La revolución institucional kirchnerista

La revolución institucional kirchnerista

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Utilizando el viejo léxico de la doctrina peronista, el diputado ultraK Carlos Kunkel insinuó que el 10 de diciembre empieza la etapa institucional del kirchnerismo, vale decir, aquélla en que aún sin que haya un Kirchner al frente del gobierno, la revolución seguirá exactamente igual al presente y continuará profundizándose.

Una etapa institucional sui generis, en la que se intentará que el poder real no esté en el gobierno sino que siga estando en Cristina, en el lugar donde esté Cristina.

El kirchnerismo se siente mucho más que un gobierno; se considera un sistema, un régimen, un orden, o como quiera llamárselo, que cambia drásticamente todo lo que toca. En Santa Cruz la llegada de Néstor a la gobernación significó el fin de la etapa renovadora del peronismo de los 80 para su feudalización definitiva mediante un sistema (o no sistema) jurídicamente inexpugnable que le armó Carlos Zannini.

Un sistema en el que la familia gobernante se apropió privadamente del Estado y manejó para sus fines políticos extra-santacruceños todo el dinero de las regalías petroleras.

Ya en el gobierno nacional, Néstor Kirchner aprovechó la anarquía de 2001-2 para intentar armar una nueva Argentina tan feudal como la Santa Cruz que construyó, aunque aquí los resultados -al menos aún- no fueron tan absolutos.

Necesitaba para ello transformar a todos los empresarios en testaferros, a todos los periodistas en publicistas partidarios y a todos los jueces y fiscales en obsecuentes del poder Ejecutivo. De los empresarios se encargó Néstor. De periodistas y Poder Judicial, Carlos Zannini, con draconianas reformas absolutistas disfrazadas de revolucionarias.

Del primer trabajador al primer capitalista. Néstor inventó un esquema original: advertido de lo bien que se pueden hacer trapisondas de cualquiera (o de ningún) signo ideológico -se las cubre con moral de izquierda-, discurseó que venía a ponerle límites al poder económico, cuando en realidad lo único que quería era reemplazar él mismo al poder económico. Y para ser el primer capitalista, era indispensable que nadie le pusiera límites a él.

A fin de lograrlo, aparte de apretar a los empresarios ya efectivamente poderosos, promocionó a segundones a cambio de que lo obedecieran en todo, y peor, inventó sus propios empresarios a través de los recursos del Estado y a uno de ellos lo hizo su testaferro directísimo.

Lázaro Báez, cajero de banco, actuó con toda la impunidad del recién llegado, tanto que le dio un poder superlativo a buchones de quinta categoría como Fariña y Elaskar. Gentuza de ese nivel, de tamaña cercanía al poder magno de la Argentina, dejó huellas en su accionar que no puede ni podrá borrar nadie, salvo la total feudalización de la Argentina. O en otras palabras más aptas para los bobos de izquierda: la etapa institucional de la revolución kirchnerista.

Cristina Kirchner sabe, como lo saben muy pocos (Máximo, De Vido, Zannini), que la herencia que Néstor le dejó con Lázaro Báez es irremontable, que no es judicialmente defendible dentro de una República con división de poderes, y por eso no tiene más remedio que seguir hacia adelante a la conquista de la impunidad total, único objetivo de fondo de esta revolución.

Las relaciones carnales del menemismo y del kirchnerismo. Así como el talón de Aquiles de Néstor fue su desprolijísima relación con el primerizo de Lázaro Báez, que por su torpeza dejó pistas (que otros no dejaron) por todas partes, el talón de Cristina es su estrafalario pacto con Irán, un regalito que le dejó otro muerto ilustre: Hugo Chávez.

Hasta ahora, no seguir adelante con la investigación de cómo se gestó tan delirante acuerdo que suponía la impunidad de un genocidio a cambio de un viraje de ciento ochenta grados en la política internacional argentina, costó la muerte (asesinado o suicidado, lo mismo es) del fiscal de la causa.

Se logró mediante vaya a saber qué ardides, que ni jueces de primera instancia ni cámaras de cualquier instancia se animaran siquiera a permitir que se investigara la acusación que hizo Nisman, demostrando que lo único que se quiere es cerrar para siempre, a como de lugar, el caso.

En síntesis, en una Argentina donde el poder político central no estuviera en manos del kirchnerismo, las causas de Lázaro Báez (con Hotesur en primer término) no podrían sino conducir a un terrible resultado para la familia presidencial y su principal testaferro económico. Y si alguna vez se supiera la verdad sobre lo de Irán, a la presidenta que lo impulsó no le iría mejor de lo que le fue a Menem con el contrabando de armas cuando se puso a disposición de las relaciones carnales con EEUU.

Demostrando así acabadamente que cuando un país periférico se quiere relacionar de igual a igual con las grandes potencias (llámese EEUU, Rusia o China) lo único que logra es que lo usen para las tareas sucias que ni siquiera ellos, con todo su poderío, se animan a hacer.

Los poderosos no tienen relaciones carnales con los débiles como un acto de amor, sino como una violación. Insistimos, llámense EEUU, Rusia o China.

Un técnico con visión maoísta. Siendo apenas un arquitecto jurídico al servicio de sus patrones, Zannini fue durante todos estos años un muy eficaz técnico capaz de lograr la reelección indefinida en Santa Cruz, capaz de inventar los artificios legales para hacer desaparecer mil millones de dólares sin reclamo alguno, capaz de expulsar a patadas de Santa Cruz al procurador que se les resistió a tales vejámenes. Y en la Nación, a repetir más, mucho más de lo mismo, armando complejas reformas de todo tipo, de la cual la más ambiciosa fue la judicial, que cuando fue declarada inconstitucional en el corazón de su contenido, Zannini se ocupó de militarla paso a paso, día a día, desde la procuración al último de los juzgados, con el fin de armar la estructura jurídica institucional que necesita para garantizar impunidad total a partir del mes de diciembre.

Sálvese quien pueda. Muchos se imaginan que hoy Cristina está pensando en su eternización, en ser la reina fuera del trono, en volver triunfalmente en 2019, en no dejar un solo ladrillo que no sea cristinista. Y puede que lo esté pensando, pero ella no es tonta en absoluto, por lo cual no ignora que si no logra hacer desaparecer desde la política esos dos grandes talones de Aquiles, el baezista de su marido y el iraní suyo, su existencia política y personal siempre estará a tiro de sumario. En manos de la Justicia.

No es que ella ignore lo difícil que será seguir manteniendo el poder fuera del trono y menos aún con un presidente justicialista (ya Néstor le había avisado que el verdadero peligro nunca estuvo afuera sino siempre adentro del PJ), pero no le queda otro remedio que el de intentarlo. Por eso hay que disfrazar con la épica de una supuesta revolución institucional lo que no es más que una salvación personal y familiar. Hay que darle significado de trascendente utopía a lo que es más bien desesperación.

O peor, más que una simulación quizá será necesaria una verdadera revolución institucional que feudalice definitivamente a los restos que quedan de República, para que esa salvación personal y familiar sea posible. Por eso esto es a todo o nada. Ya no se trata de ir por todo debido a mera vocación ideológica, se trata de ir por todo ya que si no hay peligro de quedarse con mucho menos que nada. El cielo o el infierno, nada en el medio.

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