Camila de 25 años sale del gimnasio. Calzas negras, remera corta, buzo largo zapatillas y mochila. Camina por una vereda estrecha, en cuya esquina percibe una obra en construcción. Observa la vereda de enfrente, cruza y sigue su camino... Casi de la nada escucha salir desde un balcón, una voz masculina y madura que lanza al aire: “mamita... ¿eso es todo tuyo?”.
Ni siquiera mira, sólo se incomoda (una vez más) aprieta los dientes, y sigue mientras se baja aún más el buzo, que no deja nada al descubierto. Desde enfrente, la obra es una cuna de silbidos y besos proferidos al aire en su dirección... Dos cuadras, sólo dos, y llega. Mientras repasa mentalmente lo que hará al llegar, divisa un grupo de adolescentes, reunidos en la puerta de una casa en la siguiente esquina. Escuchan música y ríen en la mitad de una charla conjunta, hasta que sus pasos la delatan: deberá pasar. “¿Solita la nena? Qué rica estás”, gritan. Camila aprieta el paso, llega a la próxima intersección, mientras ve el último tramo salvador que le resta hasta su casa. Solo una cuadra.
“¡Qué bonita sos...!”, le gritan desde un automóvil. Se da vuelta e insulta sin mirar. “¡No seas loca, soy yo!”, le constesta su hermano cuando para la marcha. “Qué exagerada, así no vas a conseguir novio”, dispara a la vieja usanza. Camila llega a su casa, y lo que para su hermano es motivo de risa, para ella es hartazgo. El cúmulo diario de “piropos” que mujeres como ella (y de toda edad) reciben a diario se torna invasivo por la sistematicidad, de un mundo que parece repetir el patrón naturalizado. Lo peor es que esa repitencia parece no ser percibida, en su contexto profundo, por el varón.
Por ello, en esta nota, la socióloga Silvina Anfuso (jefa del departamento de Mujer y Equidad de la Municipalidad de Godoy Cruz) va más allá de lo obvio, para desmadejar por qué una expresión que muchas personas consideran halagadora, para otras puede resultar ofensiva. Una oportunidad para entender los dos lados de una construcción social que se siente diferente según quien la genera y quien la escucha.
Deshojando el concepto
Una definición: “piropo es un concepto que procede del latín ‘pyropus’ aunque su origen etimológico más lejano se halla en la lengua griega. Una de las acepciones más habituales del concepto está vinculada al halago, que se le expresa a una mujer. Así lo habitual es que los piropos halaguen la apariencia física de una persona. En algunos casos, incluyen un componente sexista y ofensivo, lo que puede hacer que la mujer sienta que la están acosando”.
Como ahonda la socióloga Silvina Anfuso: “la definición del piropo sostiene y especifica que se trata de una especie de ‘halago’ hacia el cuerpo femenino. Es decir que de alguna manera ya está establecido como un nombramiento, o una forma de caracterizar el cuerpo de las mujeres”.
- A través del tiempo, esta construcción social parece haber mutado de un halago, hacia casi, una agresión para muchas mujeres. ¿Por qué se da esta percepción?
- La forma de dar o mencionar a cosas o personas, en cada sociedad y época, ha ido tomando con el tiempo un significado distinto. Lo que hoy ha comenzado a darse es una denuncia política, no penal, hacia el denominado “piropo” que ofende a muchas mujeres. Esto se da cuando algo como el piropo se constituye desde lo social de manera sistemática y reiterada, con ciudades aglutinadas de personas que se hacen eco cotidiano de esta práctica. Entonces la “ciudad acosadora” aparece en el sentido de que los dichos o piropos se dan de manera sistemática, reiterada y frecuente. Las mujeres van percibiendo durante su andar diario que se le pone nombre a sus atributos físicos, a sus cuerpos y, de alguna manera, esto genera un punto de resistencia.
- ¿Cómo se da esta percepción?
- Porque las mujeres en los últimos años han irrumpido de manera distinta en ámbitos de participación pública, desde la posibilidad de acceso a la educación, hasta la incorporación en el mercado laboral. Entonces estas formas de mencionar los atributos de la mujer, que se ha naturalizado desde hace mucho tiempo, hoy empieza a tomar un tono más de resistencia, contestación, denuncia o alarma. Las denuncias provenientes de organizaciones feministas, lo que vienen a cuestionar es precisamente la voz del varón, haciendo referencia del cuerpo de la mujer, más allá del tono que tome.
- ¿Qué aspectos puntuales son los que sensibilizan en este sentido?
- No se trata de una hipersensibilidad por un piropo planteado de un varón hacia una mujer, sino algo más profundo que vive la mujer, como comportamiento social sistemático. Entonces el hombre argumenta: “le dije algo lindo a una chica y se enojó, ¿cómo se va a ofender?”. Lo que ese varón no entiende es que la mujer sale al ámbito público de las ciudades o a la vía pública y se encuentra con una infinidad de dichos respecto a sus cualidades, imagen, cuerpo y actitud. Ese manojo de comentarios varios de una sociedad (no de un hombre aislado) se constituye socialmente en una forma de acoso hacia la mujer. Muchas organizaciones están discutiendo sobre “la necesidad”, por parte del varón, de tener que hacer algún comentario, aprobar o desaprobar en el transitar diario de la mujer, sus características físicas o fisonomía. Eso es lo que se cuestiona y hace ruido.
- ¿Qué implica la acción del piropo hacia un otro por parte del varón?
- No es que el varón con este tipo de acción intente llevar a cabo la idea de establecer un vínculo. De hecho cuando hace esa mención (el piropo) hacia la mujer, no espera una retribución o respuesta de la misma para establecer una comunicación o relación. Solo lanza el comentario, y establece su autoridad. Es diferente un varón que quiera hacer un comentario, en el marco de establecer una relación con una mujer, por ejemplo: “me gustaría conocerte”. Al menos tendría un contexto diferente del cómo se encuadran normalmente las formas de decir los piropos.
-¿ Cómo construir el equilibrio para no caer en excesos ni de un lado ni del otro?
- Lo primero es que el varón entienda que no a todas las mujeres les gusta que alguien profiera comentarios sobre su cuerpo, aunque hayan muchas que sí les parezca agradable. Lo importante es no dar por hecho que a todas las mujeres les gusta recibir piropos. Romper ese mito es lo primero a trabajar.
El segundo punto se vincula con el respeto, que tiene que ver de alguna manera con esperar una devolución respecto al comentario, para poner en valor la palabra de la mujer frente a una expresión. El respeto tiene que ver no sólo en el hombre con: “te digo algo y me siento con la autoridad de hacerlo”, sino también con el “estoy dispuesto a escucharte”. Quizá sea una manera de resignificar el querer conectarse con la otra persona, y poder establecer alguna forma de relación. Son dos puntos que repensar de esta práctica cultural de años, para que no quede del lado de la agresión, ni del varón autorizado de decir lo que piensa del cuerpo de la mujer. Con la idea de que esta última asuma una postura casi pasiva de aceptar y recibir lo que se dice, sin posibilidad de hacer algún tipo de devolución.
La forma del piropo y lo que genera para muchas mujeres, se incrusta y constituye hacia lo femenino como una ciudad acosadora, que multiplica sus ecos desde hace años y de manera reiterada en la vida diaria, de manera social y culturalmente naturalizada. No a todas las mujeres les gusta que las piropeen sobre sus cualidades, sino implicaría uniformarnos, como si debiéramos comportarnos y sentir nuestros cuerpos y vivencias de igual manera. Eso implica empezar a romper con un modelo de mujer.