Si algo caracterizó la gestión del ministro de Economía, Axel Kicillof, son los desaciertos. El constante empeño por regular las variables económicas derivó en un sinnúmero de decisiones que generaron situaciones traumáticas para la economía en su conjunto.
Luego del fracaso de la devaluación del peso en enero de 2014, el ministro no acertó en la política cambiaria y a riesgo de caer en una nueva caída de la moneda nacional, la emprendió luego con una revalorización del peso. La decisión no fue caprichosa ni antojadiza. Se hizo para mantener la ilusión de un “efecto riqueza” apoyado en el retraso cambiario.
Al igual que el ex-ministro José Alfredo Martínez de Hoz, la administración del tipo de cambio de Kicillof se asemeja a la “tablita” del ministro del régimen militar.
En ambos casos, se llegó a una absoluta regulación cambiaria, con tasas de interés positivas y una inflación en dólares que destruyó capital y puestos de trabajo.
Hace rato que en la Argentina resulta más barato importar que producir. De allí que no son casuales las regulaciones sobre las importaciones y la falta de divisas para pagar insumos.
Todo este andamiaje sostenido por Kicillof en soledad, derivó en la aparición del déficit comercial.
A fuerza de una contabilidad de dudosa credibilidad, el déficit comercial habría trepado en 2015 a 1.700 millones de dólares, aun cuando el Indec muestra que existe superávit.
Los datos surgen de la denominada Base Usuaria del Indec, un sistema estadístico al que acceden profesionales e incluye todas las operaciones de comercio exterior registradas en aduanas.
La balanza comercial en 2015 registra una caída de más del 70 por ciento respecto de igual lapso de 2014.
Uno de los síntomas del atraso cambiario y la pérdida de competitividad se refleja en las exportaciones de productos industriales que se contrajeron 16% en cantidades.
La “tablita de Kicillof” ha provocado un fuerte deterioro en los términos de intercambio y sumado a una creciente emisión monetaria para mantener la ilusión de consumo, ha acelerado la inflación en dólares.
Atraso cambiario, tasas de interés positivas, inflación en dólares, déficit fiscal creciente, emisión monetaria, conforman un cóctel explosivo que detonará después del 10 de diciembre.
La gestión de Cristina Fernández es una colección de horrores económicos eclipsados tras episodios conflictivos como el enfrentamiento con el campo y las nacionalizaciones de empresas y confiscaciones de ahorros privados.
Cuando CFK recibe el gobierno de su ex-esposo, el dólar costaba 3,15 pesos, mientras que hoy a punto de dejar la Casa Rosada, el dólar cuesta 9,60 pesos. Entre ambos precios hay un crecimiento de casi 205 por ciento.
Pero la suba de precios, en los ocho años de gestión de CFK, alcanzó al 500 por ciento. Esta diferencia expone con claridad la magnitud del retraso cambiario, provocado por el kirchnerismo y que tendrá que resolver la futura administración.
Si se alineara el tipo de cambio a la evolución de precios arrojaría una paridad de 18,90 pesos, sin contar los excedentes de los agregados monetarios, algo que también fue exacerbado por CFK y Kicillof.
Los 18,90 pesos son un tipo de cambio ajustado por inflación desde 2008, contra 9,60 pesos tipo de cambio, según Kicillof. La diferencia, es la magnitud del retraso cambiario. Mientras que los precios crecieron en los últimos ocho años a un ritmo del 25 por ciento anual, los agregados monetarios lo hicieron en promedio al 33 por ciento, lo que se traduce en un exceso de oferta monetaria que se vuelca al dólar en el mercado marginal.
Y finalmente, Kicillof deja al igual que el Joe un déficit fiscal monstruoso equivalente a 7 puntos del PBI, unos 35.000 millones de dólares que habrá que conseguir porque ya no hay más reservas.