En la reunión cumbre del Acuerdo Transpacífico, en Perú, durante el fin de semana, una de las mayores cuestiones fue si Donald Trump, como el próximo presidente de Estados Unidos, se apegará a su amenaza de levantar profundas barreras comerciales en contra de Pekín, arrastrando al país a una confrontación del ojo por ojo con la segunda economía más grande del mundo.
Una guerra semejante no ha empezado, pero parece claro que Estados Unidos ya perdió. China ha estado avanzando sistemáticamente en el sistema económico mundial.
Al hacer la guerra contra la globalización, Estados Unidos está apuntalando el argumento de China. Eswar Prasad, quien fuera jefe de la división china en el Fondo Monetario Internacional, argumenta que “en el largo plazo, China sale como ganadora bajo cualquier situación”.
De seguro que la economía china sufriría si Estados Unidos impusiera aranceles de 45 por ciento a importaciones chinas por un valor de casi 500,000 millones de dólares.
Estados Unidos absorbe sólo 16 por ciento de las exportaciones chinas, pero es el mercado de exportaciones más sano de China. Los temores del proteccionismo estadounidense ya están avivando la salida de capitales de China.
Sin embargo, es posible que China esté mejor posicionada que Estados Unidos para recibir el golpe. Y, con toda seguridad, que contragolpearía. En un editorial en el Global Times de China, un vocero del Partido Comunista, se advierte, probablemente no tan alejado de la realidad, que la acción estadounidense significaría que “se reemplazará un montón de pedidos de Boeing con Airbus.
Las ventas de automóviles y iPhone estadounidenses en China sufrirán un revés, y se detendrán las importaciones de frijol de soya y maíz estadounidenses".
China tiene varias formas de tomar represalias. Podría prohibirles a la compañías paraestatales que hagan negocios con empresas estadounidenses. Podría limitar el acceso a materias primas esenciales, como lo hizo en respuesta a una disputa con Japón sobre la pesca, cuando detuvo las exportaciones de los llamados minerales de tierras raras, esenciales para la industria electrónica.
Podría restarle importancia a los esfuerzos para combatir la piratería de las patentes y los derechos de autor estadounidenses.
A algunas de las compañías más exitosas de Estados Unidos les esperan muchas dificultades. La gran mayoría de los iPhones de Apple, por ejemplo, se ensamblan en China. Los costos del ensamblado, no obstante, representan menos de cuatro por ciento del valor agregado del aparato.
Eso significa que China podría obligar a que se detuviera la producción de iPhone a un costo muy bajo para ella, en tanto que Apple enfrentaría un esfuerzo que sería muy costoso y alteraría profundamente la producción al tenerla que cambiar a otra parte. Construirla a partir de cero en Estados Unidos es casi imposible.
¿Cuánto tiempo podría sostenerse la determinación estadounidense? En un análisis del Instituto Peterson para la Economía Internacional, una institución que está a favor del comercio, se concluye que una guerra comercial hecha y derecha con China y México elevaría el desempleo en Estados Unidos a casi nueve por ciento en el 2020, en comparación con 4.9 por ciento hoy en día.
Eso no mejoraría el panorama económico para millones de estadounidenses de clase trabajadora en cuyo nombre Trump propuso esta pelea.
Y es posible que esa ni siquiera sea la peor parte. Tratar de incomunicar a Estados Unidos en la frontera, le hace directamente el juego a China en otras formas.
Se consideraría a Washington como el villano en la pelea. No importaría qué tantos trucos pudiera exhibir el gobierno chino en contra de los intereses estadounidenses, seguiría siendo la víctima a los ojos de muchos países, un campeón de la causa del comercio abierto, basado en las reglas.
Aun si Trump solo está aparentando, como dicen muchos de sus aliados, para sacar ventaja en alguna negociación futura, ya se hizo gran parte del daño. Su bravata ha cambiado la percepción del papel que tendrá Estados Unidos en el mundo.
En medio de un viraje hacia el nacionalismo populista en otros países ricos _ como Gran Bretaña y Francia _, China ha emergido en el papel insólito de defensora del capitalismo globalizador.
"China es la única potencia importante que todavía habla de mayor integración", notó Nicholas Lardy, un especialista en China en el Instituto Peterson. "China es el único país importante en el mundo que proyecta la idea de que la globalización tiene beneficios". Y esa es una pérdida para Estados Unidos.
Muchísimos países en el mundo en desarrollo todavía creen que la prosperidad depende de su integración exitosa a las cadenas de suministros que atraviesan a la economía mundial.
Al retraerse hacia su interior _ una medida que ya se reforzó al rechazar el Acuerdo Transpacífico _, Estados Unidos parece tener poco que ofrecer.
Steven Ciobo, el ministro de comercio de Australia, transmitió ese argumento apenas unos días después de las elecciones estadounidenses cuando dijo que su país trabajaría para concluir un acuerdo económico integral regional _ una iniciativa china entre 16 países asiáticos y del Pacífico que excluye a Estados Unidos _ y apoyaría la zona de libre comercio de Asia Pacífico que propuso Pekín.
Igual para Perú y Chile, lo que, según un alto funcionario chino en Lima, también están buscando unirse a la iniciativa comercial china.
"Es casi seguro que cada economía en la región asiática ve que su futuro está más cercanamente vinculado a China", me dijo Prasad, el ex funcionario del FMI.
"Ya que Trump está hablando de abandonar tratados comerciales y hacer que los aliados paguen por la protección, será duro para los países asiáticos resistirse al abrazo de China".
Y si las acciones de Washington en contra de China empiezan a interrumpir las cadenas de suministros en Asia, Estados Unidos podría, rápidamente, convertirse en el paria económico en la región".
La cuestión es: ¿con qué propósito? No puede tratarse simplemente de detener la manipulación de la moneda. Ese es un temor obsoleto.
En cambio, trabajar por debajo del valor de su moneda para mejorar sus exportaciones, China ha gastado, a últimas fechas, cerca de un billón de dólares para apoyar el valor del renminbi de cara a la salida de capitales.
Si se detuviera, la moneda caería como una piedra, mejorando la competitividad del comercio chino.
Más aún, colocar las barreras comerciales contra China haría poco para reducir el déficit comercial estadounidense. Las empresas estadounidenses que construyen cosas en China no llevarían muchas manufacturas a Estados Unidos; en la mayoría de los casos, se irían a algún otro país con mano de obra barata.
Y al grado en el que sí "retornaran" la producción, en la mayoría de los casos sería altamente automatizada, por lo que se emplearía a pocos estadounidenses adicionales.