Minas Gerais no tiene las playas de Río de Janeiro, ni el bullicio cosmopolita de San Pablo, ni la cultura afro de Bahía. Tampoco hierve como el resto de Brasil. En Minas se siente un poco de frío, se come como los dioses y se bebe la mejor cachaça de alambique. En Minas se encuentran las piedras más preciosas y se alzan las iglesias más bellas y milagrosas.
Oro negro
Un destello. Dorado. Un muro de piedras. Dorado. Una antigua ciudad. Dorada. El sol que se oculta tras los cerros y dibuja un contraluz perfecto recortando el contorno de la iglesia Mercês de Cima. Dorada.
Mercés de Cima, la Merced de Arriba, es una es de las trece iglesias y ocho capillas que con su estilo "barroco minero" adornan la coqueta ciudad de Ouro Preto, antigua capital del estado Minas Gerais, que siglos atrás fuera un nuevo El Dorado y que emerge, verde y serrana, sureste adentro de Brasil, a 93 kilómetros de Belo Horizonte, capital del Estado.
Hacia fines del siglo XVII, la hoy punto de partida de la Ruta del Oro, era tan sólo un puñado de aldeas desperdigadas. Tiempo después, en 1711, estos caseríos desparramados se unieron en una villa bautizada Vila Rica do Pilar y luego Vila Rica do Albuquerque. En 1823, con la llegada de la familia real a Brasil, la villa pasó a la categoría de ciudad y fue rebautizada con el nombre que aún conserva, nombre que encuentra su origen en una leyenda porque Ouro Preto, que en portugués significa oro negro, no se refiere al petróleo. Aquí hubo oro del dorado. Oro en cantidades siderales.
“Aquí, la intención era venir, hacerse rico y volver, -apunta José Natividade, guía turístico panameño, minero por adopción-. Pero al final, nadie regresaba. De 1700 a 1740 la producción minera fue en alza. Del ‘40 al ‘60 se estabilizó, luego comenzó a caer y fue un caos. Se gastaron todo lo que tenían y no pudieron regresar”.
Ouro Preto es una obra de arte en sí misma. Sobre estas laderas irregulares se encuentra uno de los conjuntos arquitectónicos y artísticos más importantes del período barroco en América Latina, reflejado en las monumentales obras del pintor Manuel da Costa Athayde o “Mestre”, y el escultor Antonio Francisco Lisboa, más conocido como el “Aleijadinho”, o Lisiadito en portugués. Lisboa padeció una enfermedad degenerativa que le afectó manos y pies partir de los 50 años y, aún con el cincel atado a sus muñecas, fue un escultor magistral que dejó un legado artístico fundamental para que esta antigua villa fuera declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1980.
Ésta es una ciudad universitaria -la Universidad Federal de Ouro Preto es una de las más prestigiosas de Brasil- y turística, un museo al aire libre que invita a trajinar sus laderas de piedra y andar a paso lento entre sus santuarios barrocos y caserones coloniales. Una apacible cuadrícula para degustar lo mejor de la cocina minera y enorme variedad de cachaça artesanal.
Hay dos iglesias matrices, todo una curiosidad. Nossa Senhora do Pilar y Senhora da Conceiçao. “Aquí, en un principio, se fundaron dos pueblos, y cada uno erigió su templo. Cuando los poblados se juntaron, ambos santuarios quedaron como matrices, alternándose en esta función un año cada una, como hasta el día de hoy -explica Natividade-. Es una situación muy particular, algo que no existe en otros lugares”, afirma el guía. Nossa Senhora do Pilar fue construida a partir de una capilla de 1696, y luego ampliada en 1712.
"Algunos aseguran que tiene 420 kilos de oro. Mentira. Si uno raspa, tal vez consigue 20 kilos. No tiene valor comercial, es oro 14, pan de oro”, afirma el guía, tajante. El punto neurálgico de Ouro Preto, allí donde se estacionan cientos de ciclomotores, se embotellan y confunden autos, pobladores, turistas y estudiantes, es la plaza Tiradentes. Tira-dentes: dentista en portugués. Ésa era la profesión de Joaquín José da Silva Xavier, el mártir por excelencia de la Inconfidencia Minera de 1789, la fallida revuelta por la independencia, un grito ahogado por los españoles que terminó con algunos de sus líderes expulsados en África. Tiradentes fue ahorcado, su cabeza fue colgada en la plaza, su cuerpo descuartizado y así, hecho jirones, trasladado en un largo periplo hasta Río de Janeiro, exhibido como un trofeo en los pueblos de paso.
