La sociedad del chisme

Chimentos y más chimentos invaden la TV. Se transforman en tema de conversación en bares, peluquerías, supermercados. ¿Qué pasa cuando los chismes ya no se centran en la farándula sino en la intimidad? Consecuencias en la vida privada que, como una vidrie

La sociedad del chisme

El chimento es un gran negocio para la industria mediática. No cabe duda de que, por más que gritemos a los cuatro vientos “qué me importa la vida de los artistas”, pasados unos minutos, estemos frente a la TV tomando nota de los programas de la tarde. Los medios hicieron su aporte a nivel “masa”, pero los chismes son parte ya de la razón de ser barrial.

¿Quién no ha tenido aquella vecina que pasa horas barriendo la vereda, sólo para ver qué hacen los demás? ¿O aquella que a lo lejos podemos reconocer con la nariz pegada en la ventana, sin perder detalle de lo que ocurre en el vecindario? Hay de todo en la vida barrial.

Pero, ¿qué es realmente un chisme? Según Dolores Zalazar, psicóloga y socióloga, el "chisme se presenta como una noticia que al principio resulta inocua, algo pasajero y de entretenimiento pero, con él, muchas veces se pretende indisponer al sujeto del cual se habla". Proviene del griego y quiere decir separación, "yo divido". "Es una manera de blasfemar a otro, de herirlo, de invadir y atentar contra su intimidad, reputación e integridad", agrega.
Ahora, ¿qué hace que hablemos de otros?

No existe ser que pueda salvar su alma de tal acto. Todos, en algún momento, somos foco de comentarios hirientes y muchas veces falsos. Las redes sociales son canales evidentes para este tipo de comentarios, pues las usamos poniendo nuestra vida privada a la consideración pública (incluso involucrando a otros integrantes de nuestros actos íntimos), compartiendo mensajes, anuncios y noticias que no hemos podido corroborar.

Nada peor que estar en “la boca de otros”. Ser protagonistas de “aquellos mensajes que se mueven en la clandestinidad, entre pasillos, y que bien son ejemplo del teléfono descompuesto: “El rumor empieza por algo y luego en el camino se distorsiona terriblemente”, dice la profesional.

Psicológicamente, el chisme genera placer en aquél que lo propaga, “porque despierta una sensación de curiosidad, pero también de poder ya que se sabe algo que los demás desconocen. Nos ubica en un lugar del ‘saber’, por más que sepamos que no es cierto o que la fuente no es confiable”, añade Zalazar.

Además, ese poder se traduce -a veces- en destrucción, “ya que los comentarios maliciosos que uno disipe por ahí tienen una clara intención, que es romper con la idealización que se tiene de una persona (el foco del chisme) o de una situación (en el caso de ser una pareja, una amistad, por ejemplo). Busca romper la buena imagen de otra persona”.

Esa técnica del “jurame que no le vas a decir a nadie”, muchas veces -por no decir todas- es una farsa. “El chisme es para ser difundido. Quien lo recibe no puede con la tentación de propagarlo y lo repite, defenestrando a otra persona, echando por tierra el respeto entre los pares”, comenta Zalazar.

Lo que esconde el chisme 
Más allá de lo que ocurre "socialmente" con el chisme, estos comentarios mal intencionados afectan la calidad de vida. "El fin del chisme es perjudicar a una persona. Por lo tanto, cuando se es víctima de chismes o murmuraciones, se ve perjudicada la calidad de vida negativamente. La intensidad va a variar en cada sujeto, dependiendo de su capacidad de hacer frente a situaciones adversas", agrega Carolina Lombardo, también psicóloga.

La difamación repercute en la salud de quien es centro del chisme, generando malestar, ansiedad y, en una escala mayor, desemboca en depresión. Si no se hace algo al respecto, puede dejar huellas o heridas en la persona. “Todo esto genera baja autoestima, daño moral y, en casos más extremos, puede provocar ansiedad o caer en una depresión”, añade Lombardo.

Sumemos males: “Los chismes pueden afectar todo tipo de relaciones: familiares, amistades, laborales y parejas. Generar rencores, peleas, conflictos y hasta odio o resentimientos muy profundos por parte de la persona afectada o por terceros que se vean perjudicados en dicho acto, por ejemplo en parejas cuando el chisme hace referencia a una infidelidad”, agrega Lombardo.

¿Qué hacer? No hay una receta para resistir a este malestar social, pero “podemos optar por ir a la fuente del chisme, es decir, hacer frente a la persona encargada de emitir el chisme y aclarar la situación, trabajar en el área de la estima personal, estar fortalecido para que dichos comentarios repercutan de la menor manera posible en la vida de la persona. Tarde o temprano los chismes pierden fuerza y ya dejan de importar”, dice Carolina Lombardo.

Y, por sobre todo, “se puede aportar a la eliminación de las conductas chismosas no siendo parte de ellas. Escuchando y difundiendo un chisme, la persona que lo esparce rara vez tiene una fuente de información certera y real, por lo tanto se encarga de dispersar comentarios negativos que son originados sin base real”, cierra Lombardo.

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