La política tiene cara de mujer - Por Carlos Salvador La Rosa

La política tiene cara de mujer - Por Carlos Salvador La Rosa
La política tiene cara de mujer - Por Carlos Salvador La Rosa

Una verdadera revolución de las costumbres se está viviendo en la Argentina relacionada con la cuestión de género, como ya viene ocurriendo en otros países, sobre todo los más desarrollados. El tema de la violencia y abuso contra la mujer es el equivalente de lo que sacude las estructuras más profundas de la iglesia católica con la cuestión de la pedofilia y demás perversiones sexuales. Aunque más que sexuales, en ambos casos se trata de abusos de poder, de cómo una determinada comunidad o sociedad o país construye sus jerarquías de dominación y de cómo los que están más arriba se aprovechan de los que están más abajo en la escala de valoraciones socio-culturales.

Al principio se lo intenta minimizar como un exceso, como un efecto no querido de un determinado tipo de construcción social. Así, en la iglesia católica primero se hablaba de excepciones, hasta que se descubrió que era un cáncer que había llegado a sus entrañas y estaba destruyendo a toda la organización. Con el tema de la sociedad machista pasa lo mismo, ya que en ella se naturalizó la perversión hasta llegar a la evidencia, que cada día sale más a la luz, de que no abusar era la excepción, ya que quien tiene un poder -máxime si no está construido personalmente por él sino por el lugar que ocupa en la pirámide social- usualmente tiende a usarlo, y abusarlo. Por eso, cuando se hacen públicos en toda su colosal dimensión, estalla  una verdadera revolución donde caen todos los velos y se desnuda todo lo oculto. Algo que al principio quizá lleve a algunos inevitables excesos para el lado opuesto, como ocurre siempre en los vendavales que traen consigo todas las revoluciones, pero cuya reconstrucción del equilibrio requiere un cambio estructural, ya que nada sería peor que pretender arreglarlo con parches.

Hay, no obstante, un campo muy criticado por la opinión pública, el de la política, donde, paradojalmente, estos últimos años  han traído un importante cambio. Es cierto que siguen en minoría las mujeres en los cargos públicos pese a leyes de cupos y otras obligaciones que no suelen ser la clave para mejorar las tendencias, ya que  se progresa más y mejor con los estallidos contra la dominación machista como el que hoy está ocurriendo, que con las imposiciones legislativas formales. No obstante, la realidad es que en la Argentina política actual los más importantes cargos en los más importantes lugares de decisión están en manos de mujeres, y no por imposición sino por cualidades personales.

Salvo la economía, que está toda en manos de hombres y siendo quizá el área prioritaria es la que peor viene andando (lo mismo da, en este sentido, que sea por herencia del gobierno anterior, por impericia del gobierno actual o porque era inevitable pagar los costos que estamos pagando para salir de la decadencia), donde sí hay liderazgos femeninos demostrados en en cinco áreas centrales: la política social, la política de seguridad, la política anticorrupción, la política opositora, y la política en el corazón del país de los argentinos: Buenos Aires.

O sea, no en cantidad, pero sí en calidad la influencia política de la mujer en el poder actual es extraordinaria porque en todas estas cuestiones vitales la personalidad de sus líderes es determinante. Nos referimos a la ministra  de Desarrollo Social, Carolina Stanley. A la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. A la senadora de la Coalición Cívica, Elisa Carrió. A la ex presidenta de la Nación, la senadora Cristina Fernández de Kirchner. Y a la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal.

Mujeres que en general tienen muy poco en común entre sí, que expresan a universos y concepciones sociales muy diferentes, a las que más allá de unirlos el ser mujeres, las une su capacidad de liderazgo, de ejercer el poder como pocos en la Argentina.

Aunque esto surge con el actual gobierno, en parte viene de antes, porque el gran debate político ideológico sobre el modelo de país, de democracia y de república se dio desde 2007 entre Cristina y Lilita, dos mujeres tan distintas en sus concepciones políticas como similares en muchas facetas personales (tiempo atrás escribimos una nota llamada “Cristielisa”, donde se pasaba lista a lo que hacía parecidas a dos damas tan en las antípodas).

Vidal y Stanley, son dos de los grandes sostenes de Macri en lo que se refiere a las políticas relacionadas con los sectores más humildes del país, donde ni un solo programa social del gobierno anterior se tocó y hasta se los ha mejorado. Son además las dos dirigentes oficialistas más cercanas a un Papa argentino que apenas puede ver al presidente argentino. Ambas le dieron al liberalismo de Cambiemos una impronta social y un acercamiento a los sectores más humildes tradicionalmente captados por el peronismo. Tienen el talento de diferenciarse del resto de los políticos oficialistas, incluido Macri a veces, sin conflicto y sin que parezca notarse. Pero se nota.

Y frente a todas ellas, porque de alguna manera se ha enfrentado a todas, está Patricia Bullrich, una verdadera dama de hierro de la política argentina que hoy en día goza de una importante popularidad, no sólo por el contenido de las decisiones que toma sino por la férrea personalidad con que las ejecuta, logrando granjearse tantas simpatías como enemistades. Pero siempre las simpatías que busca y las enemistades que prefiere, para su propia acumulación de poder.

Bullrich más de una vez ha tenido diferencias con Vidal y sobre todo con Stanley porque ambas suelen apoyarse en las organizaciones sociales de base peronistas cuando se requiere acercarse a los sectores más postergados. Bullrich cree que ambas cuestiones son contradictorias, que una promoción real de la pobreza se hace eliminando los punteros intermediarios, si no se fortalece el clientelismo. Pero los que están todos los días en el territorio de la pobreza son Vidal y Stanley. Ahora se ha peleado con Carrió quien le insinuó conductas fascistas en su lucha contra la inseguridad, pero Bullrich no se amilanó y contraatacó a la poderosa Lilita. Como lo hizo en los finales del gobierno de De la Rúa, cuando siendo ministra de Trabajo de la Alianza y aún cuando ésta se caía a pedazos, ella continuó peleando como una tigresa contra el todopoderoso Hugo Moyano y sus privilegios sindicales.

Y ni que decir de Cristina Fernández, a la cual la inmensa mayoría de los dirigentes peronistas se la quiere sacar de encima (la mitad busca diferenciarse de ella, y la otra mitad se le acerca oportunísticamente para ver si  los nombra herederos), pero ella sigue siendo la única referente de peso del peronismo, además de ser la rival más anhelada por el macrismo.

En fin, que por las razones que fuera, en un país que recién comienza a sacudirse en serio su brutal, ancestral y estructural machismo, la política nacional cuenta entre sus más interesantes dirigentes (por no decir las más interesantes) a cinco mujeres tan notables por sus virtudes como por sus defectos, pero que de un modo u otro signan con sus personalidades el modo en que se está ejerciendo el poder en la Argentina actual.

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