La política, peor que la economía - Por Edgardo R. Moreno

El oficialismo se muestra en publico como una coalicion que no es y extiende la sensacion de que un regreso del kirchnerimo no es imposible.

La política, peor que la economía - Por Edgardo R. Moreno
La política, peor que la economía - Por Edgardo R. Moreno

Nada peor para quien gobierna que quedar encerrado en un círculo vicioso. La conducción política es el arte de encontrar opciones donde no las hay. La administración de Mauricio Macri está de cara a ese desafío. La política le está funcionando menos que la economía.

Que ya venía en terapia intensiva y siempre recibe el impacto de expectativas en baja. El contraste es evidente. De un lado, el dólar otra vez inestable, perspectivas de inflación irreductibles, un horizonte de recesión indefinido. Del otro, el elenco gobernante entretenido como un ludópata en sus disputas internas. El resultado es previsible: de nuevo el riesgo país crece.

La perspectiva de pago de la deuda argentina entra en el cono de sombra de la desconfianza. La política acusa recibo de las expectativas económicas declinantes. Y el ciclo pernicioso se renueva. La elección provincial en la provincia de Neuquén y la interna de Cambiemos en Córdoba serán esta semana los dos botones de muestra. En Neuquén, el candidato macrista, Horacio “Pechi” Quiroga, se apresuró ayer a despegar al Presidente de sus resultados en la elección provincial. La lógica del poder, que apenas por azar perdona el candor, jamás es indulgente con la tardanza.

Si Quiroga no atinó a declinar -antes- una candidatura figurativa, es porque Cambiemos prefirió privilegiar una acumulación presunta. Y fue una opción que obliga al oficialismo nacional a rezar para que el sapagismo residual se imponga sobre el candidato de Cristina y preserve el emblema de Vaca Muerta, bajo la mirada atenta de los mercados de inversión.

En Córdoba, lo único que ha conseguido la Casa Rosada, por ahora, es coagular la operación de Enrique Nosiglia para que el distrito encabece la contestación interna contra la candidatura de Macri. Martín Lousteau avisó que sus aspiraciones exceden la paritaria radical para recomponer espacios en el Congreso. Mientras, el elenco de Cambiemos en Córdoba se fisuró. Como antes La Pampa, Neuquén y Córdoba están exponiendo un rasgo en común.

La dirigencia oficialista se olvidó del principio fundante de su coalición: antes que un acuerdo de sus dirigentes, Cambiemos fue un consenso de sus votantes. Elemental y precedente, ese acuerdo identitario no era otro que dejar atrás a Cristina Kirchner. El resultado de esa distracción es de alto impacto para la política y los mercados. El oficialismo se muestra en público como una coalición que no es. Al permitir esa percepción social, extiende la sensación de que un regreso del kirchnerismo al poder no es imposible.

Esa sensación se alimenta también de un factor adicional. Todos los sondeos se alimentan de una opinión pública polarizada donde todavía no hay una candidatura sólida instalada en la brecha entre Macri y Cristina. En la fotografía sólo aparecen con nitidez el Presidente y su antecesora.

El resto del plano es todavía difuso. Como si existiera una primera vuelta sin primarias. O un balotaje sin un tercero previo. Esa fotografía borrosa amplifica hoy las posibilidades de Cristina. Su capacidad para ahuyentar votantes entra en escena cuando se acerca el plazo de definición de candidatos. Por eso, la expresidenta prefiere mostrarse ahora en el intento de ensanchar alianzas. Mientras a Macri se le desflecan las propias. Ese fue el mensaje que ordenó difundir en una cumbre del PJ que otra vez mostró sus divisiones.

Los gobernadores que no fueron a la Asamblea Legislativa para escuchar a Macri, tampoco asistieron a la convocatoria bonaerense de Cristina. Las dificultades económicas del país le entregaron en bandeja a la expresidenta una agenda que en el resto del mundo viene ordeñando con éxito la nueva derecha: la agenda de la globalización y sus víctimas. Por eso concentra todos sus esfuerzos en deslegitimar la agenda institucional.

Donde reside la mayoría de los rechazos que cosecha, ante la evidencia del gigantesco saqueo de recursos públicos que comandó para enriquecerse. Le ha encomendado esa tarea a un juez que le responde. Alejo Ramos Padilla comenzó investigando una presunta extorsión del fiscal de la causa de los cuadernos, Carlos Stornelli, a un empresario que ni siquiera figuraba en ese expediente. A poco de andar, el juez degradó la imputación. La restringió a un reproche a Stornelli por haber atendido a un abogado embaucador, al que sin embargo presenta como agente indubitable del gobierno de Donald Trump.

Como la supuesta promiscuidad informativa aún no ha sido incorporada como delito en el Código Penal, intentó montar luego una escena de denuncia en la comisión bicameral que supervisa a los servicios de inteligencia. No funcionó. Le pidieron que gire la documentación que dice haber recolectado. Para separar la paja del trigo. Ramos Padilla devaluó otra vez sus expectativas. Recurrirá a la comisión que preside en diputados Leopoldo Moreau.

Mientras el kirchnerismo avanza en el montaje escénico de un funcionario judicial compareciendo en el Congreso para aludir a operaciones presuntas de espionaje ilegal, la Corte Suprema de Justicia dejó firme el pedido de prisión preventiva de Cristina por el pacto con Irán. El mismo que fue denunciado como encubrimiento por el fiscal Alberto Nisman. Cuatro días antes de morir.

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