La política, ¿para qué?

La política, ¿para qué?

Dos décadas atrás, un prestigioso historiador francés se preguntaba si podríamos "vivir juntos" ante los efectos que estaba provocando la globalización. Posiblemente trataba de responder a la poca importancia que estamos dando a la "cosa pública" (que eso es la política) y a la creciente orientación de la sociedad hacia la esfera privada y el individualismo.

Una característica dominante de nuestra actual sociedad es que las bases y las modalidades de vivir juntos han sido sacudidas. Aquello que parecía enraizado y estable, se ha convertido en relativo y movible; añadiendo a esto las dificultades que tenemos para encontrar una visión compartida del futuro. El vivir juntos se ha vuelto frágil y se cuestiona. Lo mismo ocurre con las nociones tradicionales de nación, patria y república, en un clima de sensibilidades exacerbadas y cercanas a la violencia.

Entonces, que ante los hechos -positivos y/o negativos- que generamos cotidianamente en nuestra convivencia, se torna urgente la necesidad de repensar la forma de ejercer la política y de generar nuevas formas de compromiso ciudadano. Por lo que, más allá de la coyuntura y de los cálculos electorales, aparece la necesidad de una reflexión sobre la política, que nos exige como una "refundación" de la misma ante su gran descrédito; un abismo que se agranda entre los ciudadanos y sus representantes.

Esta situación no es sólo responsabilidad de la clase política. Se trata de afirmar un "nosotros" en que la política clarifique las actividades, las estrategias y los procedimientos que afectan al ejercicio del poder basado en la búsqueda del bien común y del interés general, y que encuentran su fundamento en valores compartidos. Hoy, en el debate para intentar esa meta, prevalece la cultura de la confrontación sobre el diálogo. En esta sociedad en tensión, las redes sociales y los medios audiovisuales ocupan un lugar importante; éstos prefieren eslóganes y frases breves antes que el análisis serio y el respetuoso debate.

El bien común parece un objetivo inalcanzable, difícil de diseñar y, más difícil aún, de encontrar los necesarios medios para alcanzarlo. El contrato social -explícito o implícito- que nos permitía vivir juntos en el mismo territorio nacional ya no parece ser una realidad. Tenemos necesidad de redefinirlo en una sociedad donde la referencia es el individuo y no lo colectivo. El "Estado providencia y tutor" ha decepcionado, y las generaciones actuales ya no confían en que vivirán mejor que sus padres.

Junto a este sentimiento de inseguridad aparece también el de la injusticia, referido al "salario indecente" de algunos -por su exorbitancia- en contraste con los ingresos de la inmensa mayoría. Disparidad que se agrava con la falta de empleo que, consecuentemente, produce más exclusión y mayor precarización de la vida.

Es urgente, por lo tanto, redefinir qué es ser un ciudadano y promover "una manera de estar juntos" que tenga sentido en medio de las variadas reivindicaciones cotidianas.
 
Algunas sugerencias 

-Que la transparencia y la ética de nuestros representantes no sea un vano cacareo para "dejar pasar, dejar hacer". Hay que demostrarlas en los hechos.

-Que los jueces y funcionarios de la Justicia impartan la misma con atento discernimiento ético y legal en el marco de una sociedad como la descripta más arriba. Los jueces no dejan de ser ciudadanos, con los mismos derechos y deberes que tienen los otros y con la obligación de ser los mejores ciudadanos.

-Que lo establecido en nuestra Constitución sobre la convocatoria a la ciudadanía a emitir su opinión (referendos) sobre temas puntuales y de importancia, deje de ser letra muerta y se convierta en democracia participativa. Desde la reforma constitucional (1994) ninguno se ha realizado.

-Que los ciudadanos participemos, de verdad y en todo momento, en la vida política de la que debemos ser actores cada día, sea que apoyemos o contradigamos las decisiones emanadas de los tres poderes de la República. (Importante ejemplo fue la manifestación realizada en contra del 2x1 que beneficiaba a los genocidas).

-A no ser que los representantes de los tres poderes de la República estén de acuerdo en no impedir la colonización ideológica -a la que estamos siendo sometidos por las multinacionales del poder y del dinero a través, sobre todo, de la desinformación, la publicidad "tonta", internet y el fárrago de películas y videos faltos de contenidos básicos para la convivencia en sociedad- se torna urgente que esos poderes nos ayuden a construir una cultura nacional que refleje nuestra identidad y que sea soporte de la "refundación política" de la que estamos hablando.

La crisis de la política es una crisis de la "palabra ciudadana". La confianza en la palabra dada permite elaborar una vida en sociedad mediante la concertación, la mediación y el diálogo. Cuando la palabra se pervierte aparece la violencia, la mentira, la corrupción, o el desinterés por la vida pública.

La verdadera convivencia ciudadana no puede hacerse en base a parches de intereses yuxtapuestos. No alcanza con una "simple gestión" ante la grave crisis de sentido, en especial entre los jóvenes. Pero, lamentablemente, la política se ha vuelto "gestionaria", proveedora y protectora de derechos individuales más que de proyectos colectivos, y no puede responder a las cuestiones más fundamentales de la vida en común.

El descontento por la manera de hacer política no significa necesariamente desinterés por la vida pública sino que indica también la aspiración de nuevas formas de compromiso ciudadano, y el deseo de retomar "la verdadera naturaleza de la política y de su necesidad para una vida juntos".

Ello no ocurrirá con el arribo de una "personalidad providencial o mesías"; es tarea de todos.

Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Diario Los Andes.

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