En los próximos días, el papa Francisco recibirá en el Vaticano a la señora Hebe de Bonafini. Dicha audiencia con la presidenta de la organización Madres de Plaza de Mayo viene generando en nuestro país una gran controversia, puesto que se trata de una dirigente que, en sintonía con el kirchnerismo, en el que militó y sigue militando, no dudó un instante en cuestionar duramente al entonces cardenal Jorge Bergoglio por su mirada crítica hacia muchas de las políticas de la década anterior. Incluso, vinculó a quien fuera arzobispo de Buenos Aires con la confusa participación de la Iglesia argentina en los años de la dictadura militar.
Los agravios y descalificaciones por parte de Hebe de Bonafini, sobre la que además pesan graves denuncias por irregularidades en el manejo de una cooperativa, fueron siempre en sintonía con esa mirada descalificadora del anterior gobierno y sus seguidores, hacia quienes no compartían sus ideas y metodologías.
Reacciones similares a la de esta inminente reunión generó Francisco en gran parte de la sociedad argentina por sus sucesivas entrevistas con la ex presidenta Cristina Fernández y su entorno político, como parte de una evidente y clara reconciliación tras años de frialdad y desprecio por su persona cuando era el principal inspirador de la Iglesia en el país.
La audiencia que el Papa concedió para el próximo viernes debería ser observada desde dos puntos de vista. En primer lugar, y en su rol de jefe del catolicismo, como depositario de un mandato sobrenatural cuyo fin es librar en la tierra una gran batalla contra el mal tendiendo siempre a la cristiana premisa de la salvación. Nadie puede arrogarse facultades para descubrir las razones de Dios de orientar o inducir en determinado sentido a los creyentes.
En segundo término, siempre basándonos en una clara tendencia hacia el diálogo y la búsqueda de consensos que caracterizaron al hoy Papa desde sus tiempos de jefe espiritual en este país, no se puede dejar de advertir y respaldar la actitud de transmitir al común de los argentinos, con este gesto, que llega la hora de abrir los brazos y los corazones para reconstruir entre todos la unidad y la concordia, sin olvidarnos de que quien separa la paja del trigo no es de este mundo.
Ha trascendido periodísticamente que quienes son cercanos al Papa aseguran que a esta audiencia Francisco la considera un gesto de reconciliación. Al menos, dicen, el Pontífice cree necesario hacer el intento. La actitud, que incluye el perdón por años de intolerancia hacia él, es elogiable porque puede marcar el definitivo camino hacia una conciliación que nos lleve a los argentinos a cerrar la inútil grieta que quedó al cabo de muchos años de estériles diferencias.