La política entre dos bicentenarios

Un análisis de los cambios que se produjeron en los seis años que separan los bicentenarios de la Revolución de Mayo y de la Declaración de la Independencia.

La política entre dos bicentenarios

Por Rosendo Fraga -  Analista político. Especial para  Los Andes

Los aniversarios son oportunidades para balances, reflexiones y asumir cambios hacia el futuro.

En el caso de la Argentina, tiene la particularidad de tener dos fechas patrias: el 25 de Mayo y el 9 de Julio. Por esta razón, ha comienzos del siglo XXI, tiene dos bicentenarios, como también los tuvo un siglo atrás.

Al conmemorarse el Bicentenario de la Revolución de Mayo seis años atrás, en mi opinión, había tres grandes asignaturas pendientes para la democracia argentina: la desigualdad social, las prácticas electorales no transparentes y la falta de un sistema de partidos sólido.

Ahora, seis años después, se conmemora el Bicentenario de la Independencia declarada en Tucumán el 9 de julio de 1816.
Puede ser interesante revisar cuánto se ha avanzado o no en resolver, o por lo menos encauzar, estas tres asignaturas pendientes.

Comenzando por la primera, la respuesta es la más concreta: nada.

Más allá de la pobreza y el desempleo, la Argentina en los últimos seis años no ha logrado avances en materia de desigualdad.

Ella es el gran conflicto social de largo plazo, no sólo en la Argentina o América Latina sino también en la sociedad global, que en lo que va del siglo XXI ha logrado disminuir los niveles de pobreza pero al mismo tiempo ha visto aumentar los de desigualdad.

Esto es una de las explicaciones del malestar social en los países desarrollados, que siguen siendo la meta desesperada para quienes huyen ya sea por guerra o por hambre de los países subdesarrollados.

Desde la economía suele ponerse el énfasis en la marcada reducción de la pobreza que en las últimas dos décadas generó el crecimiento impulsado por las grandes economías emergentes del Asia, pero al mismo tiempo se debe advertir que éste ha cesado en los años recientes.

A su vez, desde las ciencias sociales se pone el énfasis en el aumento de la desigualdad -América Latina hoy no es la región más pobre del mundo pero sí es la más desigual-, sin advertir fenómenos modernos que la han atenuado más allá del ingreso, como es el hecho de que hoy hay más de un teléfono celular por habitante y que en el África ya los usa 70% de la población, aun los analfabetos.

Los datos hoy son incontrastables. El Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), a fines de 2015 daba cuenta que 40% de los chicos vivía en la pobreza.

Si bien pobreza no es desigualdad es una manifestación de ella, ya que si aumenta la pobreza también aumenta la desigualdad.

La solución de largo plazo para reducir la desigualdad -como estaba sucediendo un siglo atrás cuando se conmemoró el Centenario de la Independencia- es la mejora en la calidad de las prestaciones públicas, y en particular de la educación.

Si en 1916 el país podía mostrar resultados positivos en la reducción de la desigualdad -porque hacía tres décadas que había sido sancionada, en 1885 en la primera presidencia de Roca la ley de 1.420 de educación obligatoria, gratuita y laica-, en los últimos años se ha registrado retroceso.

Quienes menos tienen sólo pueden tener educación, salud y seguridad públicas y mejorarlas es la política más importante para reducir los niveles de desigualdad en una sociedad.

En cuanto a las prácticas electorales no transparentes, posiblemente 2015 ha sido un punto de inflexión.

Desde el restablecimiento de la democracia en 1983, las irregularidades electorales fueron aumentando y no disminuyendo.

No se avanzó en la transparencia electoral durante las últimas tres décadas sino que sucedió lo contrario.

La realidad mostraba que quien ejercía el poder, ya fuera nacional, provincial o municipal, tenía una clara ventaja para perpetuarse ganando elecciones sucesivas.

La combinación del incremento de las prácticas electorales clientelistas, con falta de transparencia en los comicios, hizo retroceder y no avanzar en la transparencia electoral.

Pero las elecciones provinciales realizadas justo en Tucumán, la cuna de la Independencia, en 2015, pueden haber sido el punto de inflexión en la dirección contraria.

Es que los hechos que tuvieron lugar entonces en materia de irregularidades se nacionalizaron y generaron una conciencia nacional sobre el problema. La fiscalización masiva que tuvo Cambiemos en los comicios nacionales del año pasado, y en particular en la provincia de Buenos Aires, posiblemente no se hubiera dado si Tucumán no hubiera dado la alerta.

Si bien es “historia contra-fáctica” -que hubiera pasado si...- es posible que sin la alerta de Tucumán María Eugenia Vidal no fuera hoy gobernadora de la provincia de Buenos Aires y entonces ¿sería Mauricio Macri presidente?

La afluencia masiva de fiscales que tuvo por primera vez desde 1983 una fuerza no peronista en el conurbano, tuvo mucho que ver con el cambio político de la Argentina en 2015.

Ese mismo año se hizo en la Ciudad de Buenos Aires la primera experiencia, que fue exitosa, con la boleta electrónica, que es un claro avance en materia de transparencia electoral.

El 2 de abril de 1916, un siglo atrás -el mismo año que se conmemoraba el Centenario de la Independencia- tuvo lugar la primera elección presidencial con la ley del voto universal, secreto y obligatorio, siendo electo por primera vez Hipólito Yrigoyen.

En 2016, ahora un siglo más tarde, se pone en marcha la reforma electoral más ambiciosa desde 1983. Entre otras iniciativas, buscará extender el uso de la boleta electrónica a las elecciones nacionales.

Respecto de la tercera asignatura pendiente, la falta de un sistema de partidos sólido, clave esencial para el funcionamiento eficaz de la democracia, cabe la posibilidad de que haya comenzado a solucionarse en 2015 con el triunfos de Cambiemos en la elección presidencial.

En las tres elecciones presidenciales precedentes (2003, 2007 y 2011), el peronismo se presentó dividido en tres alternativas las que, sumadas en las tres oportunidades, superaron el 60%. Frente a ello, el no peronismo siempre se presentó dividido, sin posibilidad de constituirse en alternativa de poder.

El bipartidismo atenuado que había tenido la Argentina durante el siglo que se inicia en 1916, que hasta 1946 fue entre radicales y conservadores y desde entonces entre peronistas y radicales, había dejado de funcionar. Ahora, en la cuarta elección presidencial del siglo XXI, ganó por primera vez una fuerza no-peronista que es Cambiemos.

Si en los próximos años la política argentina se reorganiza nuevamente en base a dos ejes alternativos -como funcionan las democracias estables-, uno que prioriza la distribución de la riqueza, como puede ser el peronismo, y otro más centrado en las reglas institucionales y el crecimiento, como sería Cambiemos, el país puede pasar a tener el sistema de partidos estables que la democracia necesita para funcionar con eficacia.

En conclusión, en los seis años que transcurren entre los bicentenarios de la Revolución de Mayo y la Declaración de la Independencia, la Argentina está dando señales de comenzar a corregir dos asignaturas pendientes en lo político: la transparencia electoral y la necesidad de contar con un sistema de partidos sólido que garantice al mismo tiempo alternancia y gobernabilidad. Pero todavía no registra progresos en la desigualdad, la gran cuestión social de los próximos años.

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