Por Fernando Iglesias - Periodista, Especial para Los Andes
Si para algo ha servido el interminable debate de la ley “antidespidos” es para mostrar nuevamente ese estilo de política irresponsable y “para la tribuna” a la que el peronismo nos ha acostumbrado en este último cuarto de siglo de hegemonía. Quienes ayer descalificaban medidas como ésta hoy las han propuesto e impuesto demostrando, para variar, que primero están los hombres, luego el Movimiento, y por último, los intereses de la Patria. Nada nuevo.
Ni lerdo ni perezoso, también el Frente Renovador de Sergio Massa usó la oportunidad para dirimir internas, negando el quórum, dejando solos a sus antiguos compañeros, desnudando la debilidad del FpV y anotándose un poroto en la disputa por el control del peronismo. Lo hizo ignorando la experiencia del 2002 de Duhalde, cuando una ley “anti-despidos” similar logró llevar la desocupación de 18% a 21% en pocos meses, y esgrimiendo un confuso discurso del que sólo se destacaba, por reiterada, una palabra: pyme.
Es que la Patria pyme ha triunfado en la batalla cultural y goza hoy en la Argentina de una santidad que nada tiene que envidiarle a la de la Madre Teresa de Calcuta. Nadie puede objetar a sus profetas sin que le salten a la yugular sus esbirros. Se trata de una suerte de lucha de clases en el interior de la propia clase capitalista de la cual Marx se reiría con ganas, acaso recordándonos que en la acumulación de capital la fase más despiadada es siempre la primera. Nada.
El autoritarismo nac&pop que posa de izquierda y progresismo propone el terreno económico como un campo de combate desigual entre Pyme y Grandes Empresas, en el que las pyme que han sido exitosas y reinvertido lo ganado, convirtiéndose en Grandes Empresas, son perseguidas por paisanos con antorchas que se proponen linchar a Frankenstein y a las corporaciones.
Ahora, por un momento, supongamos la evolución histórica de dos pyme imaginarias. En una, sus propietarios han sido incapaces de obtener suficiente rédito de sus actividades como para ampliar la empresa, o han usado ese rédito para consumos privados, o lo han enviado al exterior. En cualquiera de estos casos, la empresa sigue siendo una pyme y continúa gozando de la simpatía popular, y exigiendo y obteniendo condiciones especiales del Estado.
En la otra pyme, sus dueños han sido capaces de obtener réditos suficientes como para ampliar la empresa, reinvirtieron las ganancias en nuevas tecnologías, ganaron mercados y aumentaron el volumen de producción y el número de trabajadores hasta dejar de ser una pyme. En este caso, la pyme pasa a denominarse “corporación” y pierde toda simpatía por parte del gran pueblo argentino. ¿Lo decimos en serio?
Por supuesto, no digo que todas las pyme sigan siendo pyme por inoperancia ni que las grandes empresas sean maravillosas. Digo sí que la ideología pyme argenta, por la cual las pyme nos caen simpáticas mientras que detestamos a las grandes empresas, es irracional e injusta; poco más que la aplicación automática del mismo mecanismo que hace que todo espectador neutral de un partido de fútbol simpatice con el equipo más débil. Suena lindo, pero su aplicación al plano económico conduce a la condena del éxito empresarial y a la preferencia empresaria por la no reinversión de ganancias, dos especialidades en las que -vaya casualidad- también nos destacamos.
Indiferente a estos comentarios, la Patria pyme esgrime su argumento preferido: el 70% de los trabajadores argentinos son empleados de una pyme. Por lo tanto, agrega, la mejor manera de crear y preservar trabajo es ofrecer condiciones de operación (financiación, carga fiscal, subsidios, etc.) favorables a las pyme y no a las grandes empresas.
El argumento suena bien, pero tiene de razonamiento sólo la apariencia, ya que la conclusión no se deriva de la premisa. Supongamos, por un momento, que una investigación demostrase que los países con mayor proporción de aporte pyme al PBI son los que tienen mayores problemas de empleo. En este caso, aunque la mayor parte de los empleos existentes en Argentina provengan de las pyme, una política racional de empleo aconsejaría priorizar el apoyo a las grandes empresas.
Por supuesto, no digo que sea así. Digo que no he escuchado a ningún reivindicador del argumento pro-pyme mostrar comparativamente que los países con mayor proporción de empleo pyme tienen menores niveles de desocupación que aquellos en los que predominan las grandes empresas. Y es esto precisamente de lo que se trata, ya que el eslabón más débil de la cadena productiva y al que el Estado debería consagrar sus mayores esfuerzos no son las pyme sino los trabajadores; y aún más, los trabajadores desocupados.
