La tolerancia, virtud republicana

La Argentina acaba de finalizar un prolongado periodo electoral, que deriva en un recambio institucional trascendente con el cual debería abrirse una etapa de nuestra vida democrática en la que la tolerancia pase a ser una virtud dominante y característic

La tolerancia, virtud republicana

La tolerancia política comienza por el diálogo, o bien la sana discusión de los temas estratégicos para una nación o una provincia, algo que en los últimos años quedó prácticamente de lado por imperio de mayorías circunstanciales que fueron aprovechadas para desvirtuar ámbitos naturales para esa práctica, como el Parlamento, o bien por la imposición del erróneo concepto de que el punto de vista en contrario es distintivo de posturas conspirativas o desestabilizadoras del orden constitucional, tal como se criticó en forma permanente durante años a quienes en la política, el periodismo o ámbitos académicos y profesionales discrepaban válidamente con el derrotero que eligió para nuestro país el kirchnerismo ahora en retirada.

Desde el oficialismo que debe entregar el poder en pocos días se sigue argumentando que el reciente resultado electoral a favor de la oposición fue producto de una constante prédica de grupos políticos, mediáticos y empresarios destinados a torcer el rumbo del país pretendidamente kirchnerista. Habría que recomendar al oficialismo que se va una sana autocrítica que les permita a sus dirigentes determinar las razones por las que en un período constitucional de cuatro años el riquísimo respaldo popular reflejado en las urnas en 2011 se redujo sustancialmente y derivó en la caída que determinó el balotaje del domingo pasado.

Nadie puede argumentar en la Argentina de hoy que la ciudadanía le da la espalda a la democracia. Todo lo contrario: los elevados porcentajes de participación popular en un año marcado por las sucesivas convocatorias a las urnas confirman la sana vocación de apego a la Constitución, producto de más de tres décadas de consolidación democrática. Precisamente, esa consolidación democrática es la que demanda que el ejemplo arranque en los planos superiores que ocupa la dirigencia política.

Es por ello que el nuevo ciclo que comenzará el 10 de diciembre con la asunción de un nuevo presidente debería tender a erradicar el distanciamiento que se fue forjando durante años a partir de la necia idea de que los argentinos somos amigos o enemigos, buenos o malos, leales o traidores...

Bien se ha dicho que la tolerancia y la calidad del sistema político siempre van de la mano. Y la concreción de buenas políticas públicas se asienta sobre una expectativa de convivencia a largo plazo. Se impone allí la tolerancia, encargada de aceptar diferentes puntos de vista que conduzcan al mismo objetivo del bien común. En política, la intolerancia de cualquiera de las partes que componen el sistema democrático, oficialismo y oposición, lleva inevitablemente a la realidad que nos tocó vivir en los últimos años: autoritarismo, ruptura, monólogo y deslegitimación.

La inevitable división entre dos posturas que arrojó el sistema electoral a través del reciente balotaje no está marcando la profundización de una grieta social, como lamentablemente se incentivó durante más de una década en el país. El resultado de la segunda vuelta nos dice que hubo una corriente partidaria que ganó pregonando un cambio y otra importante parte de la sociedad que prefería la continuidad, sin que ello signifique a partir de ahora no sumarse al marco de sana discusión de los problemas de los argentinos que se propone.

Es de esperar que la etapa de la tolerancia entre los argentinos a partir del diálogo y de la sana discusión haya llegado y que con ello el debate de ideas sea el pilar de nuestra consolidación como república.

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