Imaginemos un futuro en el que por equis motivo los televisores no prendan, las tablets se descarguen, los celulares no tengan datos y Netflix, por poner un ejemplo irrisorio, colapse llevándose consigo toda sus toneladas de horas de distracción. Una catástrofe tecnológica e informativa.
Lo que vivimos en los últimos días nos ha puesto cualquier distopía a la vuelta de la esquina, y sin embargo, la situación reafirmó costumbres que no creíamos que estaban todavía ahí. Para algunos, la cuarentena sacó a flote algunos lazos, y no solo familiares: la radio, de repente, vuelve más firme que nunca a presentarse como un servicio esencial y comunitario.
Aclaremos: no es que la radio haya resucitado; siempre estuvo ahí, aunque hayan decretado su defunción muchas veces. La radio es una señora que en agosto cumple cien años.
Y los cumple en una situación paradójica: hoy en día es un servicio de información crucial en todas partes del mundo. Como en Italia, donde los adultos mayores (primera población en riesgo) se pegan al dial para informarse de lo que pasa en su entorno más inmediato y para sentirse unidos en la desesperada distancia, como cuando el pasado 20 de marzo todas las emisoras pusieron al mismo tiempo el himno de ese país (hecho inédito) y una canción que habrá hecho correr lagrimones a los abuelos: “Volare, oh oh, cantare”. Una esperanza aun hoy, porque la radio es también esa caricia comunitaria que se necesita, a veces con urgencia, en los pueblos pequeños, que no tienen ni diarios ni estudios de televisión. De esos pueblos en Italia hay cientos.
Pero decíamos que es paradójica porque, al lado de esa dependencia, la mayoría de los planteles de trabajadores de este medio son escuálidos, comparados a los de otro tiempo. Además, son mal pagos. En los estudios, que ya huelen a alcohol en gel, o desde las casas, los trabajadores de la radio también trabajan como héroes, como lo demostraron el pasado 16 de junio, cuando un apagón masivo afectó la interconexión del país y muchos se dieron cuenta de que la amplitud modulada era más amplia de lo que parecía, y que esa distopía del primer párrafo no tan lejana.
El centenario de la radio va a ser extraño y especial. Los locutores de casta siempre remarcan que "la radio no te deja a pata" y también que lo que se genera en el aire, con hilos invisibles pero sólidos, es algo que por momentos se acerca a la magia. Como ya muchos advierten, probablemente el mundo post-coronavirus sea menos globalizado y más localista. ¿Se viene un centenario dorado? ¿Hay algo más local que ese parlantito que te desea todas las mañanas los buenos días?
Hacia el centenario
Argentina fue pionera mundial en materia de radiodifusión. Fue el tercer país del mundo en realizar sus primeras emisiones regulares, un 27 de agosto de 1920. También fue el primer país de habla hispana y de América Latina en realizar radioemisiones diarias.
Ese día, como cuenta la historia, Enrique Susini y Romero Carranza, dos aficionados porteños, instalaron un precario equipo de transmisión radial en el Teatro Coliseo de Buenos Aires. Así, transmitiendo la larga ópera "Parsifal" de Richard Wagner, nació L.O.3 Radio Argentina, que tuvo la primera licencia de radiodifusión nacional.
Esa pasión sobrevive hoy en las 6.126 radios que, según el ENACOM (Ente Nacional de Comunicación) había el año pasado funcionando en el país.
En la historia mendocina
Entre la Radio Parque -la primera emisora- y el mundo radial mendocino contemporáneo, hay una historia apasionante y pocas veces buceadas. Abundan datos como este: el fundador de la primera radio mendocina fue Eduardo Bradley, quien también cruzó la cordillera por primera vez en globo. La Radio Parque, que abrió en 1924 por encargo del entonces gobernador Carlos Washington Lencinas, precedió la era de LV10 y Radio Aconcagua, iniciada por diario Los Andes y luego convertida en la actual Radio Nacional.
En esta historia, repleta de personajes entrañables como Tito Pagés, Servando Juárez y Milka Durán ("La lechiguana"), se adentró el periodista de este diario Leo Oliva para escribir "La radio en Mendoza, de la galena a los auditorios (1920-1960)", con prólogo y epílogo de Jorge Sosa y Darío Daldi respectivamente. Invitamos al lector a adentrarse en nuestra historia a través de este material.