Hoy quiero hablarles de la panza porque la mía me tiene seriamente preocupado. La panza es un aditamento anatómico que queda en el centro del cuerpo y tiene como altura máxima el ombligo, que es como el volcán Tupungato de la panza.
En el invierno la panza queda piadosamente oculta debajo de sacos, gamulanes, tapados y sobretodos. Queda oculta, a veces pasa inadvertida. En cambio, en el verano no hay nada que pueda ocultarla; se destaca notablemente de nuestro cuerpo y el perfil se nos extiende hacia delante como si fuera una sucursal de uno mismo, como un bubón carnal, una península de grasa.
Menciono fundamentalmente al tipo porque el tipo es el que más sufre por esta ampliación no programada de su anatomía. El sedentarismo, la edad y el morfi extremo produce que la panza se enormice y adquiera proporciones muy notables. Es lo más parecido a un embarazo que puede tener un hombre, claro que en vez de un pibe adentro tiene ravioles, tortitas raspadas y punta de espalda.
Suele el tipo mirarse el perfil en el espejo y encuentra que la curva de ese segmento es verdaderamente notable y significativa. Se vuelve a mirar al otro día, como si en un solo día pudiera bajarla, y encuentra que no solamente no ha disminuido sino que se nota un tanto más abultada que en el perfil de ayer. Se dice: “Tengo que hacer algo para disminuir eso”. Sin embargo, el propósito se le va cuando le sirven dos milanesas con huevos fritos y papas fritas.
Al tipo no le abrochan los botones de la camisa y para prenderse el pantalón tiene que hacer esfuerzos adicionales que pueden producirle hasta calambres de párpados. No puede agacharse lo suficientemente agachado; entonces le cuesta ponerse una media, bufa, suda, respira agitadamente como si estuviera haciéndole cococho a un elefante y no consigue su propósito. Lo mismo le ocurre con los zapatos. Atarse los cordones de los zapatos es para él más difícil que rascarse la espalda con el codo.
Pero su mayor pesadumbre es estética. Los amigos lo cargan: “Te estás dejando crecer la panza”; “Estás más delgado que mañana”; “¿De cuántos meses estás?”; “Sancho Panza no ha muerto”, son algunas de las opiniones que tiene que soportar el damnificado por sí mismo. Todos los que llegan a él invariablemente le tocan la panza y dicen algo al respecto.
Entonces el tipo, harto ya de no verse el sexo de parado, decide bajar la panza y comienza con ejercicios, abdominales, caminatas que invariablemente terminan en la panadería y al final, logra estar panzón y cansado.
Es el verano el momento del año en que el tipo se descubre, en que se da cuenta que su ombligo se va alejando de él sin decir adiós.
La panza, ésa que produce tantos apodos: como “carpa de indio”, porque no le entra ningún vaquero; “comisario estricto”, porque tiene resonando a los botones; “fotógrafo distraído”, se le caen los rollos; “alcancía”, lo cargan por la panza; y “Fiat 600”, porque tiene el baúl adelante.
Así es la panza, ésa que demuestra que somos capaces de llegar antes que nosotros mismos.