Otra vez un grito de desahogo. Otra vez una carga de angustia sobre el final. Otra vez por partida doble: del gol a favor al no gol en arco propio. Y es así, Argentina.
Es un Mundial. La presión no siempre viene desde el rival o la tribuna; es interna, también. Y forma parte del juego. Hay que saber manejarla, a pesar de contar con el mejor jugador del mundo. Y presión, acá, rima con confusión, porque la Selección se la generó a sí misma. Nunca hubo enfrente un antagonista de primer nivel, sino sólo un equipo suizo ordenado y confiado en sus fuerzas; un rival sin presión, que pudo haber eliminado a uno de los grandes candidatos a llegar a la definición.
Pero fue así, siempre parecer ser así en esta Copa del Mundo: la verde amarela se sostuvo en un Julio César iluminado y el albiceleste en la definición más pensada y menos vertiginosa de Di María, combinada -encima- con el poste derecho que devolvió el cabezazo de Dzemaili y el rebote en su pierna que alejó la zozobra del último minuto de descuento.
Tenía que ser así, con un 1-0 parido a base de un esfuerzo descarnado. No hubiese sido justo haber ganado de otra manera. Se está en cuartos de final. Mucho para descargar emociones. Mucho para hacer crecer la autocrítica. Mucho, demasiado, por y para mejorar si es que busca cerrar el campeonato en el Maracaná.
A esta Selección se le sigue reclamando una impronta que la defina más allá del resultado. Parece cómoda en su plan de preservarse, pero comedida cuando debe posicionarse en ataque. Confianza tiene, recursos también. Sin embargo, la idea base es la de mantener el orden entre líneas y éso solo no basta. Un candidato a ganar un Mundial debe dejar señales claras por los lugares donde pisa y sólo Messi lo hace; el equipo, en conjunto, aún no.
Ninguno de los cuatro triunfos argentinos en esta Copa se vio realzado por una performance contundente. Detalles, momentos fugaces o aprovechamiento de situaciones aisladas han dominado la marcha albiceleste en esta competencia. Argentina, como construcción colectiva, no se pudo ver nunca en su esplendor.
Leo solo no puede, toda una verdad de perogrullo. Y encara, pasa, frena, engancha, busca asociarse, la pierde, reintenta y el circuito funciona como una ley de eterno retorno. Que Messi necesita socios en los momentos clave es lo mínimo que se puede esperar de una formación que pide lo alto del podio.
Un Mascherano enorme se destacó, con Messi, Di María y Rojo de igual mérito pero de una intensidad menor a la del volante central. Batallador, perfectamente ubicado por detrás de la línea de la pelota como en sus grandes momentos y recuperador de juego permanente cuando a otros compañeros parecía habérsele agotado el crédito físico y psicológico. Y si el todo terreno del Barcelona se destaca sobre el resto, esto marca qué tipo de falencias demostró el conjunto.
Porque el mediocampista, debido a sus características, se hace fuerte en el cruce y el anticipo, pero no tanto en la salida. Sabella armó un esquema táctico entendible para medirse frente a un adversario de la elite futbolística mundial, pero al que pareció sobrarle demasiada cautela contra un rival de segunda línea. Con la mayoría de sus jugadores en la Bundesliga y encima con un técnico alemán, Suiza se estructuró para no dejar espacios sin ocupar en zona defensiva, y era esperable.
La salida con búsqueda directa hacia Shaqiri le representaba la única chance posible de construir a partir de la pelota. No queda tan claro, entonces, por qué la Selección pasaba tan rápido de un 3-4-2-1 a un 5-3-2; en consecuencias, la premisa del 4-3-3 como bandera se quedó en la teoría. Quizá, el entrenador se anime a explicarlo sin frases hechas.
Algo le está pasando a su equipo. No cuaja en el sector central y éso le hace perder equilibrio. No es sólo la defensa el talón de Aquiles. El mediocampo, hoy, es un sector de tránsito lento para salir y de correr desde atrás cuando se lo supera.
El cambio de posiciones entre Lavezzi (luego Palacio) y Di María se sostuvo desde la media hora inicial hasta el cierre. Ancelotti terminó de encontrarle su lugar en el mundo a "Fideo".
Y así, el extremo engancha con la zurda hacia dentro o puede hacer pesar su velocidad en el cambio de ritmo por afuera. Ese intento, desde la banda, es simétrico al que realiza Messi cuando aparece como líbero de ataque armando la acción con balón dominado. Y a Angelito también le pasó lo mismo que a Leo: ausencia de receptores.
Había pasado el tiempo reglamentario con un leve predominio argentino aunque con dos chances suizas claras, ambas en la primera etapa. Benaglio, quien le había tapado un cabezazo de gol a Higuaín, le dio solidez a su equipo al cortar de alto o de bajo sin necesidad de dar rebotes no forzados.
Shaqiri juntó adversarios con su zurda y se animó a crear circuitos a dos o tres toques. Y así pasaba el suplementario, y así se venían los penales, y así la angustia estaba más del lado albiceleste...
Hasta que Palacio recuperó, Messi encabezó la contra haciendo dudar a la defensa entre salir a cortar o a esperar, Higuaín sostuvo la marca llevándola hacia el área y Di María, cerrándose, tuvo la virtud de no nublarse para elegir tiempo y distancia de remate, cambiándole el palo al arquero.
Excepto Mascherano, y seguramente Messi también, el equipo no daba sensación de estar mentalmente fuerte para una definición desde los doce pasos. Pero no la hubo.