La otra transición - Por Edgardo R. Moreno

La otra transición - Por Edgardo R. Moreno
La otra transición - Por Edgardo R. Moreno

El plazo para que Mauricio Macri entregue el poder presidencial se agota y la transición ha sido más que minimalista. Sólo tres resoluciones acordadas emergen como resultado del diálogo que comenzó con gestos auspiciosos el día posterior al triunfo definitivo de Alberto Fernández.

La primera se convino en las horas previas y se ejecutó en la noche de los festejos. El gobierno dispuso ceñir el cepo al máximo para proteger las divisas del Banco Central. La decisión le permitió recomponer las reservas en unos 2 mil millones de dólares.

No hubo acuerdos ulteriores para un diálogo conjunto y ordenado entre el país y sus acreedores externos. El Fondo Monetario Internacional puso en pausa su programa de asistencia. La nueva jefa del FMI, Kristalina Georgieva, notificó con una declaración pública a la agencia Bloomberg que está esperando el programa económico del nuevo gobierno para decidir.

Alberto Fernández la llamó para pedir tiempo y garantizar disciplina fiscal. Horas después, el conductor de los equipos técnicos del Fondo, Alejandro Werner, remachó -también mediante una declaración pública- que el programa económico que presente la Argentina debe ser consistente e integral.

El segundo acuerdo de transición se concretó en el Congreso. Un nuevo protocolo de aplicación de la prisión preventiva. Estaba pendiente desde la renovación del Código Procesal Penal Federal, pero abrió una controversia central para el nuevo gobierno, que asume con exfuncionarios propios en prisión.

Y para el gobierno saliente, que aguarda el juicio de residencia no bien abandone los despachos del poder.

El tercer acuerdo fue sobre la ceremonia de traspaso del mando. Será en el Congreso porque así lo pidió el nuevo presidente y como Macri defendió ese criterio en 2015, resolvió sostenerlo ahora.

Sólo la propensión compulsiva del sistema político a otorgarle a cada formalidad condiciones fundacionales de un ciclo histórico obliga a incluir como objeto de diálogo en la transición algunas nimiedades más propias del boato que del poder.

Pero el diálogo sobre esas condiciones protocolares fue el detalle que comenzó a revelar otra transición que estuvo oculta y que apareció en la superficie porque la hora del recambio ya es inminente. Es la negociación del poder real entre Cristina Kirchner y Alberto Fernández.

A diferencia de Cristina, Macri le entregará el bastón a su sucesor. Pero deberá hacerlo en un escenario político que Cristina detalló en la reunión que mantuvo con Alberto Fernández en su departamento porteño de Juncal y Uruguay. La escena será en el Congreso, donde Cristina consiguió imponer su sello en las dos cámaras parlamentarias. Mandará en el Senado. Su hijo Máximo, en el bloque de diputados del nuevo oficialismo.

La decisión tuvo el estilo clásico de la expresidenta. Obligó al nuevo presidente a darle asilo político en el Poder Ejecutivo a los que imaginaron un albertismo neonato en las bancadas parlamentarias.

La reunión en Juncal y Uruguay abrió además un vasto espacio de incertidumbre sobre el nuevo gabinete. El espacio para la duda no es menor. ¿Estuvo en la reunión de Barrio Norte el eventual ministro Wado de Pedro, pero fue innecesaria la presencia de Santiago Cafiero, candidato a la jefatura del gabinete de ministros?

¿Carlos Zannini -la tobillera electrónica que le pusieron a Daniel Scioli en 2015- regresará a la Casa Rosada como jefe de los abogados del nuevo presidente?

En el frente más complicado del futuro gobierno, la danza de nombres para el equipo económico se parece cada vez menos a una estrategia de preservación y cada vez más a una ceremonia de vetos. Esa toxicidad en la toma de decisiones explica que Georgieva haya recurrido primero a Bloomberg y luego al contacto directo con el presidente nuevo, que por ahora actúa sin fusibles.

Una semana antes del video en el que Cristina designó a su candidato a la presidencia, Alberto Fernández había descripto -con talento para la disección política- la geografía de aquello que imaginaba como el nuevo poder.

“O Cristina es candidata, o se va a su casa. No puede haber votos prestados, ni términos medios. No podemos recrear errores del pasado. No tengo ganas de que haya un títere en la Casa Rosada y que el poder esté en Juncal y Uruguay”, declaró el 11 de mayo pasado.

La transición nimia entre Fernández y Macri se explica en parte por la negociación irresuelta entre Cristina y Alberto. Algo que se ha revelado como un tránsito recursivo: de la escena del candidato designado, a la del presidente electo. De la figura del presidente electo, a la del ejecutor designado. Una dinámica circular, institucionalmente riesgosa.

Frente a ese desgaste, Alberto Fernández obtuvo oxígeno con las disputas de la nueva oposición. El nosiglismo ha resuelto en la UCR que Macri no conducirá al bloque del 40 por ciento que salió segundo en las elecciones. Esa discusión atravesó en silencio las contramarchas sobre el aborto.

Macri convocó a una movilización para contrastar ese desafío. Conociendo a sus socios, tampoco arriesgó demasiado en la transición.

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