Desde que asumió como Presidenta, la reina Cristina intenta buscar a su principito, al heredero político de su imperio ya que en este caso el nepotismo no funciona porque a su hijo biológico, Máximo, no le da el cuero (ni nada) para sucederla, como a ella le bastó y sobró para suceder a Néstor.
Una gran diferencia que Ella tuvo con Él, entre las poquísimas que tuvo, fue la del instinto maternal que quiere proseguirse en criaturas que nazcan de su seno.
Néstor Kirchner nunca vislumbró ningún actor nuevo en la política, a lo sumo quería transversalizar a, o concertar con, los existentes haciendo nuevas mezcolanzas que le permitieran robar gente a los demás partidos (incluido, y principalmente, al justicialismo) para crear el suyo propio. Cristina, en cambio, siempre soñó con tener su propia gente, y de ser posible, sus propios críos.
Por eso invirtió tiempo, ganas y fortunas en crear sus herederos, tanto al heredero líder como a las bases de su continuidad generacional.
La Cámpora es un producto made in Cristina de modo absoluto, porque no proviene de ninguna necesidad ni causa históricas. Por lo contrario, es una pura y gran obra de la voluntad cristinista, tanto como eso y nada más que eso.
En una entrevista reciente, quien fuera secretario de Cultura de Néstor y de Cristina, el eminente intelectual José Nun -hoy alejado políticamente del gobierno- dijo una frase definitoria: “Muy poca gente defiende públicamente a este gobierno si no tiene cargos públicos o si no está en consultoras que financia el gobierno. Y esto resulta curioso, por lo menos”.
Basta ver el acto de esta semana, cuando un grupo comando organizado por Quebracho escrachó a Cavallo. Junto a ellos se encontraban dos militantes kirchneristas, los cuales ocupan altos puestos en la administración pública nacional. Hasta para escrachar los necesitan rentados, seguramente porque de los otros no hay.
En la izquierda peronista de los años 70, de la cual tanto La Cámpora como sus demás agrupaciones satélites copian la ideología casi hasta la imitación, sólo había militantes pagos excepcionalmente, el 90% quería la revolución, no los cargos.
Hoy ese porcentaje es a la inversa. Quizá sigan queriendo la revolución, pero ahora cobran muy bien por ello.
Eso habla claramente de la artificiosidad de la juventud cristinista, de la total dependencia hacia su creadora, casi como si fueran una prolongación física de Ella, sin identidad propia, al menos hasta ahora.
Como sí la supieron tener los sindicatos con Perón en los años 50 o la JP en los 70, que siempre mantuvieron un buen nivel de autonomía del conductor.
Ocurre que hoy estamos en una época escasamente política, cuando es muy difícil que algo nuevo pueda surgir de esa práctica. Por eso estas flamantes creaciones son puramente estatales, productos de la prodigalidad del poder, y no expresan socialmente a nadie salvo a ellos mismos.
Sin embargo, desde que Cristina decidió armar su propia guardia pretoriana -que eso son los chicos del Patio de las Palmeras en la Rosada- también se interesó por encontrar su principito, el que pudiera conducir a las nuevas huestes juveniles y si es posible al país todo en nombre de su majestad.
Existe una constante en la elección de los principitos por parte de la reina Cristina. Los quiere economistas, para ponerlos en el ministerio del área y desde allí darles un poder mucho mayor que al resto del gabinete.
En esto también posee una gran diferencia con Néstor. Éste retuvo a Roberto Lavagna por necesidad pero apenas pudo se lo sacó de encima. A partir de allí se convirtió en su propio ministro de Economía.
Cristina, en su antípoda, ya lleva elegidos tres principitos economistas a los que les compró fascinada sus propuestas de ocasión, cada vez con mayor pasión, como si buscara en ellos algo faltante en ella.
La Presidenta es una persona que se siente muy segura de sus habilidades políticas pero piensa que su sapiencia económica es más intuitiva que profunda y de allí la necesidad de alguien que sume juventud, heterodoxia y propuestas capaces de traducir en términos económicos su proyecto político, para que éste no caiga en manos de los neoliberales, que también son mayoría dentro del justicialismo en esta área clave.
