"¿Alguien estuvo acá antes, mandando una carta o comprando una estampilla?”, pregunta Paula, la joven guía en el hall central del antiguo Palacio de Correos y Telégrafos. Cuatro personas que están junto a mí levantan la mano. Es perfectamente lógico ya que hasta 2009 el imponente edificio funcionó como tal. “¿Alguien trabajó por casualidad acá?” Nadie esta vez levanta la mano. “No hubiera sido raro porque en su época de esplendor llegaron a trabajar aquí hasta 10.000 personas”, explica la guía.
El recorrido por el flamante Centro Cultural Kirchner es un diálogo entre dos Argentinas, aquella que administraban los gobiernos liberales de fines del siglo XIX y principios del XX, en la que se hicieron las obras arquitectónicas más imponentes de Buenos Aires, y la Argentina actual en la cual el Gobierno decidió transformar un edificio en desuso en la casa nacional del arte y de la cultura para dejarlo como principal legado (y, de paso, permanecer perenne en la mente de los argentinos que visiten la apabullante obra a través del apellido presidencial que le da nombre).
La visita es sobre todo una experiencia rica para los sentidos. Al fin y al cabo, se trata del tercer centro cultural más grande del mundo (el primero de América Latina).
Si bien aún no está completamente terminado (no funcionan todas las salas de exposiciones, de proyecciones audiovisuales, de teatro y auditorios) el paseo por sus más de 100.000 m2 permite apreciar la convivencia entre el estilo academicista francés de la arquitectura original y las modernísimas obras que un estudio de arquitectos de La Plata proyectaron en la media manzana que fue demolida: una sala de conciertos sinfónicos, llamada La Ballena, y con capacidad para más de 1.750 espectadores, y dos salas de exposiciones colgantes, llamadas La Gran Lámpara, realizadas en vidrio.
Clásico y moderno
El Centro Cultural Kirchner tiene dos áreas bien diferenciadas. La “Noble” o histórica, donde funcionaba la atención al público del viejo Palacio de Correos, que fue restaurada y conservada para devolverle el brillo que supo tener en la primera mitad del siglo XX; y el área industrial en la que se hacían los trabajos internos, en la cual se levantaron modernísimas estructuras.
Entre un área y la otra el tránsito es sutil y a la vez espectacular. Los ascensores nuevos son de vidrio para que no compitan con los antiguos elevadores, piezas clásicas y exquisitas.
La belleza de las antiguas cúpulas y del mobiliario fabricado por la casa Thompson a principios del siglo XX contrastan con las miles y miles de toneladas de cemento con forma de cetáceo sobre la que se construyó la sala que servirá de casa a la Sinfónica Nacional, que hasta ahora no tenía un lugar propio para ensayar y brindar conciertos.
La Ballena es un homenaje a la ballena franca austral de nuestros mares y es, sin dudas, la gran atracción del Centro Cultural Kirchner. “Hay que aclarar que ésta no es una sala lírica, como el Teatro Colón, por eso no tiene caja escénica, no hay subsuelo para la orquesta ni bambalinas”, explica la guía. Con capacidad para más de 110 músicos en el escenario, la mayor virtud de la sala sinfónica es la acústica. Materiales blandos, como la madera, permiten absorber los sonidos y materiales duros, como el acero y mármol los reflectan.
Y lo más importante: ningún ruido proveniente del exterior puede penetrar en La Ballena ya que fue construida sobre tres patas de hormigón en el corazón de la media manzana que se demolió -el área industrial-, totalmente aislada del resto del edificio. La sala sinfónica posee además un órgano Klais de 35 toneladas y 1.500 tubos -el más grande de Sudamérica- que tiene una amplitud de registros tal que permite tocar música barroca o contemporánea, pero también folclore andino y música popular.
"Cuídese mucho"
El encuentro con el arte contemporáneo se produce en el segundo nivel del flamante centro cultural. Allí, la artista francesa Sophie Calle trajo una de sus muestras más célebres en el marco de la primera Bienal de Performance que se está desarrollando en toda la ciudad de Buenos Aires. Ciento siete mujeres la ayudan a reinterpretar un e-mail que recibió la propia Calle de parte de un amante para cortar la relación amorosa que los unía, el cual termina con la frase “cuídese mucho”.
