El enojo de Gabriela (29) con su novio Marcelo (28), no se disipó hasta que uno de los dos decidió marcar el número de teléfono y entablar una charla hablada.
Horas antes, la comunicación, que había quedado confinada a escuetos mensajes de texto, derivó en un malentendido.
Complicado por las demoras con los colectivos el chico le había escrito a su amada: “No llego a tiempo”. La idea, cuenta el joven, era advertir a la chica que de hecho, no podría ir a buscarla al sitio donde habían acordado.
“Ok, igual te espero”, contestó ella, sin observar que su frase no expresaba la pregunta que deseaba plantear. De hecho, la frase correcta hubiese sido: “Ok, igual ¿te espero?”
Lo cierto es que él pensando que su novia lo continuaría esperando, hizo hasta lo imposible por estar en el sitio del encuentro, aunque con una hora y media de retraso.
Ella, por su parte, al no obtener una respuesta, dio por supuesto que Marcelo había sido indiferente a su mensaje y se fue del lugar.
“Ahora trato de ser más clara con los mensajes”, dice entre risas la chica al recordar aquel episodio. Lo cierto es que lejos de ser una situación aislada, en una sociedad atravesada por las nuevas tecnologías de la comunicación, las anécdotas como la de Gabriela y Marcelo se repiten de manera cotidiana, aunque no siempre tienen un desenlace feliz en materia de vínculos
Eugenia (42), por ejemplo, casi pierde una amistad de veinte años, después de enviar un correo electrónico. “Te voy a matar”, le había dicho a su amiga en forma irónica en alusión a una charla previa que ambas habían mantenido.
El hecho fue que la destinataria, al tomar como una agresión esa expresión, pasó varias semanas triste, suponiendo que Eugenia tenía un grave problema con ella.
“Supe que estaba ofendida conmigo porque su esposo me llamó y me explicó lo mal que la había visto después que leyó mi mensaje”, relata la mujer y aclara que justamente su intención estaba muy lejos de hacer daño a su amiga. “Creí que al conocernos durante tantos años me iba a entender, pero no fue así”, recuerda ya con el malentendido aclarado.
Los comentarios vía Facebook están cargados de la subjetividad de quienes los escriben, aunque las interpretaciones serán tan distantes como la mirada del mundo que tengan todos cuantos los lean (y a su vez, deseen transmitir su opinión sobre un determinado tema).
Pero si esta red permite explayarse con holgura, basta con atender a las conjeturas que miles pueden realizar sólo con leer una frase de Twitter, que admite un límite máximo de 140 caracteres.
Exceso de signos, escasez de comunicación
Ni los personalizados mails, ni los sintéticos emoticones, tan utilizados para resumir una respuesta o transmitir estados de ánimo o sentimientos, quedan fuera del plano de los equívocos en relación con lo que la otra persona deseaba expresar
Mención aparte merecen los signos de puntuación. Es que si son mal utilizados (tal como le sucedió a Gabriela) pueden llevar a confusiones y ofensas de distinto tenor.
Si a los mensajes de Whatsapp o a las largas charlas grupales vía ‘Face’ se hace referencia, entonces no faltará una que otra confusión generada a causa del cruce de temas incluidos en una misma comunicación efectuada entre dos o más participantes.
Abreviar palabras al máximo o bien escribirlas todas en mayúsculas e inundar de signos de admiración o interrogación un mensaje, pueden parecer algo intimidantes para algunos, mientras que los más expresivos leerán con “sabor a poco” las contestaciones más concisas y directas, tales como un seco “ok”.
Otro tanto, por su parte, optará por alivianar la carga de lo que desean expresar rematando la oración con un "jajaja".
Para Ariel (30), la causa de este fenómeno que se origina en las redes sociales y mensajes de texto -con diferentes consecuencias en el plano individual- reside en la diferencia entre el lenguaje escrito y el oral.
“Si hablás por teléfono la otra persona sabe, según tu tono de voz qué querés decir, si estás angustiado, contento o enojado. En cambio, cuando escribís no siempre el mensaje tiene la connotación que le quisiste dar”, comenta.
A él, de hecho más de una vez le sucedió: “Me ha pasado, por ejemplo, hacer un chiste o un comentario irónico en el ‘Face’ o en Twitter y que algunos contactos lo mal interpreten”, asegura Ariel.
Romper el pacto
Ahora bien. ¿Porqué se generan estas situaciones que impactan de manera directa en las relaciones interpersonales? Para responder a ese interrogante, María Julia Amadeo, magister en Lingüística, se remite a las premisas desarrolladas por el filósofo británico Herbert Paul Grice, quien planteó cuatro aspectos necesarios para que exista lo que él llamó el “Pacto conversacional entre los hablantes”.
El primero -explica Amadeo- es el ligado a la verdad. “Es necesario ser claro en lo que para mí es cierto o lo que me consta”, dice la especialista. La segunda regla consiste en la relación que debe existir entre lo que se expresa y el tema del cual se está hablando.
En tanto, la tercera y cuarta regla tienen que ver con la cantidad de cosas que el hablante dice (no decir ni más ni menos de lo que la comunicación demanda) y la claridad con que comunica, respectivamente.
“Es importante decir las cosas de manera ordenada, sin ambigüedades, para que el otro pueda entenderme”, detalla la docente de Lingüística de la carrera de Comunicación Social de la UNCuyo.
Cuando una, varias o todas esas máximas de la comunicación es o son alteradas por el interlocutor, surge lo que se conoce como presuposiciones conversacionales.
Ni la comunicación cara a cara ni la que se realiza de manera ‘virtual’ están exentas de esto. Lo que ocurre, desliza Amadeo, es que en las últimas puede suceder que no siempre existe un intercambio simultáneo que permita efectuar salvedades en el mismo momento de la charla.
Así, por ejemplo, si la conversación es telefónica, entonces será posible incluir en la misma comunicación, una aclaración, una confirmación, una pregunta o una reformulación que permita que el receptor se acerque más a lo que el emisor desea plantear y viceversa.
Con un mail, por ejemplo, esto no ocurre y las dudas pueden despejarse pero, tal vez, a destiempo, cuando ya quedan fuera del contexto de esa charla concreta.
“Las presuposiciones impactan en las redes sociales y se repiten de manera constante, sobre todo si se plantean ironías, metáforas o expresiones ambiguas”, confirma Amadeo.
El "costo cognitivo"
Daniel Israel, doctor en Letras y profesor de Psicolingüística de la Facultad de Educación Elemental y Especial de la UNCuyo, considera que más allá del medio por el cual se concrete una comunicación, lo cierto es que tanto en una conversación cara a cara como en una que se realiza por medio de las redes sociales pueden existir malos entendidos y presupuestos.
“Lo cierto es que en una conversación siempre veremos la punta del iceberg, pero no lo que hay debajo. Por eso, siempre hay un costo cognitivo en la comunicación, sobre todo si no hay un conocimiento previo del otro”, remarca el especialista.