Son las 8.55 del mejor día de la temporada hasta el momento. El sol empieza a asomar detrás del Valle de Las Leñas y el team Quiksilver/DC de snowboard que forman Iñaki Odriozola y los hermanos Natalucci está primero en la fila aguardando que los medios de elevación abran en cinco minutos. Quieren ser los primeros en subir y rayar la montaña, como los tres dicen.
Pero, claro, ellos no van adonde la mayoría de los mortales pasa sus días de vacaciones en el cerro. Su destino está fuera de las pistas, donde los espera la cumbre del valle (3.700 metros) y una nieve virgen y de la mejor calidad (polvo). Entre risas y cargadas suben tres aerosillas y luego caminan 40 minutos hasta el Cerro Martín.
Es un lugar muy difícil de acceder, peligroso y donde los aguarda un desafío que asustaría al más corajudo de las personas. No por casualidad el cerro se llama así, allí murió un chico con ese nombre… Hablamos de una ladera con piedras gigantes y una pendiente (de hasta 50º) que asustaría a alguien con sólo pararse en la cima.
De repente, tras otros 40 minutos de analizar riesgos y rutas de bajada junto a un guía y el resto del team, se tiran de a uno. La adrenalina, emoción y hasta el miedo se palpan en el ambiente. Ellos son profesionales pero sienten todas esas sensaciones. Fernando Natalucci, el más experimentado (33 años), es el indicado para ser el primero en lanzarse.
Su línea es perfecta, desgarrando el polvo con fluidez. El hielo (y la nieve) se rompe con él. Luego viene su hermano Nicolás (28), quizás el más osado, pasando por dos piedras gigantes (15 metros de alto) que se parecen a dos dedos. Entre ambas no hay más de 5 metros y él las atraviesa como un rayo (a unos 50 km), pasando a no más de 2 metros de una de ellas. Todos contienen la respiración por un segundo y suspiran cuando pasa... Nikito, lejos de asustarse, va por más.
En un labio que forma la nieve, salta buscando un giro de 540º que no puede completar, pero igual se lleva la ovación del grupo. El cierre es para la nueva gema del snowboard nacional, Iñaki, que arranca por el lugar más difícil y flota en la nieve con una combinación de estilo y velocidad. Su bajada, que tocó una máxima de 90 km/hr, termina a los gritos.
Y con un abrazo entre los tres que refleja la satisfacción de una sesión deslumbrante, captada por la grabación de Martín Campi (ver video) y las fotos de Julián Lausi.
Así es un día de los pro. Ellos practican "otro deporte", disfrutan la montaña de una forma distinta y juegan a la mancha con el peligro. Y hasta con la muerte. Los tres tienen historias que dan fe. Hace cinco años, el menor de los Natalucci casi queda paralítico tras un accidente en Austria. Un golpe con una piedra le provocó fracturas de fémur y la cuarta vértebra lumbar.
Fue sacado en helicóptero y, tras 12 horas en la mesa de operaciones, todos volvieron a respirar. "Fue el peor momento de mi vida, incluida la muerte de mi viejo", dice Fer, su hermano del alma. Algo menos que 12 meses después estaba otra vez en la montaña.
"El es especial, tiene demasiado huevo. Otro no seguía andando…", asegura Iñaki. "'Vos estás loco', me repetía mi vieja. La verdad es que después tuve un poco de miedo, pero la pasión por este deporte es más fuerte. Yo siento paz arriba de la tabla, para mí es algo terapéutico", se sincera Nikito.
Odriozola, pese a sus 20 añitos, también puede atestiguar que los riesgos se hacen realidad. En marzo, en una pista suiza, tuvo su primera lesión importante. "Salté desde una rampa muy grande y me pasé de largo. Y si bien aterricé parado, me quebré el húmero", dice mientras muestra una imponente cicatriz en el brazo izquierdo. Lo que no dice es que, en vez de saltar 30 metros, llegó a los 50.
Sí, ¡voló 50 metros! y terminó, como su amigo Nico, en la sala de operaciones de otro país. Le dijeron que la recuperación le llevaría 6 meses pero por estos días, tras cumplir apenas tres, ya estaba deslumbrando en los dos viajes que planearon Quik y DC (Freeride Tour 2016) para generar una material que reflejara cómo sus riders disfrutan de las lugares más alucinantes y peligrosos de Las Leñas y Valle Nevado (Chile).
"Hablamos de un deporte extremo. El peligro está. Y el miedo también. Y es lo que te engancha. También te acostumbrás a trabajar con el miedo. Te mantiene alerta. Y eso es bueno porque la montaña no te perdona, te obliga a estar en el presente, a concentrarte a full en esos metros que siguen... Pensá que la bajamos a 80 ó 90 kilómetros por hora, muchas veces por fuera de pista y a la vuelta de la esquina te puede estar esperando el accidente", dice Fernando, quien nació en Quilmes pero a los 6 ya vivía en San Martín de los Andes por una decisión familiar.
"Si no estás enfocado, podés matarte. Literalmente. Por eso nosotros buscamos minimizar los riesgos", agrega Nico, quien empezó a andar en snowboard cuando recién surgía y era visto como un "deporte de chicos rebeldes". Los tres destacan otra de las capacidades que diferencian a los pro, la lectura de la montaña.
"La adquirís con los años. Nosotros vemos cosas que el resto no, como las condiciones de la nieve. Hay distintos tipos, dependiendo si hubo humedad, viento o lluvia. Y eso es muy importante porque la nieve esconde los peligros, como el de las avalanchas, que son muy comunes en los lugares de la montaña por donde nosotros andamos", explica Fer.
Quizás este sea el mayor miedo de los riders. Aunque ellos, kamikazes muchas veces, lo enfrentan. "¿Qué hacemos si hay 40% de chance de avalancha? Vamos igual (se ríe). Si es mayor, depende de las ganas que tenemos de andar por ese lugar, de cómo estamos ese día, porque nosotros también tenemos jornadas que no nos sale una", admite Nikito. Fer zafó de una grande, aunque pudiendo ir por encima de la nieve desprendida.
"Se mueve todo y te quedás con una mezcla de miedo y adrenalina…", describe. También les tocó participar y ver lo peor. "Yo ayudé a buscar a quien quedó enterrado, lo sacamos muerto".
Hay un silencio en la mesa y el clima pasa a cortarse con cuchillo cuando Nikito le suma una peor. “Fuimos a un fuera de pista que estaba cerrado en Bariloche y todo terminó con un amigo (Nacho Luque) enterrado bajo seis metros. No pudimos sacarlo y murió. Fue durísimo pero, a la vez, un antes y un después para nosotros y para los centros de nieve en el país”, dice con un nudo en la garganta.
La tragedia fue hace 10 años y logró que se tomara una mayor conciencia en el ambiente. Ahora todos deben llevar herramientas para salir de la avalancha o sacar gente que quede enterrada y, por último, una sonda para el rastreo más fino.
“Tenés entre 7 y 10 minutos. Después de eso se producen daños cerebrales y a los 20 hay pocas chances de rescatarlo con vida”, explica Iña. El menor tiene un plus por una tradición familiar. “Mis tíos son guías de alta montaña. Uno de ellos tiene 13 ascensiones al Everest. Crecí en la montaña y ellos me han enseñado mucho”, cuenta quien anda sobre la tabla desde los seis años.
Fer y Nico compitieron con éxito en Europa durante 15 años, pero ahora están en otra etapa, más de disfrute y saben lo que puede dar el menor del team. "Es increíble el conocimiento de la montaña que tiene Iña. Y si le sumás su talento, cabeza, humildad y juventud tiene el combo para llevar el snowboard a otra dimensión”, asegura Fer.
Odriozola se ubica 2º en el ránking nacional y sus metas son ambiciosas, aprovechando las becas del Enard y la Secretaría de Deportes. “Me abren una puerta gigante. Quiero entrar a la Copa del Mundo, en la que el país sólo tiene un cupo. Y en el 2018 estar en las Olimpíadas de Corea”, dice, aunque aclara que lo que más le gusta es disfrutar de andar con amigos.
“Competir no es lo que más me agrada, creo que mi mejor snow lo expreso en el Freeride. Pero, a la vez, sé que necesito competir y tener resultados. Voy paso a paso, aunque sé que en algún momento deberé definir a qué apuntaré mi carrera”, admite Iña.
Los tres prefieren evitar los resultados y lo que conlleva su búsqueda. Su disfrute pasa por andar juntos, flotar sobre nieve perfecta, volar por los aires y enfrentar peligros.