Si un club de fútbol de un barrio de Godoy Cruz, o de Avellaneda, o de cualquier pequeño distrito de San Pablo, Barcelona o Helsinki comete un error al alinear a un infantil en un partidito y lo eliminan de un torneo local, es posible que la directiva de ese pequeño club se enoje y que en el barrio te tomen un poco el pelo por la metida de pata. Ahora proyectémoslo hasta la máximo exponente categórico del fútbol mundial y saquemos cuentas.
El planeta entero se desencaja de risa en tu cara, y el error te puede costar unos treinta millones de euros. Es ahí la cruel proporcionalidad de la ridiculez.
Real Madrid, la centenaria entidad deportiva galardonada como la mejor institución futbolística del siglo XX, con un patrimonio de mil millones de euros y
con 789 empleados en nómina metió la pata hasta el cuadril esta semana y quedó fuera de la Copa de España por una sola razón: torpe. No se puede explicar de ninguna otra forma. Y lo peor no es perder. Ni quedar eliminado ante un segunda división. Lo peor es que además te pasa en el campo del Cádiz, celebérrima tierra andaluza por su el carácter jovial y jocoso de sus gentes. Todavía se escuchan las carcajadas, los cánticos ingeniosos y el eco del blanco papelón.
Los Merengues ya solo rezan porque se acabe este año maldito. Un año en blanco real. Donde tu eterno rival lo ganó todo, pasándote la mano por la cara cada vez y hasta en tu casa como hace pocos días. Un2015 realmente para olvidar, donde perdiste un fichaje millonario porque se te rompió el fax, donde metieron a una de tus estrellas en la cárcel, y donde te vuelven a enterrar a tu máxima figura bajo la soberanía de un pequeño rosarino. Un año para despedir con gusto, no sin antes reconocer aunque sea en silencio, que con tanta guita no se pueden hacer peor las cosas.
El único consuelo que tendrían los madridistas sería que en la final del Mundial de Clubes, River les hiciera el favor de no permitir que sea el Barça quién les arranque el sello de campeones del pecho, para pegarlo acto seguido al azulgrana.