La Papisa Cristina vs. el Obispo Chueco

La Papisa Cristina vs. el Obispo Chueco
La Papisa Cristina vs. el Obispo Chueco

Pese a haber nacido en Santa Fe, Juan Carlos Mazzón, alias el “Chueco”, es una expresión acabada de la cultura mendocina. Forma parte de esa pequeña élite política que trascendió las fronteras locales para alcanzar trascendencia nacional en tareas nacionales, como Manzano o Bordón (otro santafesino culturalmente mendocinizado) y como ahora lo son Cobos y Sanz en plena disputa por conducir el radicalismo nacional.

Sin embargo, y aunque parezca una desmesura o una provocación, Mazzón es algo más que un político que trascendió por temas políticos. A su modo es un artesano, un artista, vale decir alguien que se elevó por su “arte”, como Favio, Quino, Alonso, Le Parc, Di Benedetto, Luis Politti, entre tantos. Lo que ocurre es que los aportes culturales de todos estos grandes mendocinos son de enorme prestigio, mientras que el “arte” del Chueco es infinitamente menos valorado, ya que se trata de la “rosca”, la operación política, el funcionamiento del poder en sus entrañas más ocultas, menos vistosas y atractivas.

Pero en esas actividades Mazzón demostró ser un maestro que sobrevivió todas las etapas. Por lo menos hasta la semana pasada, cuando por primera vez alguien nada menor -como la presidenta de la Nación- lo intentó destruir en serio, aunque está por verse si lo logrará.

Decimos que Mazzón es profundamente mendocino culturalmente hablando porque llevó al país una idea institucionalista de la política: la de que el peronismo como partido es infinitamente más importante que hasta el más importante de sus líderes. Por eso fue el gran arquitecto de la Iglesia peronista luego de la muerte de su creador, el General Juan Domingo Perón.

Su obispo mayor, el que fundó el pejotismo. El partido del poder por excelencia en su etapa “institucional”, ya consumidos todos los objetivos por los cuales nació y tuvo sentido histórico el peronismo. El partido se institucionalizó cuando perdió su alma, pero en lo que quería -conducir la política argentina- no le fue nada mal ya que la democracia devino casi toda suya, incluso aún cuando no gobernó directamente.

El Chueco, como todo ser mitológico, surge de una leyenda que tiene un origen verdadero y luego lo demás es incomprobable. Se dice que para vivir durante la dictadura manejaba un registro automotor y que fue detenido por manejos ilícitos del mismo.

Nadie se ocupó nunca por desmentir demasiado esa acusación alegando que el Chueco fuera un preso político, pero todos se encargaron de avisar que si Mazzón alguna vez tuvo que hacer una estafa como esa de la que lo acusaron, jamás fue para él sino para ayudar a los cumpas presos o en problemas, ellos sí por cuestiones políticas.

diferencia de alguno de sus discípulos que quedará en la historia por haber defendido el “robo para la corona”, el Chueco será recordado por quitarles a los de arriba para darles a los peronistas de abajo.

Con el tiempo la famosa “maleta” llena de fabulosas riquezas con la que se comentó inmemorialmente que Mazzón viajaba por las provincias para hacerles ganar las elecciones a los cumpas del interior, sería algo parecido: plata que el Chueco les sacaba a los líderes transitorios del peronismo nacional para ayudar a los caudillos permanentes, los otros obispos del PJ, aunque éstos no fueran tan “institucionalistas” como él, porque la mayoría se convirtieron en patrones de estancia.

Antes de que lo echara Cristina, una sola vez antes lo habían echado al Chueco. Fue Menem cuando éste nombró a Manzano como su ministro del Interior, y en señal de lealtad o afecto el “Chupete” sacó al Chueco de las catacumbas y lo designó su viceministro. Al poco tiempo salió a la luz el affaire del registro automotor y Mazzón debió volver a las catacumbas de la política de donde nunca debió haber salido, porque allí él es rey absoluto, mientras que con la claridad, como el conde de Transilvania, su poder se desvanece.

Pese, o mejor dicho gracias a su despido, el Chueco siguió colaborando más que nunca con Menem, particularmente con su superministro Domingo Cavallo, al cual le aportó toda la dosis de política tradicional que el temperamental economista desconocía.

