La política junto al show de la pavada

La política junto al show de la pavada

Por Carlos Sacchetto - Corresponsalía Buenos Aires

No se trata de dramatizar, pero suena como un alerta preocupante. Sobran ejemplos para decir que desde Aristóteles y el nacimiento de la ciencia política, hasta hoy, pocas veces esta disciplina que el hombre pensó para mejorar la calidad de vida de sus semejantes ha alcanzado niveles comparables de desprestigio como los que se observan estos días. No hablamos solamente de la habitual farandulización de dichos y hechos con los que se alimenta el universo mediático, escenario privilegiado del debate público.

El fenómeno se relaciona con la aceptación pasiva que hace la sociedad de la pérdida de valores y principios elementales de sus líderes políticos para construir y utilizar el poder, y sin los cuales todo pasa a ser igual a todo. Fue perfecta aquella síntesis de Discépolo en su tango Cambalache, haciendo pasar la vida por esa vidriera en la que la Biblia llora junto a un calefón.

El promocionado encuentro del miércoles entre el presidente, Mauricio Macri, y el animador televisivo Marcelo Tinelli, presentado como “una cumbre para sellar la paz” como si fuera una cuestión de Estado, sirvió para elevar la indignación de una franja importante de la sociedad.

Dentro del Gobierno, el tratamiento público que se le dio al asunto también enfrentó los criterios, por ejemplo, del ministro del Interior, Rogelio Frigerio, con los del jefe de Gabinete, Marcos Peña, y tensó aún más la relación entre ambos, que no viene bien.

Los “disidentes” de la Casa Rosada sostienen que el entredicho con Tinelli podría haberse solucionado en forma privada, como una más de las tantas conversaciones que el Presidente mantiene fuera de la agenda oficial. Los que justifican lo sucedido, en cambio, afirman que el encuentro tuvo un tono espontáneo y divertido que favorece la imagen del jefe de Estado.

Todos ponen

Pero así como hacer payasadas y valorar el sentido del humor no es en sí mismo una muestra de la descomposición política que vivimos, sí lo son la hipocresía y el cinismo que se expresan todos los días frente al drama de la pobreza y las carencias que padecen millones de compatriotas.

A esa realidad no sólo contribuye el actual Gobierno, cometiendo errores groseros por ignorar o no valorar correctamente lo que en política significa la sensibilidad social. También lo hace una gran parte de la oposición, en especial la que encabeza la ex presidenta Cristina Fernández, actuando como si el país viniera del mejor de los mundos.

Aportar al desprestigio de la política es, por ejemplo, desconocer la corrupción de los doce años anteriores y limitarla a episodios aislados. O seguir confundiendo a la opinión pública con cifras e indicadores falsos, dibujados para sostener un relato político que la sociedad ya castigó en las urnas. O criticar con extrema dureza medidas que ahora deben tomarse de manera obligada para reparar parte del descalabro que produjeron decisiones irresponsables.

Uno de los problemas que lleva a la actual desvalorización de la política es que la oposición no posee autoridad para asumir ese rol. Quien levante la voz desde ese espacio, incluida la ex presidenta, debería responder primero a las graves imputaciones que le formula la Justicia. Por lo tanto, no son voces moralmente autorizadas para hacer cuestionamientos políticos.

En esa deducción se basa el gobierno macrista para elaborar teorías que lo muestran bien posicionado frente a la sociedad. Quienes evalúan desde el oficialismo estas cuestiones, afirman que la ausencia de una oposición seria y creíble amplía los márgenes de tolerancia social, pese a que la economía no está funcionando como esperaban y el rigor de la crisis afecta cada día a una mayor cantidad de personas.

Dos preguntas

Hay un interrogante que está agitando el debate en todos los ámbitos y tiene que ver con que si además del mal cálculo de tiempo que hizo el Gobierno para situar el comienzo de la recuperación económica, las medidas adoptadas tendrán el efecto que se busca y en ese caso cuándo. Los números del primer semestre, salvo la leve baja de la inflación el último mes, no permiten mucho optimismo.

La recesión se siente en sectores de mano de obra intensivos y la pérdida de puestos de trabajo fue reconocida por los organismos oficiales. El costo de vida mueve hacia arriba los niveles de pobreza y la actividad económica no registra todavía el flujo de inversiones que a esta altura ya estarían radicadas.

La segunda pregunta es igualmente inquietante para el Gobierno: ¿hasta cuándo se podrán mantener las expectativas y postergar un prematuro descreimiento social? Cuentan algunos ministros que en las reuniones de Gabinete es el propio Macri quien exige respuestas cada vez más perentorias y en un tono que muestra un creciente nerviosismo. En forma paralela cada área va armando planes de contingencia por si la espera de los buenos resultados se alargara todavía más.

En ese razonamiento se inscribe que Peña haya admitido el jueves que dentro de este año se hará la corrección de las escalas del impuesto a las Ganancias. No fue un hecho casual. Se viene el plenario de secretarios generales de los gremios adheridos a la CGT y la información que llega al Gobierno es que la idea de una medida de fuerza crece en el territorio sindical.

Ese gesto oficial significa mirar la realidad y buscar solución a los problemas antes de que estallen. Eso es hacer política. Para eso sirve la política, y no para las pavadas en televisión.

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