La sorpresiva sordera de Nicolás Maduro

Una repentina otitis, según manifestó el propio Nicolás Maduro, impidió la reunión que el presidente de Venezuela debía mantener con el papa Francisco. Era indudable que, en la audiencia, el Sumo Pontífice le iba a consultar sobre la realidad política de

La sorpresiva sordera de Nicolás Maduro

Estaba todo previsto para que el papa Francisco recibiera al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en una de las audiencias que el Sumo Pontífice realiza con los jefes de Estado, como hizo con las presidentas de Chile, Michelle Bachelet, y de la Argentina, Cristina Fernández. Pero una “sorpresiva” otitis “obligó” a Maduro a suspender su viaje a Roma, lo que derivó en la suspensión de la máxima reunión con Francisco.

No deja de llamar la atención lo sucedido con el primer mandatario venezolano. Sucede que ese país caribeño se encuentra atravesando una seria crisis institucional, como consecuencia de medidas autoritarias y antidemocráticas que determinaron las detenciones de los principales candidatos de la oposición, a lo que se suman los avances sobre la libertad de prensa y la reacción policial ante las manifestaciones callejeras impulsadas por la oposición y el estudiantado, que han dejado un saldo de varios muertos.

La realidad marca que la consideración pública del presidente venezolano ha caído a sus niveles más bajos desde que asumió el poder. Pero Maduro no la acepta y, muy por el contrario, reacciona de manera desproporcionada cuando las críticas aparecen fuera de Venezuela, como sucede con España y, más precisamente, con la llegada del ex presidente español Felipe González.

Resultaba indudable también que en la reunión con el Sumo Pontífice, el Papa no iba a perder la oportunidad para deslizar su posición respecto de lo que está sucediendo en Venezuela, esencialmente después de la huelga de hambre que realizaron los familiares de los detenidos políticos y que veían en el jefe de la Iglesia Católica como el único árbitro capaz de encontrar una salida a la difícil situación.

Los militantes y dirigentes de la denominada Mesa de Unidad Democrática decidieron tomar un templo de cada ciudad venezolana 24 horas antes de la cumbre en Roma, en lo que calificaron de un planteo humano.

“¿Cómo es posible que Maduro vaya a Roma sabiendo que Daniel Ceballos (un detenido político) está en riesgo de muerte?”, se preguntaron. Paralelamente, la Iglesia Católica se había expresado en numerosas oportunidades llamando a la paz en el país.

Con su enfermedad, Maduro logró al menos postergar el reclamo papal pero no ha podido evadir la repercusión internacional que provocó la llegada al país del ex presidente español Felipe González, lo que generó una tormenta de críticas, insultos e improperios contra el “injerencista e invasor” que pretende participar en la defensa de los presos políticos Leopoldo López, Antonio Ledezma y Daniel Ceballos, todos cercanos a la socialdemocracia, en la que el ex presidente español también milita.

El propio Maduro, a través de las redes sociales, hizo pública la irritación del gobierno bolivariano ante la visita, señalando lo que considera “indecencia política” de González, acusando entonces a las “mafias españolas que saquearon a Venezuela”.

“El eje político Bogotá-Madrid-Miami actúa desesperado; envía personajes para legitimar su guerra contra Venezuela y quieren ponerle la mano a la patria. Los asuntos de Venezuela son nuestros, sólo los venezolanos tenemos potestad para asumirlos”, dijo Maduro.

Frente al cúmulo de denuncias y a la participación diplomática directa de España, más allá de la intervención de Felipe González, no deja de llamar la atención el silencio en que han caído los mandatarios de esta parte del continente.

Especialmente de aquellos que integran el Mercosur -del cual Venezuela es parte- que fueron muy duros con Paraguay cuando en un acelerado juicio político destituyó a su presidente pero que mira para otro lado cuando se avanza sobre las libertades democráticas en el país bolivariano.

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