“En todas las cosas la niebla” (Gigante), último libro de la poeta María Lucesole, podemos adentrarnos a un mundo personal. Conjunto de poemas que construyen una sensibilidad cuyo ritmo hipnótico busca registrar esa delicada odisea: la dificultad de expresar con palabras lo que la poeta siente.
Así, sus versos nos enseñan a sentir esa imposibilidad de una comunicación plena. Su lenguaje, esa respiración única que tiene María, entreteje una serie de imágenes de profunda intensidad. El lirismo de María Lucesole (ese extraño acento a plegaria profana con que nombra el mundo) no se parece a nada. Hay que leerla.
Lucesole nació en Lobos (Buenos Aires) en 1988. Publicó las plaquetas de poesía “Consulta el direccionario 99” (2008), “Cielo a esta hora” (2008), la novela corta “Irse” (2011), los libros de poesía: “Las plantas verdes de los veranos” (2014), “El primer color de la noche” (2015) y “En todas las cosas la niebla” (2016). Actualmente vive en Buenos Aires y codirige junto a Jeymer Gamboa la revista de poesía Campotraviesa, que circula desde 2014. Los Andes tuvo oportunidad de dialogar con ella, y su pequeño gran libro.
¿Cómo nació "En todas las cosas la niebla"?, ¿trazaste algún plan de ejecución a medida que lo fuiste escribiendo?
-Nace de una recopilación de los últimos poemas que venía escribiendo cuando Julián y Manuel, de editorial Gigante, me propusieron publicar un libro. Nunca tengo un plan de acción para escribir, no soy de la escritura metódica y, en general, me gusta mucho más la poesía que aparece sin un plan previo, caótica en su surgimiento, y que toma forma y unidad por sí misma.
Creo que el poder de unidad aparece después en la poesía, digamos, cuando ya está escrita y agrupada, no es un poder de producción del o la poeta, sino de la poesía.
Yo escribo diarios, constantemente, desde que empecé a escribir, y entre esas anotaciones a mano surgen a veces algunos poemas.
Cuando armé el libro para que lo edite Gigante recopilé lo que tenía: poemas nuevos, prosas poéticas de los últimos diarios, cosas que habían quedado de antes. Mi idea era publicar todo junto, pero Julián y Manuel me sugirieron hacer dos libros: uno de poemas primero, y otro de diarios que salga después (y que va a salir seguramente este año).
-¿Qué lo diferencia de tus anteriores poemarios?
-Creo que en éste, además de las imágenes y la primacía de lo sensorial y lo sentimental por sobre lo racional –que está presente también en los anteriores–, hay algunas ideas más fuertes: es un libro explícitamente más filosófico, aparecen temas tratados más claramente, me parece, como la idea de la naturaleza en contraposición con el encierro y la banalidad de la ciudad, la idea de Dios, del tiempo y del espacio como realidades inherentes que preponderan por sobre todas las cosas.
-¿Cómo trabajaste en la construcción de los poemas? ¿Tus versos surgen por intuición o por concepción? ¿Sentís que tu poesía se construye con "ideas" o con "palabras"?
-Como decía al comienzo, no tengo un plan de escritura previo, por lo tanto, los poemas aparecen, a veces todos los días, a veces durante varias horas y a veces pasan meses en los que no escribo. Lo que percibo de los poemas es su aparición, no su construcción. Siento que la construcción se va dando casi espontáneamente cuando comienzo a escribir. Después está la relectura y la corrección, para ver qué es eso que apareció.
Creo que mis poemas salen por intuición, pero también, después de escribir, reconozco que había algo rondando antes, que ahora es ese poema. Hay una especie de concepción inconsciente, algo que se va gestando. Me gusta esa frase de Joyce, que dice que los escritores intentan decir una sola cosa durante toda su vida.
Siento eso, lo que cambia es el tiempo, los espacios; pero es esa especie de misterio imposible de describir, ese punto de vista que nos tocó en suerte, lo que le da lugar a la escritura, para poder darle lugar al silencio. Siento que mi poesía se construye con palabras y sensaciones, pero que, cuando aparece el sentido, se les puede entrever, a veces, una idea; a veces un sentimiento o una imagen.
-El sentimiento religioso se halla presente con sutileza: "Esa desesperación, la sombra de un árbol/esfumándose entre las últimas luces de un pueblo en invierno/ eso es dios para mi."
-No sé si está presente con sutileza. Si bien mi poesía no es explícitamente religiosa, la sensación de lo divino está muy presente en el libro, siento yo. Y está la idea de lo divino como desesperante, como inentendible.
Está ese otro poema: “Oración”, que es como un intento de definir, mediante imágenes o sensaciones, lo indefinible. Tengo una relación extraña y particular con lo religioso -intuyo que cualquier persona verdaderamente religiosa la tiene-.
