¿Por qué leemos? se preguntaba el periodista Daniel Gigena en una reciente columna publicada en el diario La Nación.
Como preocupa saber si en los tiempos actuales los adolescentes y jóvenes leen, la respuesta que daba el colega al interrogante planteado nos habilita a incursionar en el tema: "No sé -decía el cronista y también docente- si cada vez que leemos una novela nueva o un libro de cuentos es para encontrar por fin la respuesta a esa pregunta que otros nos hicieron hace mucho y que nosotros olvidamos".
Confesamos que aunque desearíamos que fuera cierto el interés de los representantes juveniles por el libro, nos ronda la duda de saber si los jóvenes tienen el hábito de leer.
Probablemente muchos no cultiven ese placer porque en sus hogares no han sido estimulados a incursionar en las páginas de un libro por parte de sus padres quienes, urgidos por las necesidades del diario subsistir, no han tenido tiempo ni posibilidades de transmitirles esas inquietudes. Entonces, muchachos y chicas se han dejado atrapar por la televisión y todos los ingenios modernos de la computación, las redes sociales y otros formatos digitales, con fines de entretenimiento y escapismo.
En definitiva, se lee menos en el hogar porque las familias tienen otras formas de funcionamiento, comparadas con situaciones del pasado.
El gran escritor y filósofo italiano Umberto Eco consideraba que existen diversas formas de leer, que también suman a la ceremonia lectora. Por lo tanto relacionaba este tema al contexto sociocultural educativo, ya que para él la lectura es un resultado en el más o menos de los testimonios de los adultos, y que es imposible mantener la misma imagen de la lectura que se trae tradicionalmente, ante un mundo de prisa e inmediatez.
La lectura es la única vía de llegar al conocimiento aun si hablamos de actividades prácticas o técnicas.
En tal sentido, ya sea porque la lectura está en los planes curriculares y porque media la vocación de muchos docentes, en la escuela se intenta y se consigue leer autores argentinos, latinoamericanos, analizar textos e intercambiar ideas sobre el contenido de las páginas recorridas. Ése fue, por ejemplo, el leit motiv de una maratón de lectura que llevó adelante la escuela Juan Martínez de Rozas, de Godoy Cruz. Los niños leyeron en voz alta y además realizaron puestas en escena de obras que habían pasado por sus manos.
Igualmente auspiciosa resultó la experiencia llevada a cabo en la plaza España, donde se leyeron textos a cielo abierto con la conducción del escritor Horacio Anizton.
Contra la otra realidad planteada, la del uso excesivo de los medios electrónicos, que a veces los mantiene ensimismados en febriles juegos que nada les dejan, estas convocatorias a leer y representar abre sus mentes y los proyecta a la observación, la facultad de relacionar sucesos y la convivencia.
Hay que seguir mediando entre la tecnología, cuyo aporte pedagógico no podemos negar, y los alumnos, procurando que aquélla no monopolice el pensamiento y la atención de los niños y jóvenes.
Una experimentada bibliotecaria señalaba al respecto que en todo este intento por vincular la lectura con los integrantes de menor edad de la sociedad, es de relevante importancia el trabajo de las bibliotecas y su comunidad. "Contribuimos -decía la profesional- a fomentar la lectura como una parte fundamental de la vida de las personas, sobre todo en la formación de niños, niñas y jóvenes".