La gente le expresó su amor. Como es razonable para un tipo que da la vida por el Tomba. Como tenía que ser. No había lugar para otra expresión.
Otros lo cuestionaban y eso provocó que viviera una semana dura, con el corazón partido pero hacia adentro. En lo más íntimo. Sin expresar su sentimiento. "No fueron fáciles estos días. No sabés cómo sufre mi vieja". Por eso el triunfo fue para ella. Por eso las lágrimas.
Necesitaba una señal, un espaldarazo. Un mimo de esos que sólo dan las victorias. Y sus muchachos se lo dieron, con mucha entrega y sacrificio, apretando los dientes y sacando lo mejor, aun sin mostrar la mejor versión colectiva.
El gol y la carrera de Jaime Ayoví tenía un solo destinatario. La enorme tapada de Rodrigo Rey -el RR del arco-, en el penal a Núñez, también significaba una palmada en el hombro. Uno lo hizo. El otro lo sostuvo. Y por fin, Daniel Oldrá pudo soltar todo lo que tenía adentro y se quedó vacío después de tanto desahogo.
Esos ojos llorosos en el Gato se vieron pocas veces en la vida futbolística del símbolo e ídolo tombino. El primer ascenso al fútbol grande, el segundo de su mano. En pocas oportunidades el entrenador se expresó de tal forma. Queda claro que la crisis lo estaba golpeando y frente a Sarmiento no fueron solamente tres puntos.
Seguramente Daniel con el tiempo se olvidará del resultado. Representará una anécdota con los años. Pero lo que siempre mantendrá presente será el mensaje de los jugadores. Esa corrida de todos hacia el banco, el abrazo de La Yoya, Zuqui, Galeano y compañía.
La alegría parecía apagarse con el penal de Gervasio Núñez. Las emociones estaban a mil. Nuevamente el Gato iba a estar en la mirada de algunos si el zurdo acertaba. Necesitaba la banca final; entonces Rey sacó pecho, se agigantó y terminó por darle el mejor regalo. Lo construyó Ayoví. Rodrigo puso el alma en sus manos salvadoras. Todo por la causa Oldrá. Sí, “RR-DT”.
