El 23 de enero de 1844, en París, el Libertador José Francisco de San Martin testó por tercera y última vez. En la cláusula cuarta de su disposición testamentaria ordenó "Prohíbo el que se me haga ningún género de Funeral, y desde el lugar en que falleciere se me conducirá directamente, al Cementerio sin ningún acompañamiento, pero sí desearía, el que mi Corazón fuese depositado en el de Buenos Aires".
Como es sabido, el Padre de la Patria pasó a la inmortalidad el 17 de agosto de 1850, en su casa de Boulogne Sur Mer y su cuerpo fue alojado en las bóvedas subterráneas de la Catedral de Nuestra Señora de Bolonia, esperando que la Patria lo devolviera a su regazo.
La voluntad sanmartiniana pudo cumplirse recién el 28 de mayo de 1880, día en que sus restos llegaron a Buenos Aires.
Surgen inmediatamente varios interrogantes:
¿Por qué demandó casi treinta largos años el cumplimiento del deseo último de San Martin?
¿Es posible que la Patria haya sido indiferente durante tantos años para con su ilustre hijo?
Tratamos de desentrañar lo acontecido en ese largo camino hasta su apoteosis, en que se fueron concretando otras disposiciones de su testamento (como la devolución del Estandarte de Pizarro al Perú (1861) o la entrega de su sable a Rosas).
Mariano Balcarce, yerno de San Martin y a la sazón miembro de la Legación Argentina en Francia, comunicó al Gobierno de Buenos Aires, que detentaba las relaciones exteriores de la Confederación, la infausta noticia del fallecimiento del primero de sus servidores.
La respuesta del ministro Felipe Arana, representante del Gobernador Rosas, fue tibia y protocolar, tanto fue así que no se decretaron los honores y homenajes ameritados.
Fue el General Urquiza, días después de su Pronunciamiento, quien "recogiera el guante" de homenajear al Padre de la Patria decretando el 16 de julio de 1851 los honores correspondientes en Entre Ríos.
Mientras tanto en el olvido, llegamos a 1861, año en que los restos gloriosos de San Martín fueron trasladados a la bóveda familiar de los Balcarce en Brunoy.
En 1862, bajo la presidencia de Bartolomé Mitre, se erigió la estatua ecuestre en la hasta entonces Plaza de Marte (de ahí en más renombrada Plaza San Martín) frente al Retiro en Buenos Aires, donde los granaderos 50 años atrás vislumbraron su gloria futura.
Mitre dijo en esa ocasión: "¡El breve espacio que llena ese soberbio pedestal de mármol será el único pedazo de tierra que San Martín ocupará en esta tierra libertada por sus esfuerzos, mientras llega el momento en que sus huesos ocupen otro pedazo de tierra en ella!".
Puede afirmarse que el primer paso formal y con entidad suficiente para la concreción de la repatriación, fue la ley propiciada por los diputados Martín Ruiz Moreno y Adolfo Alsina, el 18 de julio de 1864. No obstante, la concreción no tuvo mayores avances. Suele atribuirse esta pasividad al estallido de la Guerra de la Triple Alianza, de la que nuestro país fue protagonista a partir de 1865.
Mientras tanto, el 28 de febrero de 1875 fallecía Mercedes Tomasa de San Martín de Balcarce, única hija del Libertador.
A partir de allí el deseo testamentario del Padre de la Patria tomará impulso y se iniciará la correspondencia y trámites para el cumplimiento de su voluntad, siendo su hijo político, Mariano Balcarce, pieza fundamental en la realización.
El 5 de abril de 1877, con motivo del aniversario de la Batalla de Maipú, el Presidente de la Nación Nicolás Avellaneda pronunció un célebre discurso alusivo a la postergada repatriación "… los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos, y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas son los que mejor preparan su porvenir".
En ese acto, convocó al pueblo a reunirse en asociaciones patrióticas y recolectar fondos para el ansiado regreso, y suscribió un decreto designando una Comisión Central para tal fin.
El 25 de febrero de 1878, centenario del natalicio del General San Martin, se colocó en la Catedral la piedra fundamental del mausoleo que allí iba a erigirse, en el sitio correspondiente a la Capilla de Nuestra Señora de la Paz.
A principios de 1880 Avellaneda resolvió que el transporte de guerra Villarino, que terminaba de construirse en astilleros ingleses, sería el medio encargado de transportar los restos del prócer.
El 21 de abril de 1880, se exhumaron las reliquias de San Martín en Brunoy, trasladadas a París, y de allí a El Havre, en donde mediante una solemne ceremonia fueron depositadas en la capilla ardiente del Villarino. Al día siguiente comenzó el viaje hacia el Plata.
El 22 de mayo los restos fueron venerados por el pueblo uruguayo en Montevideo.
Finalmente, el 28 el vapor Villarino ancló frente a Buenos Aires y mediante el vapor "Talita", fueron transportados los restos del ilustre prócer hasta el muelle de las Catalinas, donde tuvo lugar un notable discurso de Sarmiento.
Ya en la Plaza San Martin, Avellaneda y el ministro peruano Evaristo Gómez Sánchez pronunciaron sendos discursos, para luego conducir el féretro hasta la Catedral Metropolitana, acompañados con el máximo respeto del pueblo. Calcularon los periódicos de la época una concurrencia de entre 30 mil y 100 mil personas acompañando el cortejo fúnebre por las calles Florida, Victoria, Defensa y Rivadavia hasta su último destino.
Terminados los honores y el desfile el General San Martín ocupó su morada definitiva, luego de 30 años de espera. Veinte soldados cargaron el sarcófago al interior de la Catedral.
Ahora bien… ¿A qué se debió esta excesiva demora? Aunque todavía no ha salido a la luz algún documento que de manera indubitable permita dilucidar definitivamente esta cuestión, ha hecho camino la hipótesis que sostiene que la negativa al traslado de los restos del Libertador, tuvo como causa la voluntad de su hija Mercedes de no desprenderse de las reliquias de su padre, ese amor filial no le habría permitido avanzar en el cumplimiento del deseo testamentario paterno.
Es sumamente difícil opinar concluyentemente que tanto Rosas, como Urquiza, Mitre y Sarmiento, quienes públicamente han profesado una sincera y profunda admiración hacia San Martín, hayan dilatado la cuestión de la repatriación.
Desde ese punto de vista, es posible que efectivamente la larga espera de treinta años haya tenido como causa la devoción hacia su glorioso padre de "la infanta mendocina" y que recién luego de su fallecimiento en 1875 se concretara la voluntad del Padre de la Patria de que su corazón descanse en Buenos Aires.