En la plaza se encuentra el suntuoso edificio del Ayuntamiento, y a su lado el Palacio Imperial y la Iglesia do Carmo, ambos abiertos al público. Ladera abajo, frente a la exquisita iglesia de Sao Francisco, hay un mercado artesanal a cielo abierto. Platos en cerámica, jarrones, pequeñas esculturas, cajas de piedra jabón decoradas con motivos religiosos y folclóricos, se amontonan en armónico desorden, mientras los artesanos trabajan con infinita paciencia, siguiendo la estela del Aleijadinho.
Perfume de mujer
Dieciocho kilómetros separan Ouro Preto de la pequeña ciudad de Mariana, primera villa y primera capital de Minas Gerais. El Trem da Vale (Tren del Valle) resulta una atractiva forma de viajar hasta este encantador rincón colonial que rinde homenaje en su nombre a la reina María Ana de Austria, esposa de Juan V, rey de Portugal entre 1706 y 1750. El convoy, que conserva su locomotora a vapor y los vagones originales en madera, es un emprendimiento turístico que reflotó en 2006 un viejo que en épocas doradas transportaba las riquezas minerales.
El guarda es un señor con cara de bonachón y ojos claros, viste gorra y uniforme impecables, corta boletos y hace de guía turístico. Relata que Don Pedro II, emperador de Brasil, fue el responsable de hacer llegar el ferrocarril desde Río de Janeiro en 1883. Este trecho que se recorre actualmente fue inaugurado en 1914. El hecho -señala-, coincide con la decadencia del ciclo del oro. Entonces, había que aprovechar este nuevo medio para contribuir con la industrialización y transportar riquezas minerales. El convoy atraviesa varios túneles y rueda por vías que zigzaguean en medio del camino serrano, salpicado por vigorosas cascadas semiocultas en la maleza, en un recorrido de una hora.
“Bienvenido a Mariana, Minas nació aquí”, señala un cartel. Mariana, ciudad con aires pueblerinos, es Patrimonio Histórico Nacional y fue la primera de Brasil que tuvo una urbanización planificada. En el casco histórico hay callejuelas de adoquines centenarios y coloridas casas del siglo XVII que aún mantienen sus pintorescos balcones de madera.
Al igual que Ouro Preto, Mariana se enorgullece de tener dos iglesias construidas en una misma plaza, un hecho que se da también como excepción en Cusco, Perú. Partiendo del centro y subiendo una empinada cuesta se llega a la Iglesia Sao Francisco de Assis, junto a la Iglesia do Carmo, frente al ayuntamiento. “El santuario de la orden franciscana es uno de los exponentes del ‘barroco minero’, ya que aquí la iglesia no intervino en el trabajo del artista”, explica el guía. Debajo del santuario, hay una serie de tumbas. En aquellos tiempos solían sepultar a ciertas personalidades bajo las iglesias, una práctica que fue prohibida en 1840. Aquí, bajo este superficie, descansan los restos de Mestre Atayde, quien contribuyó con sus pinturas a embelesar su interior.
Congonhas y Sao Joao del Rei
El itinerario histórico-artístico-religioso continúa su ruta hacia Congonhas, ubicada a 85 kilómetros de la capital minera, Belo Horizonte. En este pueblo se destaca el Santuario Bom Jesús do Matozinhos, reconocido por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1985. El suntuoso y llamativo conjunto arquitectónico está formado por una basílica en cuyo frente se erigen las estatuas de los doce apóstoles esculpidas en piedra jabón por Aleijadinho, y la Capilla dos Pasos, que son seis ermitas con escenas de la Pasión de Cristo talladas en madera por el mismo Aleijadinho y pintadas por Mestre Athayde. El Vía Crucis recorre seis de las doce estaciones originales: las capillas de la cena, del huerto, del flagelo y el corazón de espinas, de la subida al calvario y la crucifixión.
