La pobreza obligatoria

La pobreza obligatoria

Dos condiciones necesita la Argentina para salir de esta pobreza obligatoria y lograr bienestar económico: pasar de subsidiados a competitivos (privilegiando la libertad sobre las regulaciones) y superar la rutinaria corrupción. Liberar la economía e independizar el Poder Judicial.

Pero desear un porvenir de riqueza propiciando que cada uno se gane lo suyo (definición de Justicia, sin el aditamento de social), no es una idea mayoritaria en la Argentina. Debería erradicarse de la mayoría su desconfianza pesimista: mudarle de su dilatado credo cortoplacista.

Preguntarse ¿a qué debe la Argentina  tanta corrupción? es ignorar su fuente principal: la regulación excesiva. La economía cerrada, “vivir con lo nuestro”, construyó una carrera de obstáculos promoviendo atajos ilegales; “si por derecha cuesta tanto, hagámoslo por izquierda”. Buenos Aires es, desde la colonia, un polo de contrabando.

Como la regulación serial es hija de la versión conspirativa de la historia, todos somos sospechados, nadie es inocente. Malician todo: los poderosos impedirán el adelanto tecnológico (los fabricantes de bombillas eléctricas suprimirían los inventores de leds), prefiriendo empobrecer  las poblaciones, en lugar de sumarlas al mercado consumidor. No relacionan la regulación asfixiante con la corrupción. Ciegos a lo obvio: más regulaciones, más quioscos coimeros. Celando la libertad, recelan del progreso natural.

La Justicia demoró sus procesos, encubriendo funcionarios, explicablemente: por temor cerval a la cacería de “justicia legítima”. No meramente cobardes sino en defensa propia; lo prueba el destino corto del temerario Nisman.

Intentar contener la corrupción endémica judicialmente, es pretender curar una plaga quirúrgicamente; los juicios reparan y escarmientan, si terminan. La corrupción es una enfermedad social, con origen y síntoma. La morosidad judicial acreditó la dependencia de los jueces; su manipulación. Montesquieu previéndolo hace dos siglos, propició la república. El desprecio populista al “check and balance” republicano tipifica las democracias hegemónicas. Cambiemos deberá desembarazarnos de ambas taras: la falta de competitividad e institucionalismo.

El radicalismo durante cien años garantizó republicanismo. “Nuestro proyecto es la constitución”, decía Irigoyen. Desde su debilitamiento, la UCR, impotente electoralmente, aliándose prestó su territorialidad aportando institucionalidad para vencer la hegemonía kristinista; el Pro pondría eficiencia macroeconómica.

Tras votar el cambio subsiste el residuo subconsciente del facilismo inmediato. Lo prueba que, al cincuenta por ciento que votó a Scioli, se le suma los que votaron a Macri sólo para el balotaje; ese es el ancla del pasado repetitivo. Difícil luchar contra un pensamiento único, tan encarnado que insiste.

Desde hace setenta años predomina la solidaridad obligatoria sobre la libertad como pensamiento automático.

Habrá que soltar el primitivismo económico de “vivir con lo nuestro” para ingresar a una economía abierta y progresar, disminuyendo la pobreza.

Mientras las leyes del mercado  son receta inclusive del gobierno comunista de China, en la Argentina hasta los ricos temen la libertad. Después de setenta años de subsidios pocas empresas argentinas sobrevivirían la libre importación. Debido al sistema tributario excesivo, a la infraestructura obsoleta, y al capital sin reglas, que apuesta a lo inmediato.

Después de tanto proteccionismo, seguimos sin ser competitivos; acusando a otros de nuestra impotencia. Los precios así cuidados no responden a la oferta y la demanda, solo suben. Los capitales no vienen ¡Qué maldad imperialista! Un inversionista, acicateado para invertir en la Argentina, contestó: “No quiero obligarme a leer todas las mañanas los diarios argentinos”. Dichosos los pueblos cuya historia se lee aburridamente.

Difícil ser justos y misericordiosos simultáneamente; racionales con el gasto y amados. Gobierno que ajusta, gobierno que se va.
Perpetuando el ancestral pesimismo de la izquierda, que siempre vislumbra futuros negativos, volveremos a la medicina equivocada.

Atribuyendo a nuestra idiosincrasia este destino fatal, como localismo reivindicable; contra el universalismo humanista. Las diferencias culturales almacenan respetables beneficios, mientras no impliquen repudio al intercambio mundialista, atacando la globalización. Las primeras conciben nacionalismos patrioteros. El intercambio enriquece.

El desafío de Cambiemos es transformar en optimista a la sociedad argentina. Si -para seguir gobernando- transita un gradualismo deficitario, difícilmente divisemos mejorías rápidamente. Tampoco credibilidad, ni inversión.

No hay relato sustitutivo ni conciencia de la gravedad heredada. Kicillof la disimuló hasta el último día mediante perversiones como el dólar futuro. Hoy niega esa gravedad, votando medidas que evitó tomar.

A Duhalde todos le disculpan la pesificación, los muertos, y 50% de pobreza, gracias al esplendoroso desastre. Pero, como más de la mitad de los que votaron el cambio ni  lo presintieron... La intolerancia al sufrimiento y a la demora de los beneficios -mal prometidos- conspiran contra la continuidad del saneamiento. Los que votaron este gobierno están, en el mejor de los casos, esperanzados, pero dudando. Mientras, la otra mitad añora retornar a la ilusión populista.

Fantasiosamente, el 33% pobre apoya a Cristina, alentado con sofismas. La ideología fanática es emotiva, fundada en resentimientos inconscientes. Explica los atentados terroristas, y el porqué del empecinamiento ciego a la evidencia (los judíos comunistas no veían el antisemitismo estaliniano).

Más, cuando el Estado solo puede raspar el tarro, cuando el déficit rozó el 7,5 % del PBI, poco espacio queda para el gradualismo, nada para la demagogia. Disculpen lo políticamente incorrecto.

Reconvengamos al relato con educación; didácticos con la macroeconomía. Parecería que Dujovne lo intenta en numerosas entrevistas, optando por la pedagogía;  quizá por venir del periodismo.

Adoptar el sistema económico con base en la libertad exige mudar los hábitos: cambiar realmente. Ya  que... la libertad no les sirve ni a los pájaros si no saben volar.

Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Los Andes.

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