La antigua ciudad de Palmira es famosa por sus columnas romanas, sus templos y sus torres funerarias, vestigios de un brillante pasado. Situada a 210 km al noreste de Damasco, la “perla del desierto” -catalogada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad- es un oasis cuyo nombre apareció por primera vez en una tableta hace 4.000 años, y que fue lugar de tránsito de las caravanas entre el Golfo y el Mediterráneo, así como una etapa en la Ruta de la Seda.
Palmira (Ciudad de las Palmeras) conoció un notable auge con la conquista romana, a partir del siglo I aC. Fue un lugar lujoso y exuberante en pleno desierto, gracias al comercio de especias y perfumes, de seda y de marfil. En el año 129, el emperador romano Adriano la convirtió en ciudad libre y le dio el nombre de Adriana Palmira. En esa época fueron construidos los principales templos, como el de Bel, o el Ágora.
En el siglo III, aprovechando las dificultades del Imperio Romano, la ciudad se convierte en reino, y la bella Zenobia en su reina. En 270, Zenobia conquista toda Siria, una parte de Egipto y llega incluso a Asia menor. Pero el emperador Aureliano reconquista la ciudad, Zenobia es conducida a Roma, y Palmira empieza su declive.
Antes del inicio de la crisis en Siria en 2011, más de 150.000 turistas visitaban la ciudad cada año.