La diputada Lilita Carrió siempre tiene salidas que conmueven a la opinión pública. Es algo así como una pseudo fiscal de la Nación y sus denuncias han tenido, y están teniendo, trascendencia nacional. Suele ser desembozada al hablar y ha cometido algunas pifias que se hicieron virales, como por ejemplo cuando dijo que Santiago Maldonado, el artesano muerto en Chubut, podía estar en Chile.
Ahora se ha metido con la clase media. Recomendó que revise sus bolsillos en busca de billetes sueltos y no se prive de dar propina. Según ella, esta acción ayudaría a paliar la situación de mucha gente que depende de este tipo de obsequio para ajustar sus necesidades.
La palabra propina proviene del latín “propinare” que quiere decir “dar de beber”. Inicialmente, la propina era regalarle a alguien un trago de algún licor como agradecimiento. Existen muchas teorías sobre el origen de la práctica de dejar propina a cambio de un favor o un servicio, pero lo cierto es que no se sabe realmente cómo empezó. Algunos dicen que fue en Francia, otros en Inglaterra.
Tiene que ver con la amabilidad y a veces con la solidaridad y se usa en nuestro país voluntariamente para retribuir, como forma de agradecimiento, alguna acción que tiene que ver con la prestación de algún servicio. La propina más conocida es la que se le da al mozo de un bar o de un restaurante, pero también al botón de hotel, a los taxistas, o los que cuidan nuestros autos. Hay gente que se arma de sus muy buenos pesos con este asunto de la propina y en algunos casos, mínimos pero existe, lo sumado con la propina supera el sueldo de quien la recibe.
En muchos países la propina está institucionalizada y aparece en el tícket de pago de lo consumido, en nuestro país es una acción voluntaria. Uno está predispuesto a dejar unos manguitos extras aparte de lo que cuesta el servicio brindado. No en todos los casos porque hay tipos más agarrados que mugre de talón, no le sacás un peso ni aunque los mirés con cara de me hace falta, porfi. No se conmueven los muy tacaños.
Uno se siente impulsado a dejar propina cuando la atención ha sido satisfactoria. Por ejemplo cuando va a un restaurante y lo consumido es de su entero gusto y el servicio prestado por el mozo reboza amabilidad. Cuando la comida es pobre tirando a mala y el mozo te atiende con cara de poto, en vez de darle una propina tenés ganas de pedirle que la casa se haga cargo de lo mal consumido.
El comerciante a veces se ve impulsado a actuar al revés, a darle él una propina a quien le compra. Es la famosa “yapa” usada por los almaceneros de aquella época en la que había almacenes y una cucharada de azúcar más no empañaba el presupuesto del negocio.
Ahora, como están los tiempos, restringidos como estamos con el dinero, y atacados como estamos por impuestos y servicios, no es fácil desprenderse de un San Martín o de un Belgrano así como así. Hasta hace poco teníamos los 2 pesos con la cara de Mitre que nos salvaba pero esa solución ya no cuenta.
Es tan acuciante la situación que uno siente la necesidad ya no de dar propina, sino de que le den propina a uno.
Ahora, cuando la atención -como dijimos antes- deja que desear podemos optar por dos variantes del término: o le damos una propina o le propinamos algún insulto.