La ruta del poeta

Un recorrido por las casas de Pablo Neruda que atesoran los juguetes que mantuvieron vivo al niño que el gran escritor llevaba adentro.

La ruta  del poeta

Esta semana Pablo Neruda retornó a Isla Negra luego de que sus restos fueran exhumados para investigar si fue asesinado por la dictadura de Augusto Pinochet. Es la cuarta vez que es enterrado. Ahora descansa en el patio de la pintoresca casa con forma de barco en la que pasó sus últimos días, y donde también está su esposa, Matilde Urrutia. Recordemos que sus restos fueron trasladados allí en 1992, dos años después del retorno a la democracia, haciendo honor al pedido del poeta Nobel de Literatura en 1971.

Sus moradas

“En mi casa he reunido juguetes, pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir. El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre el niño que vivía en él, y que le hará mucha falta. He edificado mi casa como un juguete y juego con ella de la mañana a la noche” así enunciaba Pablo Neruda en sus memorias, ‘Confieso que he vivido’, y aquella norma se ajustaría a sus tres hogares en Chile, hoy convertidos en museos. Es que con un espíritu definitivamente lúdico, las casas de Neruda invitan al juego, a perderse en sus laberintos de objetos, legados de sus viajes por el mundo y sucumbir frente a una sorpresa que se renueva con cada paso. Aunque cada uno de sus refugios es diferente y posee personalidad propia, funcionan como un hilo conductor que nos adentra en el alma de este cantor de versos nacido el 12 de julio de 1904 en la ciudad chilena de Parral, bajo el nombre de Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto.

Poeta, escritor, periodista, viajero incansable, cónsul en latitudes tan disímiles como Birmania, Singapur, Sri Lanka, Buenos Aires, Barcelona, Madrid, México y París, activista político, exiliado, senador y “marinero de tierra” como él mismo se describiera, también así de polifacéticas y misceláneas son sus casas.

Isla Negra

Recién llegado de España, Neruda buscaba un lugar donde trabajar en su libro Canto general. “Encontré una casa de piedra frente al océano, en un lugar desconocido para todo el mundo, llamado Isla Negra. El propietario, un viejo socialista español, capitán de navío, don Eladio Sobrino, la estaba construyendo para su familia, pero quiso vendérmela”, recordaría en sus memorias.

Con los años reformaría y ampliaría esa construcción original de manera intermitente y caprichosa, cuyo crecimiento fue rehén de las regalías que le daban sus libros. Hoy, Isla Negra emerge como una casa-barco con sus pies en la arena y su mirada eternamente puesta en las aguas marinas. Y al transitarla se hace imposible no invocar las palabras del poeta: “El océano Pacífico se salía del mapa. No había dónde ponerlo. Era tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana”.

Con una fuerte presencia marina tanto en su exterior como en su interior, Neruda -confeso amante del océano- reuniría en esta casa los más variados elementos que hacían referencia al mar. No más entrar, el salón de mascarones da la bienvenida: “Son figuras con busto, estatuas marinas, efigies del océano perdido.

El hombre al construir sus naves, quiso elevar sus proas con un sentido superior. Colocó antiguamente en los navíos figuras de aves, pájaros totémicos, animales míticos, tallados en madera. Luego, en el siglo diecinueve, los barcos balleneros esculpieron figuras de caracteres simbólicos: diosas semi desnudas o matronas republicanas de gorro frigio” las describiría Pablo. Allí reposan solemnes y eternas esas diosas durmiendo un sueño interminable de mares procelosos.

Mientras, en la librería se aprecia toda una flota de barcos, cada uno conservado prolijamente en su botella: “Tienen sus nombres escritos, sus palos, sus velas, sus proas y sus anclas. Algunos vienen de lejos, de otros mares, minúsculos.” Así caracoles, ventanas redondas de barco, mascarones, velas, una campana para saludar a marineros y hasta un bote anclado a la tierra son algunos de los preciados objetos oceánicos que Neruda reuniría en Isla Negra, donde hoy descansa junto a Matilde Urrutia, su última esposa.

La Sebastiana

“Valparaíso está muy cerca de Santiago. Lo separan tan sólo las hirsutas montañas en cuyas cimas se levantan, como obeliscos, grandes cactus hostiles y floridos. Sin embargo, algo infinitamente indefinible distancia a Valparaíso de Santiago. Santiago es una ciudad prisionera, cercada por sus muros de nieve. Valparaíso, en cambio, abre sus puertas al infinito mar, a los gritos de las calles, a los ojos de los niños” (Confieso que he vivido).

Eterno enamorado de esta ciudad portuaria que fuera protagonista en más de una ocasión de sus versos, en 1959 en una carta a su amiga Sara Vial, Neruda expresaba su deseo de dejar la capital chilena: “Siento el cansancio de Santiago. Quiero hallar en Valparaíso una casa para vivir y escribir tranquilo. Tiene que poseer algunas condiciones. No puede estar ni muy arriba ni muy abajo. Debe ser solitaria, pero no en exceso. Vecinos ojalá invisibles. No deben verse ni escucharse. Original, pero no incómoda. Muy alada, pero firme. Ni muy grande ni muy chica, lejos de todo. Pero con comercio cerca. Además, tiene que ser muy barata. ¿Crees que podré encontrar una casa así en Valparaíso?"

