Literalmente “bien parada en el piso”, amable, solidaria, pero de carácter fuerte y muchas veces hasta inflexible, es la descripción superficial que se puede hacer de Luisa Esther Arano con varias de sus actuales 7 décadas dedicada a lo que ella considera su pasión: cuidar de los pies de las personas.
Es una vecina muy conocida en distintos ámbitos y suele vérsela por la ciudad en una antigua bicicleta inglesa, que ella misma mantiene como nueva, con su característica cabellera blanca.
Es podóloga con una amplia trayectoria, ahora retirada y dedicada a su jardín, siempre con flores, exhibido en la casa donde supo vivir con su madre Candelaria Cebada tras la muerte de su padre Luis.
La octava de 10 hermanos nació en el distrito sanrafaelino de Villa Atuel igual que Mercedes, Julia, Carlos Washington, Rafael Néstor (fallecido), Josefa, Candelaria (Calala), Mary Antonia, Luis y Miguel Angel.
Pese a su retiro prematuro por enfermedad en 1993, no dejó nunca de perfeccionarse y aún en la actualidad es una estudiosa de su amada profesión y acumula, algunos en cuadros y otros simplemente archivados, cientos de certificados de perfeccionamiento.
También, sólo entre amigos y conocidos, aplica sus conocimientos sobre reflexología y es inevitable en cualquier charla eludir el tema de los pies. Incluso, y a modo de anécdota, cuando celebró su último cumpleaños, “las 7 décadas” como le gusta denominarlo, los souvenir tenían forma de pie adosados a un corazón.
Es muy creyente, pero se ocupa de aclarar que de su “Dios padre”, y que se guía por su pastor Jesús y la Virgen María.
Ella relata que desde muy joven, tenía 15 años, comenzó a trabajar en la zapatería El Mundo que supo estar en Godoy Cruz 76 de San Rafael. “Ya ahí empecé a preocuparme por cómo se calzaban las personas.
Veía que anteponían la moda a la comodidad. Cómo sufrían sus pies. Sufría, cuenta, la inconsciencia de la gente a la hora de buscar calzado sin pensar en que todo el cuerpo descansa sobre los pies y eso es lo que me llevó a los 22 años a estudiar pedicuría y luego perfeccionarme como podóloga”, confiesa. La primera instancia de sus estudios la llevó adelante en el Colegio El Carmen de San Rafael.
“En esos tiempos los empleadores de menores, que era común, depositaban el equivalente de los aportes patronales en una caja de ahorro que nos hacían abrir en el Correo y cuando cumplíamos la mayoría de edad, nos incluían en los libros. Todo esto con autorización de los padres”, rememora.
Pero para Luisa, como para tantos sanrafaelinos que querían progresar, las cosas no le fueron fáciles y tuvo que esforzarse para perfeccionarse en la ciudad Capital hacia donde viajaba semanalmente a cursar la carrera de podóloga en la Universidad San Francisco, donde finalmente logró su graduación.
Ella tiene la matrícula 96 que otorga el Ministerio de Salud de la Provincia a estos profesionales. Recuerda que se recibió junto a varias sanrafaelinas, entre las que nombró a Italia Yolanda Gurrieri de Fernández y a Mercedes Gómez.
Los días que debía quedarse en Mendoza, recuerda con cariño a sus tíos Cristóbal y Modesta que la acogían en su casa de Guaymallén.
“Nunca dejé de atender en San Rafael”, afirma. Aún cuando por dos años se radicó en Buenos Aires. Y sigue: “Cada dos meses venía a ver a mis pacientes que llegaron a conformar una lista de más de 750 personas. Mi madre, cuenta, hacía las veces de secretaria y me tomaba los turnos”.
Precisamente, en Buenos Aires Luisa continuó perfeccionándose con el doctor Carlos Alberto Cuaglia que intentó luego retenerla para que se hiciera cargo de una sucursal de ventas de productos de pedicuría en Cuyo, oferta que rechazó para volver a su tierra.
Hoy, Luisa se dedica fundamentalmente a ella y siempre recuerda las enseñanzas de su tío Manuel Cebada que era constructor que cuando ella se recibió le dijo: “Los pies son como los cimientos de una casa. Es lo más importante y hay que darle tiempo como al fraguado”.
“Siempre lo tuve presente y es por eso que a cada paciente le dediqué toda mi atención. Mi vida”, afirma con orgullo