(Acerca de un artículo de la doctora Alicia Zorrilla. Vivencia en el Centro de Jubilados Edmundo Correas, de la UNCuyo).
Cuando llegué a la clase del 2 de octubre, en el Centro de Jubilados de la UNCuyo, ya uno de los asistentes traía el artículo del diario, fotocopiado para todos; una vez en el salón, lo leímos y cada uno fue extrayendo las palabras que más habían llamado su atención. Al hacer la puesta en común, advertimos que la mayoría había seleccionado el mismo fragmento: “No se necesita ser literato para ser poeta de la palabra, es decir, creador, artífice; sólo es necesario asistir íntegros al mismo acto apasionado de la escritura que nos convoca; sentirnos dentro de él, escuchar el recto decir de su silencio y, sobre todo, vivirlo plena y éticamente desde nuestra cultura que –como bien decía André Malraux– ‘no se hereda, se conquista’ y ‘lo que debe unirnos es el objeto de esta conquista’; pero –puede agregarse– esa conquista debe emprenderse con voluntad, esfuerzo e inteligencia, sobre todo con voluntad y esfuerzo, pues lograrla significará participar del mundo con los demás para entenderlo en el laberinto de sus múltiples encrucijadas. Es vano aspirar al poder sin poder; y la cultura es el máximo poder porque asegura la libertad”. Indudablemente, les había impresionado el juicio según el cual no es necesario ser literato para ser poeta de la palabra. En efecto, muchos de los asistentes a este taller se sienten inhibidos para escribir y necesitan una voz de aliento; creyeron encontrarla en esa afirmación del valor del esfuerzo y de la voluntad.
Quizás sea necesario decir quiénes somos: el Cejupen, Centro de Jubilados de la Universidad Nacional de Cuyo, es un lugar de encuentros, destinado a realizar talleres de carácter cultural, que mantengan activos a quienes han sido agentes universitarios durante más de tres décadas. Específicamente, uno de estos talleres es el denominado “Leer, hablar, escribir” y congrega a gente de distintas profesiones: profesores de diversas disciplinas, abogadas, arquitectos, comunicadores. También, exempleados administrativos y -lo más llamativo- una mujer autodidacta que sólo hizo la primaria pero que, con sus 75 años, se ha dedicado a la lectura de grandes obras y a escribir. Todos -lectores consuetudinarios de Los Andes en versión papel- ponderaron la calidad del artículo y compararon su contenido con fragmentos de la misma autora, en “El traductor frente a las normas de la lengua española”, que yo uso en mis clases en la Diplomatura en corrección de textos, para introducir y estudiar el concepto de ‘norma’. En primer lugar, la cita de Juan Ramón Jiménez, como epígrafe de ese artículo: “Primero la palabra suelta, sola, isla. Después la unión feliz, como en el amor, de dos palabras. Luego, en fin, el período entero, como un mundo cerrado y abierto a la vez, que contiene ya (en sí y solo en sí) el infinito”. Más adelante, la misma autora dice a los traductores y a todos nosotros: “Nuestra lengua vive. La consulta, ante las dudas, simboliza la necesidad de saber para que viva bien. Ninguna pregunta es estéril, pues el que la hace aspira a reorganizar su escritura, a armonizar sus discordancias. La respuesta no censura el error; encamina, orienta y comunica la regla. A veces, no hay errores, y cada respuesta confirma una certeza. Es un camino de regreso enriquecido, fundado en la medida; es la convicción de que por las palabras existimos y nos damos. Si el hombre huye de las palabras, huye de sus alas, es decir, del goce pleno de su libertad. Si el hombre huye de sus alas, no podrá sentir nunca la alegría del reflorecimiento, el despertar de sus silencios, de su unidad”.
Después de deleitarnos con estas reflexiones, fuimos a las palabras finales de Ivonne Bordelois, en La palabra amenazada, obra ganadora del Premio Nación-Sudamericana, en 2005: “El lenguaje es un fermento indestructible de unidad y comunidad entre nosotros, acaso uno de los últimos que nos quedan. Es el primer basamento, el estrato profundo en que se encuentra y se alimenta una comunidad: no contaminemos el agua de la que bebe nuestra vida, no la dejemos a merced de los mercaderes de excrementos. [… ] Puede parecer una utopía inocente, una ingenuidad elitista profesar la salvación por la palabra. Mucho más, por cierto, es necesario. En verdad, el lenguaje no nos es suficiente, pero nos es necesario; la palabra sola no puede salvarnos, pero no nos podemos salvar sin la palabra. [...] Y en el combate con las tinieblas, el hecho de que la luz, la inteligencia, la alegría y el pan de la palabra estén con nosotros, que la veneración por el misterio y la vida de la palabra esté con nosotros, no será ciertamente una de nuestras menores ventajas”.
Hechas todas estas lecturas y comparados sus mensajes, como corolario de la clase y según la metodología habitual del taller, los concurrentes escribieron sus impresiones personales acerca de lo leído y hablado. De este modo, esta semana, cumplidos los dos primeros momentos de lectura y conversación, acometimos la tarea del tercero: cincelamos la palabra y ejercitamos el ars loquendi en forma escrita, estimulados por la tutela magistral de Alicia Zorrilla.