A pesar de las difíciles condiciones impuestas, la casa que pretendía el Nobel, finalmente, apareció. Bautizada por el poeta como ‘La Sebastiana’ en honor a su anterior dueño, Sebastián Collado, un arquitecto español que murió antes de poder terminar el proyecto que, más tarde, Neruda concretaría y a quien describiría como “un poeta de la construcción”. Con 5 niveles, Pablo adquirió los últimos pisos mientras los dos primeros fueron propiedad de una pareja amiga: Francisco Velasco y la artista María Martner, quien dejaría su huella a través de murales en las 3 viviendas del poeta. El 18 de setiembre de 1961 se inauguraba esta excéntrica y excepcional pieza arquitectónica.

Como un laberinto que se erige verticalmente. A las pequeñas escaleras y pasadizos que infunden sensación de encierro se contraponen grandes ventanales que miran no sólo al Pacífico sino también a los coloridos cerros de Valparaíso. El interior se dibuja como un ecléctico mapa por los hábitos del escritor. Los más variados objetos reposan ante la mirada sorprendida de los visitantes y hablan sobre viajes, costumbres, preferencias y recuerdos.

Allí está “la nube” como Neruda había bautizado a un cómodo sillón donde leía; un pájaro embalsamado traído de Venezuela, una colección de platos con globos aerostáticos y las antiguas puertas de un confesionario pintadas de rosa y reubicadas en el toilette del bar. Como un collage sin orden aparente, los objetos se suceden de manera caprichosa. Sin embargo, todos y cada uno poseen una razón o una historia de fondo que justifica su presencia, por más ínfimo o enorme que sea.

La Chascona

Nombrada en honor a los pelirrojos y desordenados cabellos de Matilde, La Chascona se construyó como refugio al amor prohibido que en ese momento ambos secretamente se profesaban: “Mi mujer es provinciana como yo. Nació en una ciudad del Sur, Chillán, famosa en lo feliz por su cerámica campesina y en la desdicha por sus terribles terremotos. Al hablar para ella le he dicho todo en mis Cien sonetos de amor. Tal vez estos versos definen lo que ella significa para mí. La tierra y la vida nos reunieron. (…) Yo le dedico cuanto escribo y cuanto tengo. No es mucho, pero ella está contenta” revelaría el poeta.

A los pies del cerro San Cristóbal en Santiago y envuelta en una frondosa vegetación, funciona como un verde resguardo al bullicio citadino. La casa fue encargada al arquitecto catalán Germán Rodríguez Arias. Sin embargo, una vez más Neruda estaría atento a todos los detalles y dejaría plasmado su particular criterio estético en todos los rincones.

Habitada primero por Matilde, Neruda se mudaría en 1955 una vez que se separara definitivamente de Delia del Carril. Así, se construyó primero el living y la habitación, a los que luego seguirían la cocina y el comedor y concluiría con el bar y la biblioteca.

El 23 de setiembre de 1973 muere Pablo Neruda. A pesar de los actos de vandalismo que había sufrido la casa tras el golpe militar que derrocó a Salvador Allende, Matilde instó a que fuera velado y despedido allí.

El bar

Gentil anfitrión que gustaba de celebrar reuniones en sus casas y agasajar a sus invitados, en cada una de ellas, el bar fue protagonista y testigo de innumerables veladas. Con particularidades que hacen a cada uno de estos único y exótico: en La Sebastiana es un colorido rejunte kitsch, mientras que en Isla Negra el poeta escribió en las viga del techo el nombre de sus compañeros de copas más entrañables.

En La Chascona, la coqueta barra perteneció antiguamente a un barco.

En todos era Neruda quien se situaba detrás de la barra y servía a los presentes y hasta se atrevió a bautizar “coquetelón” a un trago cuya receta era sólo conocida por él.

Información de interés

www.fundacionneruda.org

La Sebastiana. Ferrari 692, Valparaíso. 
Teléfonos: +56-32-225 6606 / +56-32-223 3759
Horarios: marzo a diciembre: martes a domingo, de 10.10 a 18. Enero y Febrero: martes a domingo de 10.30 a 18.50. Lunes cerrado. 
Entrada: 5.000 pesos chilenos; reducida, 2.000 pesos chilenos.

Isla Negra. Poeta Neruda  s/n, Isla Negra, El Quisco. 
Teléfono: +56-35-2461284
Horarios: marzo a diciembre: martes a domingo de 10 a 18. Enero y febrero: martes a domingo de 10 a 20. Lunes cerrado.
Entrada: 5.000 pesos chilenos; reducida, 2.000 pesos chilenos.

La Chascona. Fernando Márquez de la Plata 0192, Barrio Bellavista, Providencia, Santiago.
Teléfonos: +56-2-2777 87 41 / +56-2-2737 87 12
Horarios: marzo a diciembre: martes a domingo 10 a 18. Enero y Febrero: martes a domingo de 10 a 19. Lunes cerrado.
Entrada: 5.000 pesos chilenos; reducida, 2.000 pesos chilenos.

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