He buscado datos a favor de una u otra posición -pro-pyme y pro-grandes empresas- sin encontrar evidencia conclusiva. Sin embargo, haciéndolo me topé con el informe de la 104ta Conferencia Internacional (2015) de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), institución que no parece ser una guarida de buitres neoliberales. He aquí alguno de sus párrafos: “Hay sólidos datos empíricos que confirman que las pyme son un verdadero motor de creación de empleo. Sin embargo, los análisis realizados muestran también claramente que... existe el riesgo de que se sacrifique la calidad por la cantidad de empleo, ya que entre las pyme hay también muchas
microempresas generadoras de empleos que no son ni productivos ni decentes... La mayoría de las pyme de los países en desarrollo son microempresas informales con una productividad baja, que no crecerán ni crearán nuevos empleos”. Vaya sorpresa...
En cuanto a la relación entre pyme y desarrollo, el informe establece claramente que cuanto más desarrollado es un país menor es la incidencia de las pyme en el total de empleo. La OIT lo dice de manera amable: “En todos los países, con independencia de su nivel de ingresos o región, la participación de las pyme en el empleo es muy elevada, especialmente en los países en desarrollo”. Traduzco, sin tanta amabilidad: los países desarrollados tienen una menor incidencia de las pyme que los no desarrollados; lo que es confirmado por el informe cuando demuestra que las regiones con mayor porcentaje de mano de obra pyme son África y Oriente Medio. La pregunta se hace sola: ¿cuál es la causa y cuál la consecuencia? ¿Es el subdesarrollo y la baja productividad lo que hace que el empleo se focalice en pyme o es la exagerada proporción de pyme la que genera subdesarrollo y baja productividad (y por lo tanto, menos y peores empleos)?
El informe de la OIT no da respuestas exhaustivas, pero afirma con claridad que las grandes empresas son “más productivas y más innovadoras, pagan mejores salarios, ofrecen mejores condiciones de seguridad y exportan más”. A lo que sigue otra aseveración: “La opinión predominante [a favor de las pyme]... parece demasiado simplista. Fijarse únicamente en las dimensiones de la empresa no permite ver realmente quién crea puestos de trabajo y, por lo tanto, podría inducir a conclusiones erróneas en materia de políticas. Las cifras relativas a los países avanzados sugieren que la actividad emprendedora y la generación de empleo correspondiente guardan más relación con la antigüedad de las empresas que con sus dimensiones”.
Por lo tanto: “Si se promueve a las pyme por su importante contribución a la creación de empleo sin establecer diferencias entre los diversos subsegmentos, existe el riesgo de que se sacrifique la calidad por la cantidad de empleo, en particular en los países en desarrollo con un gran número de microempresas informales”. Cualquier coincidencia con la realidad argentina es, desde luego, fruto de una conjura del FMI.
En conclusión, quienes se llenan la boca con el discurso pyme, especialmente los demagogos renovadores del partido que en 2002 aplicó el ajuste más salvaje de la historia nacional y hoy anda exhibiendo sensibilidad social, deberían buscar mejores argumentos. Al menos un argumento. Uno que exceda el small is beautiful imperialista, por lo menos. No estaría de más tampoco recordar que ser capitalista no es un derecho garantizado por la Constitución sino un rol social que se adquiere consiguiendo financiación, invirtiendo con capacidad y criterio y generando una empresa -de la dimensión que sea- que viva de su capacidad de producir bienes competitivos en el mercado y no de subsidios y prebendas que consumen recursos estatales que deberían ir a educación, salud e infraestructura.
Empresas que generan valor y viven de sí mismas, por un lado. Empresas que viven de prebendas estatales y negociados con el Estado, por el otro. He allí la verdadera línea que divide aguas en todo país en serio, y no el tamaño de la producción ni número de empleados. En este sentido, la antinomia pyme vs grandes empresas repite las muchas nociones que el Partido Populista ha esparcido como verdades totémicas y que son hoy los muros invisibles contra los que se estrella el desarrollo nacional: campo vs industria; Estado vs mercado, interior vs capital, rubios vs morochos.
Lamentablemente, quienes se declaman cultores de la unidad nacional olvidan con frecuencia que un gran país se hace con todos. Con el campo y con la industria; con el interior y con la capital, con el Estado y con el mercado, con los rubios y con los morochos, con las pequeñas, las medianas y las grandes empresas. Por eso, si Angela Merkel propusiera una medida contra las grandes corporaciones que controlan la industria automotriz alemana, los primeros en protestar serían las pymes alemanas. Supongo que el propietario de una empresa acaso llamada Fritz und Frank Werke Automotiven aparecería por la Deutsche Welle diciendo algo así como: “Nosotros hacemos espejitos para la Mercedes y la BMW, frau Angela”.