Vengo de una familia atea (con excepción de mi abuela, que influyó mucho en mi educación), pero una familia que siempre creyó mucho en el arte y en la política, como forma de sobrevivencia existencial y de salvación, de algún modo. Yo creo que eso también es religioso.
Gandhi dice que quienes piensan que la religión y la política no tienen nada que ver, no saben lo que significa la religión. Yo creo que fui pasando desde el escepticismo hasta el intento de abandono de lo racional. Me di cuenta que el racionalismo (con el que ya no simpatizo demasiado), también es una religión, como lo es la ciencia; pero no es la mía.
Entonces soy una especie de religiosa sin religión específica. No creo que sea necesario definir eso. Obviamente, detesto la humanización de los dioses: las iglesias, el catolicismo con sus políticas de derecha, -salvo excepciones respetables como los curas tercermundistas-.
Creo que dios es justamente todo eso que está más allá de la razón: lo que está antes, lo que es independiente de nosotros, lo que está afuera; lo otro, el otro, lo que cubre las cosas y señala lo inmaterial, es todo lo inentendible: la naturaleza, el amor, la poesía en su estado primario, cuando todavía está afuera.
Y creo en el verdadero sentimiento religioso, sin hipocresía eclesiástica. El otro día leía los “Diarios de Alejandra Pizarnik” y su obsesión con el misterio, es un poco eso, algo indefinible pero que está presente, en primer lugar, por sobre todas las cosas.
-En tu poesía hay lugares a los que regresás con frecuencia: la infancia, y los antepasados. ¿Sentís que escribir acerca de ellos, de alguna forma, significa revivirlos?
-Me parece que los antepasados y la infancia están presentes porque la escritura y la vida, para mí, son lo mismo. No creo en la diferencia entre “realidad” y “ficción”, creo que todo se mezcla, y se construye inherentemente. En lo que escribo está mi vida, mis sentimientos, mi verdad más profunda, supongo. Y por eso aparece el pasado y los antepasados.
No sé si significa revivirlos, tanto la infancia como los antepasados, pertenecen a otro tiempo, pero de algún modo, el pasado se lleva. Para la cultura aymara, el pasado está adelante, es aquello que todavía no conocemos. Yo no sé hasta qué punto el tiempo es lineal, no creo que sea lineal, a veces siento que es una masa amorfa y que no hay atrás y adelante.
-En tus composiciones, ¿cuán rigurosa sos con la elección de las palabras? En tus versos no hay registros de arcaísmos de ningún tipo, tampoco neologismos. ¿Cómo mantenés esa unidad?
-La verdad es que no pienso en qué palabras uso, creo que, además, uso pocas palabras. Creo que en “Las plantas verdes” la palabra “secreto” aparece más de diez veces.
Me di cuenta después de haberlo publicado. Como el disco de Charly García, “La hija de la lágrima”, -salvando las distancias- en el que aparece la palabra “mercurio” en casi todas las canciones, hay algo ahí con esas palabras tan repetidas.
No me detengo a buscar una palabra cuando estoy escribiendo, la primera que aparece, queda. A lo sumo, si no aparece, espero algunos segundos; pero uso un vocabulario bastante básico, en la combinación y la sintaxis aparece lo nuevo, calculo.
-¿Percibís que, cada vez más, la poesía es sólo leída por los poetas?
-Creo que hay gente que lee poesía sin ser poeta, pero en cuanto a la poesía contemporánea, sí, creo que, más que nada, es leída por poetas.
-¿Por qué?
-Supongo que sucede porque, en primer lugar, la poesía es el género marginado de la literatura. A mí me parece superior a la narrativa -no poética-, sin duda, pero la narrativa se lee más, en general. Entonces, el lugar que se le da en las librerías, en las editoriales, en las instituciones educativas, siempre es menor.
Como si leer poesía fuera equivalente a leer teatro, pensando en esa discusión de si el teatro es o no es literatura. Por otro lado, creo que es responsabilidad de lxs poetas, pensando en la poesía contemporánea: si escribís para un círculo de 50 personas, para poetas y editores, es imposible que alguien más lea esa poesía, porque el acceso le está negado de entrada.
Esto me parece lo principal. Más allá de que la poesía tiene al mundo en contra, como todo grupo marginal y minoritario, el alcance que pueda tener depende del o la poeta, en primer lugar, sin duda.
Y todas esas diferencias están en el compromiso con el lenguaje, que es la herramienta de la poesía: escribir poesía para pertenecer a un mundillo de cien personas, contando una anécdota que nunca le interesaría a alguien que no te conoce –sin ningún tipo de trabajo con el lenguaje–, en contraposición a escribir poesía para trabajar con el lenguaje, transformarlo, darle poder.
En general, la poesía que hace todo esto último, con el tiempo, no casualmente y por suerte, llega un poco más lejos.