La sorpresa - Por Jorge Sosa

Uno anda deambulando distraído de la vida, hasta que nos pone ante un hecho que no estaba en carpeta.

La sorpresa - Por Jorge Sosa
La sorpresa - Por Jorge Sosa

De pronto el marido llega a la casa y la mujer, sin preámbulos ni prólogos, así, directamente y a la cara le dice: “Estoy embarazada”. ¡Mamita! ¡Qué sorpresa! Porque el tipo no imaginaba que eso podía darse y ahora, después de la noticia, no imagina si está capacitado para hacerse cargo de la paternidad.

Así son las sorpresas. La palabra “sorprender” viene del francés “surprendre”, vocablo compuesto por el prefijo “sur-” (“sobre”), derivado del latín “super” y del vocablo “prender” (“tomar”, “coger”), del latín vulgar “prendere” y este de “prehendere” (“sobre”, “prender”, con el sentido de “coger desprevenido, causar sorpresa, maravillar”).

La sorpresa resulta ser un estado de alteración emocional, consecuencia de un evento inesperado, imprevisto. Puede la sorpresa ser neutral (o sea, no te causa ningún impacto), agradable (te dan ganas de explotar de alegría) o desagradable (sentís un impulso irreflenable de  destruirla a cabezazos).

La sorpresa también puede provocar en el rostro ciertas características especiales. Por ejemplo: la boca abierta. Cae la mandíbula, mostrando labios y dientes. De ahí viene la expresión “me dejó con la boca abierta”.

Pero también hay cejas que se levantan, se estira la piel debajo de las mismas, se abren los párpados, se levanta el superior y se baja el inferior, dejando la mirada con una superficie más grande de lo habitual. De ahí, como es de suponer, es de donde viene la expresión “me dejó con los ojos abiertos”.

Como dijimos, hay sorpresas a las que uno toma sin sobresaltos, sin que se le ponga la gallina de piel. Son las menores y no tienen mayor interés en nuestras vidas.

Pero están las sorpresas desagradables, esas que nos atan un nudo de angustia en la garganta y hacen que  debamos pedir un turno urgente con el psicólogo.

Por ejemplo: “Querido, estoy recontenta, mi madre se viene a pasar unos días con nosotros”. El tipo queda sorprendido, pero además preocupado. Un susto es una sorpresa, que nos sacude de cuerpo entero y nos hace ponernos  en estado de alerta aunque ya sea demasiado tarde.

Y, por supuesto, están las sorpresas agradables. Que tu hijo te traiga de la escuela una libreta impecable con todos 10 es una sorpresa que no estaba en los cálculos. Eso pasa por menospreciar a los culillos. Que en el trabajo no sólo te asciendan de cargo sino que te retoquen el sueldo favorablemente es una sorpresa que te hace tener ganas de hacer una reunión de amigos para contarles del asunto.

Sacarse la quiniela por ejemplo, es una grata sorpresa. Por más que el tipo, al jugar el número (los números) tiene cierta sospecha de que los números pueden salir, cuando salen se siente más contento que Macri con buenas encuestas y da rienda suelta a su alegría gastando la plata en cualquier chuchería.

Uno no está preparado para la sorpresa, anda deambulando por el mundo distraído de la vida, y de pronto la vida nos pone ante un hecho que no estaba en carpeta, que no contábamos como posible. Y entonces se produce la sorpresa.

“¡Basta de sor-presas!”, dijo un obispo: “quiero a todas las monjas libres”. No sigo porque puedo entrar a hablar del Próvolo y esta se va a transformar en una nota lamentosa y lamentable.

Las sorpresas son parte de nuestras vidas, llegan cuando uno menos las espera, y por eso mismo son sorpresas.

Ojalá que en estos días una sorpresa, del todo agradable, sacuda la modorra de todos vuestros días.

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