Feliciano Mendes, un portugués que trabajaba en las minas, estaba muy grave, y prometió dedicar su vida al servicio de algún santo si se curaba. El milagro sucedió, y el hombre se encomendó a la obra de este santuario dedicado al Cristo crucificado de la ciudad de Matozinhos, cercana a Porto, en Portugal. Atrás de la basílica hay una capilla atiborrada de fotografías y testimonios, el sitio donde los peregrinos acuden en agradecimiento, tal como hiciera Feliciano. Los fieles dejan sus retratos y relatos que empapelan la pared del santuario y engrosan la lista milagrosa.
Unos cien kilómetros separan Congonhas de Sao Joao del Rei, la más grande de todas las ciudades históricas, con 90 mil habitantes. Aquí, las iglesias hacen honor al tamaño de la ciudad: son altas y monumentales, como la de Sao Francisco, un proyecto de Aleijadinho erigido finalmente por Francisco de Lima Cerqueira, el mismo que construyó el santuario de Congonhas. Sao Joao se percibe como una urbe tranquila. Hay que caminar por un boulevard que tiene construcciones del siglo XVIII a un lado y del siglo XX al otro. Se destaca el pintoresco y colorido centro histórico, donde se puede visitar el museo de Tancredo Neves (ex presidente de Brasil, oriundo de esta ciudad), y la Catedral Nossa Senhora do Pilar. En esas mismas callejuelas hay una decena de locales que se especializan en la venta de objetos de estaño, especialidad artesanal.
En tren a Tiradentes
Desde Sao Joao se puede tomar otro trencito hacia la ciudad que hace honor al dentista revolucionario. La estación, de 1881, tiene un museo ferroviario, interesante para amenizar la espera. También hay un vagón donde se puede uno vestir a la antigua y llevarse una instantánea de recuerdo vistiendo un disfraz a la vieja usanza. Por allí anda Edna, la reina de los dulces mineros, que ofrece con enorme sonrisa su especialidad en dulces típicos a los pasajeros. Cocadas, chupetines y dulces varios lucen tentadores en la surtida bandeja de esta morena.
El recorrido es corto, doce kilómetros apenas. Tan corto es el tramo que el tren hace un rodeo ya que, según dicen, los ingleses lo habrían construido más extenso con el fin de que fuera más costoso. El trayecto sigue el cauce del río das Mortes, mientras el paisaje rural y el lento traqueteo contribuyen a la somnolencia. Esta antigua Maria Fumaça -como se les dice a las locomotoras a vapor- que ahora traquetea rumbo a Tiradentes, es la única de la región que nunca dejó de funcionar. En la estación aguardan la llegada un grupo de carruajes antiguos que ofrecen paseos guiados. Su decoración es bien peculiar: los caballos usan riendas rosas y los carruajes tienen calcos de personajes infantiles como Hello Kity o el Hombre Araña.
Tiradentes es bellísima, con callecitas angostas y adoquinadas, caserones coloniales color pastel con paredes de adobe y techos de tejas, restaurantes de primera calidad, confortables y exclusivas posadas (unas 350) y una interesante movida cultural con un festival de cine en enero, y un festival gastronómico en agosto.
Cuenta con dos majestuosas iglesias: la Iglesia matriz de Santo Antonio -el último proyecto de Aleijadinho- y el santuario de Nossa Senhora Rosario dos Pretos (negros). Su altar está recubierto con el oro que robaban los esclavos de las minas, que no podían asistir a misa con sus amos. Así, decidieron tener su propio templo donde todas las figuras, excepto la virgen, son de negros. Aquí además hay una Fuente de la Felicidad. Son tres bocas que, según la leyenda, tomando el agua de cada una de ellas se obtendrá amor, dinero y salud.
Cae la tarde y el frío se impone sobre las sierras. Hora de sentarse en un barcito de la plaza central. Hora de una buena cachaça, un buen petisco (picada). Es hora de ver los carruajes pasar, los turistas andar, los mineros charlar.
Cae el sol. Un muro. Dorado. Una calle. Dorada. Una iglesia. Dorada. Un instante, dorado.
Datos útiles
Cómo llegar
Tam y Gol vuelan a Belo Horizonte vía Sao Paulo y Río de Janeiro.
Dónde dormir
Hotel Solar de Rosario: Rua Getulio Vargas 270, Ouro Preto.
www.hotelsolardorosario.com
Dónde comer
Restaurante Casa dos Contos: Rua Camilo de Brito, 21, Ouro Pretowww.casadoscontosrestaurante.com.br