Con el tiempo sería fundamental para Eduardo Duhalde a fin de evitar la anarquía interna en el peronismo, dentro de un país en el que la anarquía lo dominaba todo. Fue el gran artífice del triunfo de Néstor Kirchner al inventar una monstruosa pero ingeniosa ley de neolemas, que dividió al peronismo en tres y le puso todo el aparato oficial al santacruceño, sin el cual Kirchner hubiera figurado quinto o sexto.

Tiempo después hubo en Mendoza un estrafalario pacto entre Kirchner y Cobos al cual los obispos del PJ sólo aceptaron porque con el tiempo, para sobrevivir, se volvieron expertos en tragar todos los sapos habidos y por haber, sabiendo que los sapos pasan pero los peronistas quedan. No obstante, con osadía, el Chueco, sin oponerse directamente al pacto, bancó en Mendoza a un peronista que lo enfrentó, Celso Jaque, quien con ayuda de Mazzón le quitó Mendoza a Kirchner y a Cobos juntos, una obra maestra de la artesanía política del pejotismo. Una verdadera demostración de fuerza de los obispos sobre el Papa.

Un Papa, Néstor, que tuvo la sabiduría de no enojarse con su subalterno, porque Kirchner sabía que el Chueco no hizo lo que hizo por traidor, sino para aportar a la sobrevivencia del PJ, y como por ahora Kirchner no quería aún destruir al PJ, se lo siguió bancando a Mazzón.

El Chueco, como buen peronista de toda la vida, pertenece a esos personajes sorianescos que dicen: yo siempre fui peronista, nunca me metí en política. Porque aunque parezca mentira, a Mazzón no le importa apoyar a renovadores, neoliberales o montos, ni siquiera a yanquis o marxistas, siempre que sean peronistas, o mejor dicho que estén dentro del movimiento, de la Iglesia peronista, que no saquen jamás los pies del plato.

Ahora, con Cristina, quiso hacer lo mismo, tanto a nivel provincial como nacional. El Chueco no les quería ganar a los kirchneristas en Mendoza, sino ver si poniendo toda la carne en el aparato podía luchar en la tierra de Cobos como ya lo hizo exitosamente con Jaque o con Pérez. Y a nivel nacional siempre trabajó, no tan en secreto, para que Scioli y Massa se juntaran, no tras la meta de que destruyeran a Cristina, sino a fin de que el PJ siguiera en el gobierno, el lugar que el peronismo considera le pertenece como propiedad casi absoluta.

Pero Cristina no lo entendió así, ella se siente Papisa de una nueva Iglesia de la que los peronistas tradicionales deben ser corridos, uno por uno, de todos los lugares que ocupan para dar paso a una nueva camada de dirigentes nacida también al calor del poder pero educados en la lealtad absolutista a Ella.

Cristina jamás tolerará lo que, a su modo, todos los anteriores líderes peronistas toleraron, incluso el mismo Perón: que sólo la organización vence al tiempo y que por lo tanto los líderes pasan y el peronismo queda, la magna tarea de la que Mazzón es su gran artífice.

No, Cristina quiere que el peronismo pase y que ella quede, aunque no esté en el gobierno, mediante la construcción de una nueva organización que sea la prolongación casi física de ella misma, tanto que difícilmente podría concebir algún heredero que no fuera de su propia familia, como Máximo, ese curador de drogadictos, ese portador de sangre y genes presidenciales, ese “hijo e’ tigre” como diría Aníbal Fernández en una de sus tantas millones de obsecuencias.

Por eso, por primera vez en la historia del peronismo alguien intentó matar políticamente al Chueco en serio a ver si con él puede matar a quien considera su mayor obstáculo para imponer su proyecto nepotista: el peronismo partidario.

Una organización que parece fácil de destruir porque nunca nadie bajó tanto la cabeza como sus principales miembros durante esta década ante un poder que saben los desprecia y al cual ellos desprecian. Una organización que de tanto acostumbrarse al poder por el poder mismo ya ha perdido toda identidad ideológica o doctrinaria salvo los rituales sacramentales vacíos de cualquier contenido.

Sin embargo, en la historia de la evolución humana las especies que sobreviven no sólo son las más fuertes, sino también las que saben mantenerse en la oscuridad fortaleciendo su caparazón y adaptándose desde abajo a todos los cambios de época. 
Por eso, no está muerto quien se oculta, le diría el Chueco a una Cristina que apuesta a quebrar las leyes de la evolución.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA