La particular historia de la camiseta azul

Como las casacas azules oficiales eran muy pesadas, Bilardo mandó a comprar unas remeras en México, a las que les tuvieron que poner el escudo y unos números que no eran oficiales.

La particular historia de la camiseta azul

México organizó el Mundial de 1986, y por aquel entonces la mayoría de las selecciones estaban preocupadas por cómo el calor y la humedad iban a afectar a los jugadores.

Bilardo se reunió en Buenos Aires, antes del Mundial, con representantes de Le Coq Sportif y les hizo un doble pedido: que diseñaran una remera no sólo más liviana que las habituales, sino que la tela ayudara a evitar que los futbolistas sintieran el peso de su propia transpiración.

Debían ser ligeras, cómodas, casi una extensión de la piel. Era un reclamo atípico y de difícil resolución para Le Coq, que vestía a la Selección desde una gira por Alemania Federal y Yugoslavia en setiembre de 1979 a partir de la influencia del representante de la empresa en Argentina, la Selección llevó camisetas con una tela más liviana y con agujeritos (las Air-Tech).

Sin embargo, por falta de tiempo o presupuesto, Le Coq sólo utilizó esa técnica para la indumentaria titular y no para la sustituta, la azul, que era de algodón (entre los 306 kilos de utilería que Argentina llevó a México había un tercer modelo, una remera blanca que nunca se estrenó ni tenía previsiones antialtura: en realidad, los únicos países que alternaron tres camisetas en un Mundial fueron Inglaterra en México 70 y Francia en Argentina 78, cuando Platini y compañía recurrieron a Kimberley).

Ante Uruguay, en los octavos de final, jugó con la alternativa, una azul de algodón, y Carlos Bilardo fue rotundo: No se podía volver a jugar con aquella 'armadura'.

Combatir la altura y el calor era una prioridad en la hoja de ruta del entrenador, que incluso les pidió a los jugadores que llegaran a México con dos kilos de sobrepeso porque, decía, la altitud se los quitaría durante el torneo (ya en el Mundial, Bilardo pasaba por las habitaciones de los futbolistas con bandejas de sándwiches sin preocuparse por los extras de grasas, hidratos o azúcares).

El 19 de junio de 1986, la FIFA informó a la delegación argentina que en los cuartos de final ante Inglaterra había que utilizar nuevamente la camiseta azul, así que la AFA solicitó a Patricio D'Onofrio, representante de Le Coq Sportif (marca francesa que patrocinó a la selección 'albiceleste' entre 1980 y 1989), que fabricara de manera urgente un modelo con una tela similar a la de la camiseta oficial."Imposible con tan poco tiempo", fue la respuesta que recibieron.

Fue allí que comenzó esta historia tan bizarra. Bilardo, a quien nada hacía cambiar su pensamiento, le ordenó a Rubén Moschella, gerente administrativo de la AFA, que recorriese las tiendas de deportes del Distrito Federal para buscar camisetas azules que fueran de su agrado.

Tras horas de búsqueda, Moschella regresó al hotel sin ninguna alternativa, lo que hizo que Bilardo estallara de bronca.

Un día después, Moschella con el utilero Tito Benrós salieron nuevamente y consiguieron dos modelos. A Bilardo ambas le parecían muy pesadas y la más liviana tenía un azul más eléctrico por lo cual no lo conformaba. "Fueron dos días terribles para mí. No podía dormir", rememora Moschella.

Cuando estaban en la disyuntiva, "apareció Maradona. Miró la azul eléctrica y dijo 'que linda esa camiseta'. Yo sentí que me volvía el alma al cuerpo", cuenta Moschella, quien volvió a la tienda y compró 38 unidades para los 19 jugadores de campo: una para cada tiempo.

Un diseñador del Club América bocetó de urgencia el escudo de la AFA (delineó un trazado bastante parecido al original, aunque con las prisas omitió los laureles que circundan las siglas de la AFA). Entonces fue cuando entraron en acción las bordadoras del 'club crema', que cosieron los parches del escudo recién hecho.

Sólo faltaban los números. Acá hay dos versiones que nunca nadie descartó. Hay quien cuenta que se colocaron en un teatro de revistas, con unas lentejuelas color gris muy pequeñas, mientras que otro dice que se consiguieron unos plateados de fútbol americano, que fueron planchados en las nuevas camisetas.

Bilardo, cuatro años más tarde y en la antesala de Italia 90, mandó a buscar al mismo local de México un juego similar de camisetas azules confiado en su energía positiva (que fueron compradas, pero lógicamente no las autorizó Adidas).

Moschella, el hombre que en silencio había descubierto aquel modelo, sigue sin convencer a los campeones del mundo de 1986 para que le donen una de esas extrañas remeras para la colección que la AFA tiene en Ezeiza.

La que usó Diego en el segundo tiempo, se exhibe en el National Football Museum de Manchester. Fue cedida por Stephen Hodge, un ex futbolista inglés, que jugaba como volante y que tras el partido intercambió su camiseta con la de Maradona. Tras tenerla varios años en su casa y luego en un banco (por su alto valor económico), Hodge la cedió al Museo.

Esa camiseta está valuada en 350.000 dólares. La del primer tiempo, Diego contó que la tiene guardada en su colección personal.

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