Desde que se confirmó que la final de la Copa Libertadores se disputaría entre River y Boca, el país entró en una locura que explotó en la tarde de ayer. Se la denominó la "final del mundo", con esa arrogancia típica de los argentinos como si el resto del mundo no existiera. Y se recurría para justificar tal decisión a la pasión que despiertan ambos equipos.
Hubo ex futbolistas (Caniggia, Salas, Giunta) que hablaron, con irresponsabilidad, de que perder esta serie era una mancha que se llevaría de por vida.
Todos le pusieron un halo de guerra a una competencia deportiva. La verdad que la grieta se ha hecho endémica y ya nos gusta vivir con eso. Necesitamos estar divididos y después queremos que se construya una sociedad más justa. A ningún mortal le cambia la vida ganar o perder el partido, pero esto es Argentina.
Dónde nos acostumbramos a hacer trampa, donde los dirigentes conviven con los barrabravas, donde el que piensa distinto merece ser colgado en una plaza pública. Y en el que siempre tiene la razón el que gane. Ayer los kirchneristas y hoy los macristas.
La locura nació en Misiones, cuando un cuñado le quemó la casa a otro tras una discusión sobre el superclásico, siguió con imágenes poco felices como el hijo de Darío Benedetto disfrazado de fantasma de la B o la imagen que recorrió ayer las redes sociales de una madre con la camiseta de River pegando en el cuerpo de su hija un cargamento de bengalas para poder meterlas en el Monumental.
Perlitas que demuestran el nivel de locura al que se ha llegado. Lo que ratificó el presidente Mauricio Macri cuando se metió en la organización del partido pidiendo que se levantara la prohibición para que hubiera hinchas visitantes en ambos partidos. Imagínese que hubiera pasado si ese sueño ("Me levanté esta mañana y dije 'vamos a asegurarnos de que esta final tenga el sabor del fútbol argentino", aseguró en esa oportunidad). se hubiera concretado.
Qué dirá ahora Patricia Bullrich, ministra de Seguridad de la Nación, quien en aquel momento aseguró: "si vamos a tener el G20, ¿ustedes creen que no tenemos capacidad para manejar un River-Boca?", ayer quedó evidente que no. "Tenemos que ser lo suficientemente valientes para dar pasos. Siempre solíamos hablar de muertes, pero ahora las cosas han cambiado para mejor", había agregado la ministra. Sin olvidar después las declaraciones de Macri sobre la suerte de Marcelo Gallardo.
El jueves los hinchas de Boca vivieron la práctica abierta como si fuera la última de la vida y entonces no respetaron nada. Resultado final: la cancha clausurada. Fue un día laborable, pero con más de 50.000 personas que comenzaron a hacer cola a primera hora de la mañana.
Los de River emboscan a los rivales creyendo ser vivos, saltan las vallas, pelean mano a mano con la policía. Reeditando las mismas imágenes que se vieron entre semana en la cancha de All Boys.
Una policía que no consigue despejar el camino a un micro que transitaba por una avenida. ¿No sabían las autoridades que a los jugadores de Boca no se le iba a esperar con pétalos de rosas en Núñez? Todos creemos que sí. Pero también podría quedar la sensación de que hubo una zona liberada. Esto sin contar la cantidad de dinero que se gastó para todo un operativo que deberá repetirse hoy. Ni hablar de la decisión e inacción de los dirigentes de la Conmebol, que tardaron una enormidad en tomar una decisión.
Y dejando un halo de sospecha sobre la lesión de los jugadores de Boca. Innecesario sobre todo porque el campeón no merece coronarse en este clima. Pero claro que fue el corolario a un certamen que quedará en la historia por los jugadores suspendidos que pudieron jugar, los partidos que se ganaron en los escritorios, las definiciones del VAR. Demasiados desaciertos.
En el medio también estuvieron los jugadores. Tevez siendo "usado" por los dirigentes para meter presión, sin saber que del otro lado Gallardo estaba diciendo que no quería jugar en esas condiciones. O Nahitan Nández gritando "Gallinas putas, están todos cagados".
Todo frente al presidente de la FIFA, Gianni Infantino, a quien íbamos a mostrarle que somos capaces de hacer el Mundial 2030. El mejor chiste de todos.