Mitre dejó la presidencia de la República tan pobre como había accedido a ella. Periodista de profesión, volvió a actuar como tal para ganarse la vida y ocupó un escaño como senador. Su situación de miseria unió a un grupo de ciudadanos para ayudarlo.
Decidieron comprar para él la casa que alquilaba, en la actual calle San Martín del centro porteño. Una casona colonial construida en 1785 que aún existe y es actualmente es sede del museo que lleva su nombre.
A diferencia de Juan Manuel de Rosas que utilizó su cargo en el poder para beneficiarse económicamente, a la par de sus amigos y familiares, Don Bartolo tuvo que comenzar de cero y decidió fundar su famoso periódico. Para solventar los gastos de esta iniciativa, remató muebles, libros y algunas curiosidades que coleccionaba.
El diario surgió como una sociedad anónima. El ex presidente se encargaba de la dirección, pero además llevaba la contabilidad, redactaba y editaba. Todo funcionaba en su propia casa.
En 1903, a los 82 años. Mitre se retiró de la actividad pública. Rosas, Urquiza, Alsina, Alberdi, Mármol, Sarmiento y tantos otros ya no existían, comenzaban a poblar las estrechas y anchas calles del recuerdo colectivo.
Su universo desaparecía, pronto él también lo haría. Sólo le quedaba el consuelo que hallan las almas doctas al sumergirse entre montañas y montañas de libros, en la ventura de pasar madrugadas trazando textos mientras el mundo duerme.
Quienes lo tropezaban por la calle veían a un anciano alto y delgado, pulcro, bien arreglado; con abundante cabellera castaña y manos de pianista que sostenían en todo momento un habano. Manos inmensas que supieron sostener un país.
El 29 de noviembre de 1905 enfermó gravemente. Casi no comía y bebía poco, vendrían cincuenta y cuatro días de agonía y varios infartos. Su médico de cabecera, Antonio Piñero, buscó ayuda en Luis Güemes, pero las esperanzas eran nulas. Sus desvaríos lo llevaron a querer ir por sus propios medios al cementerio diciéndose estar listo.
Sufría alucinaciones, deliraba y mantenía charlas con Sarmiento, muerto hacía ya casi dos décadas. Al momento de ascender a la presidencia este último, ambos habían roto relaciones, ya que Mitre pretendía imponer a su Canciller como primer mandatario.
Sin embargo, en el ocaso profundo de su existencia, el rencor dio espacio a la sinceridad póstuma y don Bartolo tendió nuevamente sus brazos al viejo amigo, como después de Caseros y de tantas luchas compartidas.
La oscuridad ineludible se precipitó. El 18 de enero de 1906, rodeado de afecto -hermana, hijos y nietos-, abrió sus fatigosos ojos claros por última vez. Sin pronunciar palabra alguna se despidió de los suyos. "Bartolomé Mitre se extinguió hoy a las 4.38 A.M.", decía en su portada el enorme y único titular del diario Tribuna aquel 19 de enero de 1906.
En los últimos años hemos sido testigos de la desmedida vileza con que ciertos funcionarios ocuparon sus cargos para autoabastecerse delictivamente.
Personajes siniestros que, amparados en un relato vetusto, denostaban a hombres como Mitre y Sarmiento, cercenando sus existencias a través de frases desafortunadas o acciones, sin considerar el contexto. Qué distinto sería nuestro presente si en lugar de criticarlos los hubiesen imitado.