Jorge Sosa - Especial para Los Andes
Cuando algunas veces vamos a actuar en otras provincias, gente del lugar, inclusive artistas, amigos nuestros, nos preguntan: ¿Ustedes los mendocinos tienen humor? Contestamos: ¿Cómo si tenemos humor la pauta que te pautó? Claro que lo tenemos. Todo pueblo tiene su humor porque es un ingrediente principal de la esperanza y sin esperanza no hay pueblo que merezca llamarse tal. Les agregamos algunos motivos de nuestra forma de reír y festejar. En el folklore cuyano tenemos dos ritmos que son esencialmente alegres: la cueca y el gato. Difícil encontrar un gato nostálgico, protestón, agresivo, difícil.
Es cierto que por ahí aparecemos como parcos, como hablando el idioma de la piedra, como metidos para adentro, introvertidos en todo caso. No vamos a decir que nuestra alegría es explosiva y sería una inexactitud si el gobierno de la provincia hiciera una campaña publicitaria nacional con el slogan: ¿Querés joda? Vení a Mendoza. Por ahí tenemos lados vulnerables como nuestro demostrada postura masoquista. Cuando llega el verano, ¿a dónde van a veranear el 85 % de los mendocinos? Pues a Chile: ocho horas de aduana de ida, un temblor cada quince minutos, te bañás en agua rodeada de tsunamis, tenés que aguantarle la cara de poto a los carabineros, nos cargan por la copa América (dos veces) y ocho horas de aduana de vuelta. Si esto no es ser masoquista se le parece demasiado.
Pero no solamente esto tenemos. Tenemos cosas que asombran, por ejemplo esta maravillosa maraña de árboles que puebla nuestras calles, parques y paseos públicos y que llevan a decir a los turistas que nos visitan: “!Qué pródiga es la naturaleza, aquí”. Discúlpeme amigo turista pero minga la naturaleza, la mayoría del verde que aprecian es obra de los hombres y no de la madre natura. Los árboles del Parque, recién plantados eran regados uno por uno con balde porque todavía no estaba hecho el sistema de irrigación.
Y ojo que no plantamos cualquier árbol. Tuvimos criterio al hacerlo, por eso pusimos al árbol más desinteresado, el “plata no”; el árbol que debería estar en nuestra bandera o al menos en nuestro escudo porque nos identifica en nuestra esencia: el palo borracho; y el árbol de los políticos “el algo rrobo”.
También tenemos una forma de hablar que apunta a la alegría con una tendencia a acortar las cosas, a hacerlas más pequeñas. Por eso cuando estamos en el café minimizamos nuestros deseos diciéndole al mozo: “Traigame un cafecito”, y el mozo contesta con el mismo estilo “Son cuatroscientos pesitos”. Achicamos las cosas de tal manera que incluímos esta actitud en los topónimos: Chilesito, Pareditas, Potrerillos, Coquimbito, el Polumerillo, la Puntilla, la Crucecita, todo es chiquito acá.
Esta condición nos lleva a reemplar una frase entera con solo dos letras. Porque cuando el Pepe nos está explicando porqué la economía del país va a mejorar, no le decimos: “Disculpame, Pepe, pero no te entiendo nada”, le decimos “¿Ah?”. Toda una expresión reemplazada por una exalación es algo notorio en nosotros.
Podría seguir hablando de las cosas que tenemos los mendocinos para acceder a los caminos de la alegría, pero me voy a quedar con una sola más: La Fiesta de la Vendimia. Es fiesta, está apuntada al bienestar de aquel que la ve, aunque pase por situaciones tan difíciles como una huelga de bailarines hasta una grúa endeble.
Sí, tenemos muchas cosas los mendocinos que juegan a favor de la alegría. Aquellos que nos tratan de parcos que vengan a un festival y escuchen los aros que se desparraman, después me cuentan.