No hay al parecer un lugar más adecuado que el viejo Correo Central para que desde el arte se busque entender las nuevas formas de comunicación -en este caso un e-mail- y la experiencia emocional universal del amor (o de su fin). Calle recibe consejos de su madre, de actrices, de una criminóloga, de una mediadora de parejas, de cantantes (la canadiense Feist, la marroquí Sapho) y hasta de un loro que se come el e-mail del desamor impreso.
Apuesta política
El Centro Cultural Kirchner es también una obra enteramente política. Es el homenaje faraónico que el Gobierno nacional le rinde a Néstor Kirchner, quien en 2005 tomó la decisión de transformar el viejo Palacio de Correos en un espacio para las artes. “El padre de Kirchner trabajó en el Correo argentino”, aclara la joven guía. Las frases más resonantes y aplaudidas de aquel discurso del 25 de mayo de 2003 en el que el santacruceño se hizo cargo del país (“Vengo a proponerles un sueño”) están impresas en la cartelería. Y una gran sala, denomina justamente Néstor Kirchner, alberga una exposición permanente llamada “ExperienciaNK”.
Se trata de una instalación de espejos en la que pueden verse reflejadas las paredes empapeladas con imágenes del paisaje patagónico en el que Kirchner creció. Pequeños monitores con auriculares reproducen anécdotas que cuentan sus amigos de militancia, su hijo Máximo y sus sobrinas. Y un breve video que se proyecta en una sala contigua sobre tres paredes -que interactúan entre sí- tiene más eficacia narrativa que el documental de casi dos horas que se estrenó hace unos años sobre el ex presidente.
Como cualquier gran obra-homenaje levantada por un gobierno peronista, también hay en el Centro Cultural Kirchner un espacio para Evita. Donde supo ser el despacho del director general de Correos se montó una exposición con cartas, folletos, juguetes y hasta bicicletas que la esposa del presidente Perón recibía para su fundación. En rigor, Eva Duarte sólo usó este despacho con vista a la Casa Rosada unos meses de 1946, pero eso sirve de buena excusa para convertir a la sala en un museo.
A pocos metros, también dentro del Área Noble o histórica, espera a los visitantes una sorpresa emotiva. En uno de los seis auditorios (para 100 personas) que se construyeron en lo que supieron ser salas de reuniones (se revistieron con madera, conservando oberturas) un joven bandoneonista regala un estándar jazzístico que cualquiera puede confundir con un tango de Troilo. Cinco minutos de emoción cunden las almas de los visitantes, que luego seguimos recorriendo los miles y miles de metros cuadrados de una obra que se antoja inabarcable.
Wustavo Quiroga - Presidente de la Fundación del Interior (Mendoza)
“Creo que es muy interesante ver cómo un gobierno que se lo tilda de populista realizó una obra con un elevadísimo nivel técnico y con una infraestructura que es comparable a la que tienen centros culturales de las principales capitales del mundo. Brindarle a la gente gratuitamente una esperada programación de nivel es no subestimarla. Se le está dando calidad a todo el mundo. Por otro lado, creo que construir un polo cultural a metros de la Casa Rosada, de la que además se retiró el monumento a Cristóbal Colón para reemplazarlo por el de Juana Azurduy, es una jugada estratégica para el kirchnerismo, que busca instalar una nueva visión de la historia. Podés estar o no de acuerdo, pero la táctica es interesante”.
Elbi Olalla - Música, pianista de Altertango
“Rescato la belleza de la que cualquier ciudadano puede disfrutar a título gratuito. Estas obras construyen identidad, a todos los argentinos nos suben la autoestima, más allá de si apoyamos o no al Gobierno. Yo estoy particularmente de acuerdo con la concepción de los bienes culturales, porque este Centro es eso, no es un gasto. Desde el punto de vista técnico me deslumbró La Ballena, porque se trata de una sala flexible y dinámica que se adapta a un concierto sinfónico, a uno de cámara o a las necesidades de la música popular. Por otro lado, este es un centro cultural que no sólo invita a la gente a sentarse a ver espectáculos, también hay posibilidades de hacer talleres y participar de la creación cultural”.