para que los muertos no se vean hay que hacerlos desaparecer. “Vos, Cristina, colgate del desaparecido y así ganaremos”, le hizo creer a Ella el sagaz periodista. Es que más allá del vulgar uso político de la tragedia del pobre chico muerto, ambos creyeron que los 70 todavía seguían vivos hasta que la realidad les mostró que ese viejo idioma ya no explicaba nada. Ni un voto sacaron con él.

El que trata de unir los idiomas dispersos es Guillermo Moreno, quien predica algo que quizá nunca haya existido, la lealtad peronista. Pero ya no lo usa para que los compañeros se defiendan de la maldad ajena, sino para que se los perdone de la corrupción propia. Cuando cayó Lopecito con el bolso conventual de nueve millones de dólares, Moreno dijo que pecó porque le “faltó doctrina peronista”. Pero que si se arrepiente, el día que salga “lo llevaremos a un plenario peronista para que pida perdón, y sin ninguna duda lo reincorporaremos". Lo mismo dice de Julito De Vido: "Si vos tenés un hijo que te sale por el camino de la sombra, sigue siendo tu hijo, porque para eso está la parábola del hijo pródigo, que cuando lo recuperás hacés una fiesta. Nosotros no negamos. Jesús perdonó a la prostituta, eso no significa que no tenga que pedir perdón, pero vos no lo negás, lo peor es la negación. Mirando el sol decís humildemente perdón, pero negar es de cobarde". Vale decir, al peronista, sea cual fuere el pecado cometido, internamente se lo debe perdonar, pero externamente se lo debe defender siempre del gorilaje. “Hay que poner las manos en el fuego por todos”, dice, en clara alusión crítica hacia Cristina, la que se quiere salvar sola.

En otro idioma habla el escritor Jorge Asís, eterno peronista que sin embargo fuera el primero en denunciar la corrupción K. Pero ahora, en un cambio metafísico, cree que querer meter presos a los corruptos que él mismo denunció es propio del “periodismo patrullero”, de los periodistas canas, buchones, delatores. Y así como pide un indulto para los militares represores, hoy lo pide para los corruptos. El hombre cree que volvimos al 55, que el antiperonismo regresó triunfante y que quiere meter presos a todos los peronchos.

En otro idioma también habla Miguel Pichetto, un peronista que siempre obedeció a los líderes pero que a la vez fue el primero en enterrarlos cuando entraron en su ocaso. Ahora quiere enterrar a Cristina y volver a los 80 con una nueva renovación peronista. Pero como sabe que las banderas de aquella renovación hoy están más cerca de Cambiemos que del actual peronismo, propone un buen viraje a la derecha para ganarle a Macri desde ese lado y no desde el progresismo, al que odia. Eso sí, como buen compañero, propone un indulto para Menem y Cristina, pero bien aislados en el Senado, como en una prisión de cristal.

Muy en otra lengua habla Julio Bárbaro, quien intenta volver al 73 a ver si es posible reeditar el abrazo Perón-Balbín y unir de una vez por todas a los argentinos. Más que loable intención, excepto que hoy por hoy quien se atreva a abrazarse con el peronismo en el estado en que se encuentra, corre el riesgo que el abrazador le clave un cuchillo en vez de responderle al abrazo.

En fin, con tal de que el futuro no venga, miremos la Argentina con los ojos del 45, del 55, del 73, del 76, del 83, del 85, del 2001, del 2003, del 2011. Todo sea por seguir provocando a Dios para que además de confundir todas las lenguas, se enoje aún más y termine convirtiendo a todos los pecadores en estatuas de sal.

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