Su primer principito fue Martín Lousteau, un galancete que con el tiempo sabría ganarse el corazón de Juanita Viale y de Carla Peterson, ¡nada menos! Mientras Néstor lo miraba con desconfianza y Guillermo Moreno le quería cortar el cuello, Cristina lo apañó hasta que el pibe buenmocete le dio la alegría: la resolución 125.
Lousteau proponía aumentar significativamente las retenciones del campo, cosa que Cristina entendió como la primera expropiación importante de su gobierno a la oligarquía.
Pero cuando el campo reaccionó, el primero que se dio vuelta fue Lousteau, quien admitió que se había equivocado con los porcentajes. Primera desilusión de la reina.
La segunda oportunidad llegó, precisamente, con un oportunista, el más tristemente célebre de todos: Amado Boudou. El muchacho prometía, venía del riñón del neoliberalismo y había adoptado la causa nac y pop.
Y ya se sabe que un converso es lo mejor que hay, no sólo porque se trata de alguien que se le robó al enemigo, sino porque su conversión demuestra la superioridad ideológica del proyecto.
Sabedor de que dentro de la revolución K tenía mucho más para crecer que desde su inicial UCD (entre otros detalles menores, porque el poder -y por ende the money- estaba en manos de los K y no de la UCD), el motoquero melena al viento, guitarra en mano y voz desafinada encontró una panacea para venderse como el mejor, un proyecto que desde 2003 venía circulando entre algunos economistas K pero que sólo Amado logró que el matrimonio comprara: la estatización de las AFJP para quedarse con su colosal caja.
A partir de allí, hasta la vicepresidencia no pararía. Y ya estaba casi todo listo para nombrarlo heredero cuando el tipo cometió la indiscreción de decirles a unos amigotes de parranda (que otros amigotes Boudou no posee) que tenía a Cristina hipnotizada y en el bolsillo, con tan mala suerte que se enteró Máximo.
Luego vendría el descubrimiento de sus affaires imprenteros y tantos otros, con lo cual hasta Cristina se daría cuenta de que el converso no era tal, sino un pícaro aventurero más en busca de una oportunidad para salvarse de por vida.
Pero Cristina no cejó en su intento. Fue entonces que apareció el tercer principito. Este sí, ni galancete ni oportunista sino un verdadero heterodoxo, con la creencia plena de estar imbuido de una misión sagrada, ansioso por probar en la práctica sus teorías frankenstinianas, mitad marxistas, mitad keynesianas, elaboradas en la soledad de los laboratorios universitarios.
Este muchacho llamado Axel Kicillof parece mucho más auténtico que los otros dos. No quiere el cargo para conquistar chicas ni para ganar plata, sino para probar en la práctica sus teorías.
Y Cristina está fascinada porque él es la prueba viviente de que ella tenía razón, de que ese verso de que la cultura es de izquierda y la economía de derechas es sólo eso, un verso. Que en economía se puede ser aún más de izquierda que en cultura.
Y el muchacho la satisface plenamente. Primero tomó por asalto a Repsol YPF y aunque la confiscación revolucionaria a la larga saldría más cara que si se la hubiera expropiado sin tanto barullo, el pibe cumplió.
Y ahora ya entró en una fase superior librando la guerra contra el imperio representado por los fondos buitres.
Como Lenin y Rosa Luxemburgo, como Diego Rivera y Frida Kahlo, como Sartre y Simone de Beauvoir, el joven revolucionario argentino es mucho más ambicioso que sus antecesores fallidos.
Él no quiere sacar de Cristina ningún beneficio material, sino que piensa haber encontrado en ella el pasaporte a la revolución que tanto soñó en sus asambleas y agrupaciones estudiantiles.
Aunque jamás lo diría, supone que él es el verdadero creador y Cristina la criatura. Y Cristina lo sabe, aunque no le importa porque tiene claro que el poder es todo de ella, que sólo lo compartirá con Axel mientras él lo siga fascinando con sus teorías aplicadas.
Pero por ahora son ellos dos solos contra el mundo para evitar que los buitres se lleven puesto al país. Lo único que queda es rogar para que -aparte de los buitres- tampoco la reina y su principito se lo lleven puesto.
Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar