La soledad - Por Jorge Sosa

La soledad - Por Jorge Sosa
La soledad - Por Jorge Sosa

La soledad tiene muchas caras, algunas sonrientes y otras decididamente agresivas. Estar solo es una opción para muchos y una determinación para otros.

Por lo tanto existen las personas a las que les cae muy bien la soledad y por nada en el mundo abandonarían esa situación,  y están las otras, las que la sufren intensamente y no pueden aguantar su compañía.

Hay muchas frases referidas a la soledad. Dijo Jean Paul Sartre: “Si te sientes en soledad cuando estás solo es que estás en mala compañía”. Dijo Sócrates: “Hasta que no te sientas cómodo estando solo, nunca sabrás si estás eligiendo a alguien por amor o por soledad”. Dijo  Friedrich Nietszche: “El solitario ofrece su mano demasiado rápido a quien encuentra”.

Todos aquellos que han escrito sobre la soledad es porque la han sentido alguna vez. No se puede escribir de algo que se desconoce. Por lo tanto, los grandes pensadores han incursionado por esta situación en algún pasaje de su vida. Tal vez frecuentemente, porque  es a los muy pensantes a los que con mayor ímpetu ataca la soledad.

Estamos preparados (¿educados?) para vivir en relación, tenemos tendencia a compartir cosas y momentos, pero mal habido el intento si no tenemos a nadie al lado. Una soledad entre multitudes es la peor soledad. Cuando llega el momento del recogimiento y uno se encuentra solo con uno la imposibilidad de aferrarse a otro es cuando se nota patéticamente.

El pensamiento divaga en las cosas sustanciales de la vida y va encontrando todas las puertas cerradas. Piensa uno en la finitud de la vida, por ejemplo, y nota que el tiempo se le escurre sin poder hablar en voz alta para que alguien escuche. El miedo entonces hace su trabajo y encuentra terreno propicio en el solitario.

Aprender a estar con uno mismo sería la solución, encontrar al otro adentro de uno, y entablar con él una relación de amistad que lo lleve a disfrutar hasta el mínimo momento. Pero, quien no lo encuentra no se encuentra y entonces las paredes vacías son su única respuesta.

Los domingos de los solitarios pueden ser el peor momento de este estado, de esta situación. Porque la soledad de los domingos es terriblemente angustiante. Uno ve, nota, percibe que los demás andan todos acompañados y uno no tiene a quién envolver con su abrazo. Claro que no siempre es así, porque muchos de los que ve acompañados también están solos, con una persona cercana, pero solos al fin.

Nos encerramos aunque estemos afuera y la adversidad colma la mayoría de los pensamientos, entonces, el pesimismo se hace presente y es muy difícil sobrellevar las dos cargas: la soledad y el pesimismo.

Pobres de los abuelos solos que sólo tienen como distracción repasar tiempos pasados, porque seguramente en esos tiempos tuvieron compañía y la ausencia entonces es una herida en el alma que no se arregla con una curita.

La soledad es el mal de muchos en esta sociedad gregaria en la que vivimos. Todo apunta a que el estado ideal es el de la compañía y los solitarios se sienten muy distantes del estado ideal.

Ayuda a un solitario, acéptale su mano rápidamente extendida como decía Nietszche, y apriétala para que sienta calor. Tal vez de esa forma inventes una sonrisa en un rostro que rara vez, muy rara vez se ríe.

La soledad es mala consejera, se arremolina en nosotros porque no tiene otra posibilidad y nos castiga con pensamientos que de ninguna manera le aportan algo a la vida.

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