Por Umberto Eco - Servicio de noticias The New York Times - © 2015
Matteo Salvini, líder del partido xenofóbico Liga del Norte de Italia, tenía razón al señalar recientemente que la hábil canciller de Alemania, Ángela Merkel, había hecho un negocio de primer nivel al recibir a decenas de miles de sirios, muchos de ellos profesionales con estudios que ayudarían a impulsar el producto interno bruto del país. Y, agregó, el resto de Europa podría quedarse con las sobras.
Pero hay una pregunta que salta a la mente: ¿por qué un hombre tan astuto como Salvini no lo pensó primero? Después de todo, aquí en Italia hay varios miles de sirios. Lo que es más, ¿acaso es difícil imaginar que podríamos encontrar más de unos cuantos inmigrantes con estudios entre otros grupos étnicos? Por ejemplo, yo suelo toparme con senegaleses que venden paraguas y maletas en las calles de Milán, que hablan excelente francés e italiano y que dicen haber asistido a la universidad.
Años y años de la democracia alemana no han logrado borrar del todo la imagen del alemán arrogante que grita “Kaput” de la conciencia de Occidente. Ese feo espectro pareció resurgir durante la reciente crisis de la deuda griega. Sin embargo, Merkel logró transformar esa terrible imagen nacional en una de compasión: un sonriente alemán (o austríaco) dispuesto a recibir las familias de refugiados (y no solo a los sirios con títulos de universidad) con sus pertenencias indispensables y, más adelante, llevándolos en el auto.
Para este momento parece que Merkel ya concretó el negocio, a pesar de los problemas que han surgido para albergar y alimentar a los miles de recién llegados. Ella también se enfrenta a críticas crecientes tanto del pueblo alemán como de los políticos del país, incluso los de su propio partido, por su manejo de la crisis. Aun así, ella se mantiene firme en su decisión.
Su compasión por lo inmigrantes no es solo buena economía; representa algo mucho más profundo. Esto se hizo claro a principios de setiembre, cuando el mundo vio por primera vez la foto de Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años de edad que fue encontrado ahogado en una playa de Bodrum, Turquía.
En una conferencia de medios celebrada ese mismo mes en la Riviera italiana, el periodista Mario Calabresi observó que una sola fotografía no explica una conversión global instantánea. Pero, agregó, por lo general se llega a un momento crítico después de que se han acumulado tensiones e inquietudes con el paso del tiempo. En esos momentos, una simple imagen puede provocar una transformación profunda. Esto ya ha sucedido antes en la historia. En el caso del joven Aylan, el sentimiento de solidaridad estuvo latente debajo de la superficie por muchos años.
Veamos esto como una nueva religiosidad. Hoy en día, las religiones tradicionales están en crisis y suelen entrar en conflicto entre sí. Pero esta solidaridad recién descubierta corre a través de las divisiones entre cristianos católicos, protestantes y ortodoxos. Incluso podría zanjar la división entre cristianos y musulmanes. El papa Francisco se ha convertido en intérprete de esta nueva religiosidad exhortando a cada parroquia, comunidad religiosa y monasterio a dar ayuda y abrigo al menos a una familia de refugiados.
Por años, la gente se ha preocupado por la desaparición de los centros educativos tradicionales para los jóvenes, ya sean manejados por la Iglesia o por diferentes partidos políticos, y de la solidaridad social que éstos aportaban. Empero, poco a poco se ha ido cultivando una sensibilidad similar, aun sin tales centros.
En Italia vimos los primeros indicios de esta camaradería cuando Florencia fue afectada por las inundaciones en 1966 y cientos de jóvenes de todo el país -y de todo el mundo- acudieron a la ciudad en apuros para rescatar libros del lodo en la Biblioteca Nacional. Recientemente hemos visto evidencias de este fenómeno en Médicos sin Fronteras, voluntarios que han ido al África y en los cientos de estudiantes que trabajan sin salario en diversos festivales culturales.
¿Está destinada a durar esta solidaridad? No lo sé, pero ciertamente ha sido alimentada por la retorcida conducta de otros. En términos de su poder y de su ámbito, ¿será capaz de superar las oleadas de xenofobia que están recorriendo toda Europa? Quizá deberíamos recordar que las primeras comunidades cristianas eran diminutas en comparación con el paganismo dominante que las rodeaba.
Esta nueva religión de solidaridad sin duda tendrá sus mártires y no tenemos que buscar muy lejos para darnos cuenta cuánta gente está dispuesta a derramar sangre para sofocarla. Pero quizá sea esa gente, y no los inmigrantes, la que no pasará.