Mario Fiore - Corresponsalía Buenos Aires
La oposición nacional comienza a cosechar los frutos de la mezquindad de sus principales líderes. Cuando restan sólo diez días para que los argentinos elijamos al próximo presidente, la campaña tiene como atractivo primordial la competencia entre los dos principales candidatos del arco no kirchnerista y la razón de esto no es que el oficialismo nacional esté fuera de carrera sino que es justamente al revés. Nadie duda de que Daniel Scioli, el candidato del Gobierno, saldrá primero. La incógnita es si podrá ganar en primera vuelta o si deberá ir a un balotaje el 22 de noviembre. Es en este segundo escenario, que nadie se anima a descartar o a confirmar fehacientemente, que la puja entre los dos opositores más votados en las PASO de agosto, está poniendo condimentos a la recta final.
Ambos están haciendo un llamado al voto útil. El primero se presenta como la llave de ingreso a una segunda vuelta electoral. Estamos hablando de Mauricio Macri (Cambiemos), quien en todas las encuestas es el que más cerca aparece de Scioli. El segundo asegura que él es la llave para salir victorioso del balotaje. Estamos hablando de Sergio Massa (UNA) quien, también haciendo referencia a encuestas, afirma que Macri no puede ganar a Scioli en un mano a mano y en cambio él sí, dado que cosecha votos peronistas y no peronistas.
Lo importante a señalar es que ambos dirigentes pudieron y no quisieron ser parte de un mismo armado electoral lo suficientemente potente como para poder convertirse en una alternativa de poder real. Pero se distanciaron por la ambición de liderar la próxima era política de la Argentina, por estelarizar el post-kirchnerismo.
A diferencia de otros actores rutilantes de pasadas alianzas electorales, Macri y Massa son más parecidos que diferentes. Los legisladores que responden a ellos en el Congreso han tenido en estos dos últimos años más coincidencias que disensos. Ambos expresan, con distintos matices, a un votante disgustado con el Gobierno nacional, aunque a uno le es más fácil llegar a las clases medias urbanas y al otro le ha sido más sencillo penetrar en sectores más populares. Hoy, entre ambos se dividen un 50% del electorado. Entre el 30% de Macri y el 20% de Massa suman mucho más que el 40% que los sondeos de opinión le atribuyen a Scioli.
A diferencia de 2011, cuando la oposición presentó batalla al oficialismo de manera atomizada por desconocer en qué consistía la herramienta de las PASO, esta vez los líderes opositores decidieron cometer el mismo error conscientemente. Macri optó por armar una alianza con la UCR y la Coalición Cívica que tuviera como límite al peronismo y, con esto, al propio Massa, que recién se desligó del kirchnerismo en 2013. Pero el jefe de Gobierno porteño luego pareció arrepentirse de sus tapujos y empezó a vacilar. Así fue como primero salió a ponderar virtudes del actual gobierno y luego sumó gestos de toda índole en pos de atraer al votante de tradición justicialista. La foto de la semana pasada junto a Hugo Moyano y Eduardo Duhalde en la inauguración de una estatua (irreconocible) de Juan Domingo Perón no pudo más que generar risas entre la dirigencia del PJ nacional, al punto que el propio Duhalde apeló a un vocabulario poco académico y dijo que el problema de Macri es que en términos políticos "es más cerrado que culo de muñeca".
En sus justificaciones, Macri viene sosteniendo que un acuerdo con el líder del Frente Renovador "desperfilaba" la alternativa de cambio que él buscaba expresar. Pero la verdad es que siempre dudó de la conveniencia (para él) de una gran primaria opositora como la que pedía gran parte del establishment nacional ya que siempre creyó que los votos auténticamente peronistas, como los que por ejemplo en las PASO fueron a Massa o a José Manuel de la Sota, jamás podían ir a él. El peronismo que él pretende superar a través del PRO y "la nueva política" terminó funcionando para Macri como un obstáculo epistemológico, porque no logra entenderlo, y también como un obstáculo epistemofílico, porque no logra generar empatía con él. Massa, en cambio, buscó un acuerdo con Macri recién cuando se desmoronó en las encuestas que supo liderar por un año y empezó a tener serios problemas de armado territorial en todo el país, incluyendo su propio distrito, la provincia de Buenos Aires. Pero para el líder del PRO ya era tarde.
Lo cierto es que ninguno tuvo convicción de ir por más. Hoy se reprochan todo tipo de operaciones y maquinaciones y protagonizan un final de campaña que podría traer aparejado un final frustrante para ambos: que a ninguno le alcancen los votos para obligar a Scioli a ir a una segunda vuelta. Como sabemos, si el candidato oficialista supera el 40% y saca una diferencia superior al 10% sobre su inmediato persecutor, será electo presidente el 25. Lo mismo sucederá si obtiene más del 45%, un escenario que ninguna encuesta está contemplando por el momento.
El otro gran problema que tienen tanto Macri como Massa, jugando por separado, es que el candidato del oficialismo es Scioli y no un dirigente más mimetizado con los modos de hacer y sentir la política del cristinismo. Massa, sin ir más lejos, intentó cerrar un acuerdo electoral en 2013 con Scioli para enfrentar en provincia de Buenos Aires al kirchnerismo. No lo consiguió pero sí selló una alianza con el macrismo en el principal distrito electoral del país. Hoy los tres hombres disputan entre sí la Presidencia. Para un votante de izquierda, por ejemplo, los tres representan lo mismo. Esto es válido también para algunos kirchneristas emocionales que hacen de tripas corazón para poder votar a Scioli y mastican bronca por la evidenciada incapacidad de Cristina Fernández para construir un heredero político.
Obligados por sí mismos a competir entre ellos, Macri y Massa están hoy dirimiendo el voto útil. En el PRO militan la consigna de que todo aquél que vote por Massa le hará un favor a Scioli y en el Frente Renovador sostienen que el sufragio a Cambiemos es inútil ya que si Macri llega a una segunda vuelta perderá porque genera más rechazos que el candidato oficialista. De este modo, los dos dirigentes someten a ese 50% que, según las encuestas, ambos congregan, a elegir un camino que podría terminar de todas maneras con la victoria del Gobierno.
Si esto último fuera lo que finalmente sucederá, el futuro posiblemente sea igual de poco generoso con ambos. Massa sin dudas verá cómo su espacio se termina de diezmar. Sus dirigentes, los que le quedan a su lado, tendrán en Scioli la oportunidad de una nueva etapa que se abre. Para él sólo le quedaría, entonces, la ilusión de que el actual gobernador realice un mal gobierno producto de las tensiones entre los señores feudales del interior y el cristinismo duro. Macri, en tanto, probablemente deba volver a foja cero con su torturado esquema de alianzas y Cambiemos pase a ser una UTE disuelta. Macristas, radicales y cívicos funcionarán desarticuladamente en el Congreso, sin capacidad de imponer nada al oficialismo, como ha venido sucediendo hasta ahora. Aunque su bastión, la Capital Federal, seguirá siendo gobernado por su partido, Macri deberá pelear desde el llano como lo hizo cuando inició su carrera política hace poco más de diez años. La pregunta que quedará flotando en el aire es si tendrá la ambición de liderar a la oposición a un nuevo gobierno peronista.